San Pedro arriba y Osmani a pie de barrio

En toda ciudad, pueblo o comunidad víctima de la sequía hay hombres que, a punta de manguera, les garantizan a miles de familias el agua que no les llega por las redes de acueducto


−Oiga Señor, ¿por casualidad usted piensa venir hoy a dormir en casa?

De buena gana Osmani Cruz Romero hubiera soltado otro cómico disparate ante la pregunta de su esposa, pero se limitó a darle un abrazo mientras le decía: “Deja la gracia que tú sabes muy bien que sí”.

Por suerte a la buena mujer no se le ocurrió preguntarle a qué hora retornaría porque eso no lo podría contestar ni con la ayuda del más famoso operador de bolas de cristal.

Diariamente Osmani beneficia a numerosas familias que no pueden recibir el agua mediante la red de acueducto.

“Normalmente yo trabajo entre 12 y 14 horas cada día, pero cuando la situación se complica puede cogerme la media noche o más montado sobre la pipa, tirando agua” −me comenta con criolla naturalidad.

−¿De lunes a viernes?

−Y también sábado y domingo. La gente necesita agua todo el tiempo, incluso el fin de semana se gasta más porque es cuando se aprovecha para lavar, hacer limpieza y otras cosas.

“Todo el que ha vivido aquí en Las Tunas sabe que el agua siempre ha sido un problema como consecuencia de la sequía. Recuerdo momentos, allá por los años más duros del Período Especial, en que se le tiraba agua en pipa, y hasta por cisternas de ferrocarril, a miles y miles de personas.

“Por eso yo aprovecho el tiempo todo lo más que puedo y lleno seis, siete y hasta ocho veces en la toma de Los Pinos. Estoy hablado de 10 000 litros en cada viaje”.

−Se ve saludable tu carro…

−Muy saludable; lo nuevo es nuevo. Yo, por supuesto, lo cuido como a la niña de mis ojos. Llegaron tres de fabricación china a la provincia y uno me lo asignaron a mí. Ahí lo ves: pidiendo agua y calle o carretera. Con él he apoyado el tiro también en Manatí, Vázquez, Puerto Padre…”

−¿Y la salud del chofer cómo anda, se resiente con ese ritmo de trabajo o no?

−El chofer también está al kilo. No te niego que por los mediodías me canso un poco. Son muy fuertes. El sol y el calor agotan demasiado, pero me gusta lo que hago, tengo salud, estoy acostumbrado a trabajar y a hacer bien las cosas.

“Además: me cuido. Cuando llego a mi casa me doy un buen baño, casi siempre con agua tibia. Antes de eso, algunas veces, me pongo en el cuerpo una línea de ron, muy bueno según dicen para la circulación, me alimento y… a descansar. Debe ser por eso que no me da ni coriza”.

−… pero la gente, los usuarios sí te sacan de paso, ¿o no?

–Si supieras que eso no me sucede. Puede haber algún desesperado o algún malcriado, pero yo sé cómo tratar a todo el mundo. Quien trabaja con la población debe tener, sobre todo, paciencia. Y a mí no me ha faltado. Estos son tiempos muy difíciles, la gente está llena de preocupaciones, de problemas y eso uno tiene que entenderlo.

“Yo puedo decirte que, en general, me llevo muy bien con las familias de las zonas donde tiro agua. Muchas tienen gestos de agradecimiento conmigo: el vaso de agua fría, un batido de frutas… debe ser porque me ven sudando y saben lo que es esto”.

Epílogo a punta de manguera

No tengo delante a la esposa de Osmani. Durante el breve diálogo que él y yo sostuvimos, a filo de un ardiente mediodía, olvidé preguntarle el nombre de ella. No importa. Si la tuviera frente a mí en este instante, y volviendo a la suspicaz interrogante que de vez en vez le hace a su marido, yo me adelantaría para responderle:

“Tranquila, amiga mía. Claro que su hombre vendrá a dormir hoy en casa. No le pregunte a qué hora. Usted, que lo conoce muy bien, sabe que volverá tal vez un poco tarde, agotado, después de todo un día sirviendo a la población necesitada, pero volverá contento, porque disfruta su trabajo, lo hace bien y ama a su familia. ¿Acaso se le puede pedir más a un obrero en estos duros tiempos?

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