Julian Assange sigue preso en Londres, bajo amenaza de extradición a los EE.UU. De ser declarado culpable, le espera una condena de hasta 175 años de prisión. Es hora de intensificar nuestros reclamos por su liberación
Lo veo abatido, con el peso de su cuerpo doblado, desorientado, frustrado. No debe pasar ni un día en que se pregunte por qué se le ha condenado, si solo reveló la verdad. ¡Ah la verdad! ¿Cuál, la edulcorada o la real sobre los miles de personas inocentes a las que se pretendía asesinar por un interés mezquino de la geopolítica? ¿La del juego sucio de la alta política estadounidense?
Efectivamente, Julian Assange sufre. Los prolongados años en injusta prisión lo han abrumado, resintiendo su salud. Sépase que vive en condiciones de aislamiento, aplicado a los peores terroristas. Pero yo quiero seguirlo viendo como un luchador, porque -a pesar de todo- eso sigue siendo. En 2010, este periodista australiano, fundador del sitio Wikileaks, impidió que los Estados Unidos asesinaran a más de 150 mil iraquíes. Con su oportuna intervención la masacre no tuvo lugar; mas tuvo que pagar un precio: perder la libertad, no solo la física; y también la de poder expresarse de acuerdo con los preceptos morales que hasta ese momento le habían indicado descubrir “lo mal hecho”, como le habían enseñado sobre la mejor escuela de periodismo “americana”. Se ventilaron 250 mil cables diplomáticos, 400 mil documentos de la guerra de Irak, 490 mil de la de Afganistán, cerca de mil sobre los detenidos en la cárcel de la Base Naval de Guantánamo, en Cuba, y videos de la grabación conocida como “asesinato colateral en Bagdad”, en los que se ve disparar desde un helicóptero yanqui a periodistas de Reuters y civiles de Irak.
Igualmente filtró crímenes de lesa humanidad documentados con detalle por diplomáticos, políticos, asalariados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y mercenarios de empresas como Blackwater. Como a un colegial se le “regañó”. Este 6 de junio de 2023, la apelación de Assange para no ser extraditado a los Estados Unidos fue rechazada por un tribunal londinense, con lo cual sus numerosos cargos por espionaje lo pueden llevar a prisiones yanquis, tal como estipuló en 2022 la ministra del Interior del Reino Unido, Priti Patel. Allí se enfrentará a una desmesurada condena de más de 175 años de encierro. Así, cualquiera de nosotros, por denunciar las atrocidades del capitalismo y del imperialismo, pudiéramos estar sujetos a similar castigo. Sí, porque de eso se trata: de amordazar, de “congelar”, de negarle cualquier posibilidad a los pueblos del mundo a saber los reales manejos de los poderosos. Aunque la trayectoria a favor de la libertad de Assange ha tenido sus altibajos, la gente no ha sido indiferente ante semejante caso de injusticia y ha reclamado por su liberación, y en estos momentos, más que todo, por su salud, la cual se ha resentido tras las rejas. ¡Volvamos a intensificar nuestros reclamos por su liberación!
Lo que le ha sucedido a este colega australiano es inaudito: fue sacado a rastras por la policía británica en 2019, luego de haber recibido por siete años el amparo de la embajada de Ecuador en Londres. Pero con el cambio de Gobierno, de Rafael Correa a Lenín Moreno, este último lo “echó” a los leones, sin un ápice de sentido del deber para con la verdad histórica o la justicia. Mas qué se puede esperar de un neoliberal confeso. De un traidor a la casa que proclamó defender en su momento y por la cual resultó electo presidente.
Lo que más me duele o, mejor dicho, indigna –para decirlo tal cual lo siento- es que, pasado el tiempo y cuando Assange no ofrece “peligro”, el poder de Washington siga insistiendo en tomar el control del asunto. Por ejemplo, el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, dijo en julio pasado que “el señor Assange fue acusado de conducta criminal muy grave en Estados Unidos en relación con su presunto papel en una de las mayores vulneraciones de información clasificada en la historia de nuestro país, y esto supone un riesgo muy grave para nuestra seguridad nacional». Recuérdese que a Assange se le acusa de haber divulgado secretos militares estadounidenses. (1)
En contraposición, la canciller australiana, Penny Wong, señaló que el caso del fundador de Wikileaks “se ha prolongado demasiado y debe concluir”. Australia apoya la campaña para conseguir la liberación del periodista antes de su posible extradición a Norteamérica. El primer ministro, Anthony Albanese, ha repetido en varias ocasiones sentirse «frustrado» y “maniatado”. (2)
Por su parte, un grupo bipartidista, de 16 miembros del Congreso estadounidense, ha pedido en misiva al presidente Joe Biden que abandone el caso contra el fundador de WikiLeaks y le advirtió sobre las graves amenazas a la libertad de prensa si es declarado culpable. En la carta recalcan que “Estados Unidos no debe iniciar un proceso innecesario que corra el riesgo de criminalizar prácticas periodísticas comunes y, por tanto, enfriar el trabajo de la prensa libre. Le instamos a garantizar que este caso se cierre lo antes posible”.
Mientras estuvo asilado en la embajada ecuatoriana en Londres, Assange fue visitado varias veces por abogados estadounidenses, quienes certificaron a la CNN que “sus derechos constitucionales de la Cuarta Enmienda de la Constitución de EE.UU. fueron violados a instancias del entonces director de la CIA Mike Pompeo, lo cual fue denunciado en la Corte del Distrito Sur de Nueva York”. Denunciaron que incluso a ellos, cada vez que lo veían, Undercover Global, empresa de seguridad privada española contratada para brindar seguridad en la sede diplomática ecuatoriana, les exigía que entregaran todos sus dispositivos electrónicos, cuyo contenido supuestamente se copiaba para la CIA.
En la práctica, la tan llevada y traída “libertad de expresión y asociación” es un mero juego, pues sus reglas siempre se cambian a conveniencia del poder dentro –y hasta extraterritorialmente– de los Estados Unidos. Sin ir más lejos, en esta hora crítica, cuando la ciudadanía global ve incrementada su conciencia pública en relación con Palestina, los laureados periodistas Jazmine Hughes y Jamie Lauren fueron obligados a renunciar a sus puestos en la tan publicitada y leída The New York Times Magazine por firmar una carta abierta en repudio al asedio de Israel contra Gaza. Lo supimos por el combativo sitio estadounidense democracynow.org, al que solo se puede acceder a sus titulares. Los textos completos están prohibidos y bloqueados si uno intenta abrirlo aquí, en Cuba. El cerco financiero, económico, cultural y comercial yanqui también se ensaña contra nuestra libertad para elegir supuestas fuentes beligerantes de prensa.
¿Qué pasa? Sencillo: las propias reglas del imperio se violan como acostumbra hacerse cada vez que de esconder un crimen se trata. No obstante, este pérfido comportamiento, y parafraseando un dicho infantil, “la verdad verdadera” no puede ser barrida bajo la alfombra.