Foto./ elcamagüey.org
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Réquiem por “un hijo de la libertad”

Luz y Caballero lo calificó como “nuestro verdadero civilizador”. Saco dijo que “su aporte fue una revolución en el pensamiento cubano”. Martí lo llamó “Patriota entero”


El sacerdote católico Félix Varela y Morales preparó el camino para el primer gran estallido armado independentista: la Guerra de los Diez Años. Con razón, Emilio Roig de Leuchsenring lo consideró nuestro primer intelectual revolucionario.

Nació en La Habana en una opulenta casa ubicada en la calle Obispo, entre Villegas y Aguacate, el 20 de noviembre de 1788. Hijo de un oficial del Ejército, Francisco, y de una ama de casa de Santiago de Cuba, María Josefa. A mitad de su vida había envejecido prematuramente. A los 40, parecía un hombre de 50. Su miopía ya era casi total. Se le veía desgarbado y triste, pero enamorado de la libertad de Cuba.

No es muy conocida la relevancia histórica de las invenciones e innovaciones de aquel honesto y digno sacerdote, su preparación polifacética y todo lo que realmente entregó de su gran inteligencia. Aunque tuvo la sencillez y la modestia de decir: “Entre nosotros nadie sabe y todos aspiramos a saber”, expresión que le ganó el título de El Sócrates criollo.

Viviendo desterrado, tenía el oído atento al íntimo latido de la patria y se autodefinió como “un hijo de la libertad, un alma americana”. Más indudable, y visible aún, se manifestó su cubanía cuando aseguró con proverbial franqueza y vocablos del patio que en el campo donde había “chapeado”, dejó crecer bastante “manigua” y como no tenía “machete”, ni el “hábito” campesino de manejarlo, deseaba que los compatriotas portadores de esos atributos, emprendieran de nuevo tal tipo de trabajo.

Muy culto, se refería Varela en sentido figurado a la “manigua” embrutecedora que habían dejado crecer en la sociedad cubana de entonces los diabólicos fenómenos del colonialismo, la esclavitud, el analfabetismo, la falsa erudición, la miseria material y espiritual, el juego ilícito, la vagancia, la indisciplina y la indolencia, entre otras muchas malas hierbas.

Félix Varela está considerado como el primer independentista de Cuba. / Archivo de BOHEMIA.

José de la Luz y Caballero dejó escrito en dos instantes de redundancias deliberadas que “mientras se piense en la Isla de Cuba, se pensará en quien nos enseñó primero en pensar”; y que “Varela libró una de las batallas más trascendentes de la historia intelectual cubana: liberar al pensamiento para crear el pensamiento de la liberación”.

Facetas igualmente ignoradas

Nuestro célebre presbítero, además de la erudición adquirida en su formación teológica y sacerdotal, estudió violín, impartió clases de ese instrumento, creó un método sobre su enseñanza y fundó la primera Sociedad Filarmónica de Cuba. Por eso confesó: “La música tiene entrada libre en mi corazón”.

Como indiscutible pedagogo, declaró en su momento a los alumnos que todo tenía una técnica, un método, una ciencia, un fin y empezó a descubrirlo durante un breve período de su vida cuando ejercía de zapatero. Se destacó, además, como un apasionado coleccionista y citador de refranes; improvisador y redactor de décimas, sonetos y romances; escritor de breves obras de teatro, y todo –según él– para hacer más gráficas, ilustrativas, amenas y comprensibles sus clases de distintas materias difíciles.

Tal vez con similares propósitos educativos gustaba de emplear cariñosos y simpáticos diminutivos personales, al dirigirse a distintos discípulos, como por ejemplo, a Manuel González del Valle, Manín, y a Cristóbal Madam, Cristobalito.

Dedicó tiempo a realizar curiosas y oportunas invenciones e innovaciones. Lo primero que hizo fue recubrir con cubiertas de cuero las ruedas de los carruajes y evitar así el intenso ruido que hacían alrededor de los hospitales que él visitaba en su noble afán de cuidar enfermos. Lo segundo fue un sistema de recirculación de aire dirigido a mejorar el ambiente viciado de las salas de las instituciones hospitalarias de Boston, Filadelfia y Chicago, en los que trataban en esos tiempos a los numerosos pacientes de cólera, lepra y otros males.

El primer cubano antiesclavista

El ilustre bayamés José Antonio Saco, cuando escuchó los criterios del sacerdote habanero, expresó su sano orgullo de compartir sus ideas patrióticas avanzadas. No era para menos, porque Varela recalcó con toda la fuerza de su honor y su dignidad: “Soy contrario a la esclavitud. Aprendí a odiarla de niño y trabajaré siempre por suprimirla”. Así se lo expresó al Obispo Espada, en el momento en que fue elegido como diputado a las Cortes de España.

Habló entonces el cura patriota de la igualdad entre el negro y el blanco, como no volvería a oírse en boca cubana con semejante tono de justicia y realismo hasta 60 años más tarde en la figura de José Martí.

En la ocasión en que Valera comentó con sus alumnos que sería un mal diputado porque pediría la abolición de la esclavitud, Saco le aseguró: “Entonces yo diré para la Historia que usted fue el primer cubano antiesclavista”.

Como profesor de la Cátedra de Constitución del seminario de San Carlos fue el primero en hablar del derecho del pueblo y de las ideas de soberanía y democracia. Tradujo el Manual de Práctica Parlamentaria de Thomas Jefferson (1743-1826), el tercer presidente de Estados Unidos de 1801 a 1809; su objetivo era conocer y no copiar. Su más genuina idea patriótica entró libre en su alma y estuvo contenida en su célebre “lección única de patriotismo” de tal forma que cuando exhortó a brindar ayuda solidaria a los luchadores y libertadores parecía que sentaba las bases futuras: “Vive libre e independiente, y prepara asilo a los libres de todos los países; ellos son tus hermanos”.

Filósofo de la Independencia 

Fue muy agudo en las ciencias físicas, por lo que este presbítero caribeño echó a un lado el latín en sus clases filosóficas y científicas. De esa forma barrió el último polvo del escolasticismo y liberó el pensamiento de sus ataduras medievales.

En sus Lecciones de Filosofía introdujo el pensamiento moderno y científico en Cuba. Con sus tres Tomos de Física Experimental enseñó no solo lógica y métodos del conocimiento, sino que se convirtió en uno de nuestros más importantes fundadores de la ciencia cubana.

El también profesor de filosofía, desde 1816 en el Seminario de San Carlos, cambió la concepción sobre la sociedad, la ideología y las ciencias. Integró el grupo de los primeros y más finos cultivadores del pensar filosófico en los anales de la lengua española y a él se debió el estudio en laboratorios de Física y Química, solo teóricos hasta esa etapa.

En las páginas del periódico El Habanero, que fundó en Estados Unidos, sostuvo abiertamente la primera campaña por la libertad de Cuba.

Incontaminado, formó el primer núcleo de políticos criollos en 1820, muchos de los cuales vivieron hasta 1868. No creyó jamás en tentadoras promesas de reyes. Se refería a la libertad del hombre, a la tiranía, a la desigualdad frente a las leyes, como nadie lo había hecho en Cuba en tiempo alguno, ni con más simple naturalidad y sencillez.

Por eso cuando los eruditos y más encapotados españoles comenzaron después de 1868 a buscar los orígenes intelectuales de aquella insurrección armada del bayamés Carlos Manuel de Céspedes, hallaron la simiente en su obra.

Un mito temible para los colonialistas

Al principal delincuente y matón de La Habana en aquella época, el Tuerto Morejón, el Capitán General de la Isla de Cuba le entregó 30 000 pesos oro con el objetivo de asesinar a Félix Varela en Estados Unidos. Sin embargo, debajo de su evidente débil osamenta, palpitaba un corazón de acero, y con audacia y excelente humor, burlaba las acechanzas de los enemigos. Dispararon contra él, sin alcanzarlo. En Chicago, mientras oficiaba una misa, hicieron explotar dinamita en la iglesia (que en parte se derrumbó) y él continuó rezando frente al altar mayor del templo. Sin embargo, al respecto comentó que estaba curado del mal de espanto y dispuesto a dar a conocer 30 000 verdades libertadoras y patrióticas. Así, intrépido en sus posiciones políticas, defendió la independencia de su tierra sin titubeo ni quebranto.

Ya en 1822 Varela era un mito peligroso, pues su mentalidad política evolucionó tanto y tan pronto que ocultaron su obra, la perdieron y la proscribieron como literatura perjudicial y tenebrosa. La censura española no consintió que la Revista de Cuba publicase el texto del proyecto vareliano descubierto. Luego se guardó con tanto celo que se extravió nuevamente hasta que, por fin, vio la luz 110 años después de su fecha de redacción.

El prelado cubano inspiró la primera rebeldía juvenil en el país, ejecutada el día inicial de abril de 1823, consistente en un documento en el que expresan la adhesión a sus ideales, escrito y enviado al diario habanero El Revisor Político y Literario por sus 46 alumnos de la Cátedra de Constitución del Seminario de San Carlos y publicada en el número 19.   

En el mensaje solidario de apoyo a Varela se afirmaba: “Nuestros corazones no anhelan otra cosa que la felicidad de la nación, su soberanía, independencia y libertad”.

Los restos del fiel fundador

En 1946 el doctor cubano Antonio Hernández Travieso leyó en un libro de la biblioteca del Congreso de Estados Unidos que en la urna funeraria donde se creía que se conservaban los despojos del gran presbítero eran, en cambio, los del Obispo estadounidense Agustín Verot. Ante tal noticia, se conformó a la carrera una comisión científica con el fin de investigar la verdad.

La historia es larga, pero apasionante. El profesor A.J. Morales, primo hermano materno de Félix Varela envió una carta al primer biógrafo del presbítero, José Ignacio Rodríguez, contándole lo que se decía. En la misiva le planteaba que al morir Varela a los 64 años, el viernes 25 de febrero de 1853, los cubanos por suscripción popular mandaron a construir una capilla en el antiguo cementerio de San Agustín de la Florida, conocido como de Tolomato, nombre de un viejo indio seminola norteamericano, y allí lo sepultaron.

La carta del primo de Varela precisaba añadía que al fallecer su sucesor como Obispo de aquella localidad estadounidense, el 10 de junio de 1876, a los 72 años, como no había otra tumba en el viejo lugar, sacaron la osamenta del cura cubano y pusieron el cadáver del norteamericano, Agustín Verot. Los restos del sacerdote nuestro, en una funda de almohada, se colocaron en el interior de aquel único sepulcro, sin duda una repudiable e imperdonable profanación.

No aceptó ser Obispo de Nueva York si para ello tenía que renunciar a su nacionalidad cubana. / Valderrama.

La interrogante, de si en la urna funeraria estaban mezclados los huesos de ambas personalidades religiosas o solo la osamenta del estadounidense, obligó a una larga y rigurosa indagación frenada por un montón de obstáculos.

La Comisión conformada para dilucidar la incertidumbre la integraron profesores universitarios de las cátedras de Historia de Cuba, Medicina Legal y Toxicología, Antropología Jurídica, Antropología General, Estomatología y Análisis Químico.

El 19 de abril de 1954 se abrió la urna, que había sido traída a Cuba, y se llevaron los restos del presbítero al Museo Montané, en el edificio Felipe Poey de la Escuela de Ciencias de la Universidad de La Habana. Eran dos fémures, dos tibias, dos peronés, huesos pequeños diversos, tres porciones separadas de un maxilar superior, pequeños fragmentos de cráneo, huesos de tarso y metatarso, un crucifijo de metal, cuya cruz medía 171 por 72 milímetros, y la figura de Cristo de 76 por 52, desprendida. Todo parecía ser de una sola persona; no obstante, era crucial verificar de quién.

Surgió entonces un elemento nuevo. Al empatar las tres porciones del maxilar mencionado, le faltaba una pieza dentaria, hecho que contrastaba con algo que llamó poderosamente la atención del exalumno de Varela Lorenzo de Allo, quien el 25 de diciembre de 1852, cuando visitó a su querido maestro, vio que a pesar de su edad, conservaba intactas su cabellera y su dentadura, lo que hizo pensar momentáneamente la existencia de una mezcla en los despojos de ambos sacerdotes. Los estomatólogos concluyeron que ese diente se había caído por acción del tiempo.

Por carecer la comisión de medios técnicos más modernos y concluir definitivamente el estudio en cuestión, se solicitó la ayuda del Gabinete Nacional de Indentificación, que dictaminó la edad de la persona a las cual pertenecieron los despojos. El resultado llegó: allí estaban los restos del forjador de nuestra nacionalidad. De ese modo, contado a grandes saltos, se desmintió el error de un libro que comprometía la generosa historia de un ser excepcional y extraordinario de la historia de Cuba. Sirvan estas líneas para rendir homenaje de recordación a Félix Varela y Morales, fallecido el viernes 25 de febrero de 1853, a solo 29 días del nacimiento de Martí.

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