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Sánchez repite

El jefe de gobierno español en funciones reasume su cargo otros cuatro años en complicada lid


Pues sí, el “sanchismo”, como gusta decir a la derecha local concentrada en el retorcido binomio Partido Popular (PP) y el ultraderechista Vox, vio este noviembre consagrarse definitivamente su sueño de retomar la Moncloa, y ya es Gobierno constituido.

Días atrás, en la primera sesión dedicada al análisis de la investidura de Pedro Sánchez, el titular en ejercicio logró 179 votos a favor de su designación, tres más que los necesarios para adjudicarse la victoria por mayoría, y a siete de diferencia de los insuficientes 172 que pudo acumular el aspirante de la derecha, Alberto Núñez Feijóo, cuando semanas antes intentó pugnar en las Cortes por la presidencia del Ejecutivo, alegando su triunfo en las urnas en los comicios generales de julio último, bandera que agitó más de una vez para proclamar su presunto derecho a tomar el timón del país.

El hecho es que en España no bastan las boletas en los colegios, sino los votos del Parlamento para quedar investido, lo que obliga muchas veces a la concertación con otras fuerzas del Legislativo para lograr la suma de aceptaciones… y Feijóo llegó seriamente lastrado a esa coyuntura.

¿De quién es la culpa?

Lo cierto es que si el PP se quedó solo con el aroma y no pudo meter el diente al pastel es su exclusiva responsabilidad. El matrimonio de Núñez Feijóo con el Vox ultraconservador de Santiago Abascal, materializado en varios gobiernos regionales y municipales, unión carnal que el PP no dudó en decantar a la hora de intentar calzarse la administración del país ante la repulsa de otras fuerzas políticas a semejante dúo, frustró las alianzas necesarias que le hubiesen dado los cuatro votos impulsores al cetro.

Y era un problema de simple lógica. Vox pide la cabeza de todo lo que sea progresista y de aquellos que se inclinan por el nacionalismo y el independentismo de sus respectivas regiones, y el PP de Feijóo no dudó en estrechar su mano y subrayar explícitamente la convergencia de criterios con gente que solo valora y añora el pasado represivo, conservador, falangista y excluyente.

De todas formas, dicen algunos, es una pareja natural si se recuerda que el PP es producto neto del mimetismo de ministros franquistas, y que la óptica estrecha y las ambiciones de poder son su credo.

¿Consecuencia? A la hora de la verdad Feijóo, propulsor de la diestra extrema en su partido, negacionista enfermizo de la oposición y de otras ideas y preceptos que nos sean los de su claque, no pudo lograr apoyos ni entre aquellos que, siendo independentistas y nacionalistas, no dudan en proclamarse conservadores.

Y en esos términos la coyuntura estratégica era una sola para muchos de los mezclados en la olla política nacional: aceptar al PP y su maridaje con Vox, incluso sin formalmente ser parte este último de un gobierno de derecha, equivalía a una clara sentencia al ostracismo para todo quien pensase diferente.

Por demás, la campaña de Feijóo demostró su poca altura como estadista. Nunca fue capaz de presentar un proyecto de gobierno estructurado para el país, y su cháchara no sobrepasó el marco angosto de la demonización del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y de la persona de Pedro Sánchez.

De la otra parte

Para el reelecto presidente del gobierno español, un neto “socialista eurooccidental”, al estilo de los de esa latitud del Viejo Continente, pero más sagaz, emprendedor y políticamente capacitado que su rival, el camino a la investidura no ha sido tampoco, ni mucho menos, un trillo sobre pétalos de rosa.

Pedro Sánchez contaba con menos votos partidistas que Feijóo a la hora de enfrentar una investidura, y simplemente tuvo que emplearse a fondo, junto con sus colaboradores, para negociar apoyos entre un tejido parlamentario diverso y complejo.

El voto independentista y nacionalista de catalanes, vascos y gallegos, entre otras filiaciones, era clave para ganar en primera ronda, y el establecer compromisos resultaba indispensable en un intricado escenario de desconfianzas, discordias, encontronazos, críticas y reservas.

No obstante, era evidente para todos que a la diestra no había nada que buscar, y que el diálogo, la concertación, el acuerdo y la búsqueda de lo común resultaban imprescindibles.

De hecho, las sillas, que pueden usarse para tirárselas a la cabeza, siempre serán más útiles y bienvenidas cuando sirven para sentarse y conversar. Y en este caso, aun cuando todavía queden dudas, reservas y desconfianzas por saldar entre los mancomunados, era prioritario desplegarlas frente a una explícita coalición PP-Vox, que implicaba un salto al vacío en materia de futuro nacional, y un retroceso a la más notoria herencia conservadora, dogmática, beata, sorda y franquista. Y el plato fuerte de la mesa resultó la ley de amnistía solicitada por el independentismo y la posibilidad de referendos relativos a los lazos con España.

Hay que decir que el PP y Vox han sido y son viscerales en ese aspecto, y que en los días previos a la sesión de investidura y luego de realizada, han alebrestado a sus seguidores aludiendo a la “traición” del PSOE y Pedro Sánchez al “cercenar a España” y “hacer depender el gobierno nacional” de las intenciones y deseos de grupos de “alborotadores”.

La derecha española antes, durante y después de la investidura./ elpais.es

Una campaña que ha producido hechos violentos de extremistas contra sedes y parlamentarios socialistas, y manifestaciones callejeras que, no tan infladas en número de asistentes como las pinta cierta prensa local, sí han transitado por cauces inadecuados y poco civilizados.

En el mismo seno de las Cortes, desde Feijóo y Abascal, pasando por varios legisladores derechistas, los improperios, insultos, acusaciones airadas y el desmedido sarcasmo formaron parte del insistente repertorio opositor, en un proscenio que no deja de llamar la atención de quienes están acostumbrados a sesiones de foros legislativos donde la confrontación, incluso la más noble, suele ser casi nula, y la coincidencia total huele no pocas veces a mero formalismo.

Desde luego, la defensa oficial no estuvo ausente con el manejo de una argumentación que superó con creces los espasmos retóricos de quienes, como dijo alguien, solo quieren ganar a como dé lugar, santificando sus actuaciones y decisiones, y descalificando y demonizando las ajenas.

Digamos también que el autodenominado Gobierno progresista, que ya retoma su ejercicio efectivo, no deja de tener grandísimos desafíos, empezando por las propias controversias entre las fuerzas políticas que lo componen.

Uno de ellos, y pivote de los agrios cuestionamientos histéricos de la derecha, resulta la instrumentación de una amnistía calificada por la oposición de “rendición ante los terroristas”, aun cuando el PP, bajo la conducción de José María Aznar, tuvo a bien, en tiempos internos muy procelosos, el conceder más de 1 000 indultos en un día a miembros de la organización armada ETA sin que mediara explicación pública alguna, y solo porque convenía a su imagen personal.

Por otro lado, no deja de ser cierto que no son pocas las diferencias y los altercados entre agrupaciones y figuras políticas en el seno de los hoy coaligados al PSOE. Así, Pedro Sánchez debió escuchar en pleno proceso de investidura las advertencias de sus decisivos apoyos independentistas acerca de la vigilancia y el celo que ejercerán en relación con el cumplimiento de sus demandas… y sin duda una insuficiencia en ese sentido resultaría fatal.

Queda entonces un largo trecho, y si el presidente renovado cumple con toda seriedad y decencia su detallado programa de Gobierno expuesto ante el Parlamento, y traduce en entendimiento efectivo, concordia y miras amplias y constructivas sus lazos con un variopinto independentismo, entonces tal vez pueda aspirar a un puesto entre los estadistas más efectivos e inclusivos dentro de lo que suele denominarse “democracia española”.

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