Tape su estornudo

Tape su estornudo.
/vicks.com

Ha trascendido en la historia que el militar, historiador y filósofo ateniense Jenofonte pronunció, hacia el año 400 a.n.e., una larga y dramática arenga, instando a las tropas a luchar contra los persas. Cuentan que, transcurrida una hora, un soldado cerró la perorata con un estruendoso estornudo, que fue considerado señal favorable de los dioses. Los griegos hicieron general a Jenofonte y lo siguieron al combate.

Tal anécdota forma parte de la lista de cábalas y costumbres asociadas al estornudo, igual que la relacionada con el hecho de que los católicos romanos popularizaron el uso de la bendición como respuesta a esta forma de despedir con violencia el aire de los pulmones.

Durante muchos años tuvo connotación religiosa y tras el estornudo venía la bendición. El hábito de decir “salud” data de la época del Papa Gregorio I, quien para combatir la peste, en el año 590, ordenó letanías, procesiones y plegarias constantes: quien estornudara era bendecido enseguida para evitar el desarrollo de la epidemia.

En tiempos de mi abuela decían que si ocurría una vez se cumpliría un deseo; dos veces, se recibiría un beso y tres ocasiones, sería presagio de que mandarían una carta; si se presentaba antes del desayuno, podía ser posible que un extraño o conocido llegara a la casa, y dos veces durante tres noches seguidas, presuntamente anunciaba que pronto moriría un miembro de la familia.

Ejemplos hay miles y con los más diversos significados, pero lo cierto es que, en la actualidad, la presencia del coronavirus SARS-CoV-2 –con todas sus cepas y variantes y la pérdida de millones de vidas en el mundo– ha motivado la adopción y mantenimiento de medidas que deben respetarse por mucho tiempo, sobre todo en los lugares donde hay mayor número de personas.

Si antes alguien estornudaba en una habitación cerrada o con escasa ventilación, las personas permanecían indiferentes. Ahora no. Se aprecia una mayor preocupación a la hora de enfrentar un estornudo, pues todos saben que es capaz de transmitir el contagio. No obstante, hay quienes consideran que con el nasobuco puesto no hay mayores complicaciones, porque desconocen que la velocidad con que salen las partículas es capaz de franquear ese elemento protector.

El estornudo puede expulsar partículas que cubran o contaminen un área de casi ocho metros, salidas a una velocidad promedio de entre 110 y 160 kilómetros por hora.

Tape su estornudo.
Del individuo (amarillo) salen las partículas desprendidas resultado del estornudo (verde). Son grandes y estas pueden alcanzar hasta dos metros, desde la persona que las expele. En rojo se refleja una nube que alcanza mayor distancia, y puede llevar los patógenos suspendidos en el aire hasta casi ocho metros. /nationalgeographic.es

Catarro, gripe, sinusitis, influenza, rinitis y alergias son padecimientos que lo ocasionan, y cuando ocurre, pone en acción los músculos del abdomen, del pecho, los bucales, faciales, los que controlan las cuerdas vocales y de la parte posterior de la garganta; el diafragma y los párpados.

Cierto es que cuando aparece, no se logra evitar, por la incomodidad que deja en la persona. Al cerrar los labios o apretar la nariz puede crearse presión en boca y garganta, lo que fuerza a las bacterias o el polvo a penetrar en las cavidades mucosas de los senos paranasales, trompas de Eustaquio u oídos, lo que puede causar severas infecciones.

Hay quienes opinan que el nasobuco llegó para quedarse, por todo lo que significa en cuanto a cuidar la salud. No faltan quienes aboguen por su eliminación. En diferentes puntos del planeta se han dado manifestaciones de protesta, con pancartas o carteles de “¡NO AL USO DE LA MACARILLA!”, aduciendo que les molesta que el Estado les indique “lo que tenemos que hacer”.

Resulta contradictorio que se adopten esas actitudes, porque los estados, habida cuenta de que es nocivo no ajustarse el cinturón cuando se conduce o usar el condón a la hora del sexo, han desarrollado campañas que todos asumen como lo más natural del mundo.  En este caso es igual.

No son despreciables, a nivel mundial, las cifras de personas que argumentan que con el tapabocas están respirando su propio monóxido de carbono. En oposición a esa manifestación, no pocos especialistas argumentan:

“El uso de las mascarillas no reduce el oxígeno ni genera que aumente la acidez de la sangre de una persona porque supuestamente este equipo de protección lo impida al evitar que se expulse suficiente dióxido de carbono. Esta situación solo podría suceder si una persona no recibe ningún tipo de entrada de aire al tener un aparato totalmente hermético en el rostro. Este no es el caso de ningún tipo de mascarilla utilizada para prevenir la transmisión del nuevo coronavirus”.

Según el sitio web chequeado, es incierto, además, que el nasobuco produzca hipoxia o carencia de oxígeno en el organismo. Para que una persona sea víctima de envenenamiento por dióxido de carbono -resultado de la alta contaminación-, debe estar sometida a su influencia por mucho tiempo. Ello la pondría en riesgo de padecer daños cerebrales permanentes y afectaciones al corazón, que pueden provocar complicaciones cardíacas con riesgo para la vida. En el caso de las embarazadas ocasiona muerte fetal o aborto espontáneo.

Sería interminable la relación de motivos que argumentan que con la medida se están violando los derechos humanos, porque cada cual es dueño de su vida y hace con ella lo que estime. Y no dejan de tener razón. Solo que en tiempos de pandemia –épocas de contingencia– las reglas cambian, y se corre el riesgo de ser propagadores de enfermedades, figura que es sancionable internacionalmente, en el afán de preservar, no solo una vida, sino millones.

Por eso, cuando llevamos casi dos años, peleando para detener la expansión y las consecuencias de ese virus que tan malos recuerdos ha dejado para la especie humana, es preciso retomar el hábito de llevar con nosotros pañuelos, toallitas o pañitos para cubrirse la nariz y la boca al toser y estornudar –además de nasobuco, claro está–, con el propósito de evitar posibles contagios.

Quizás se pregunten: “¡¿Eso también?!”; ¡sí, también! En materia de prevención, vale, pero, de igual manera, hay normas que son de elemental educación: taparse la boca al toser o estornudar, sobre todo en los ómnibus y otros lugares donde hay grupos de personas.

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2 comentarios

  1. Interesante, bien documentado, persuasivo y siento que convincente. Efectivamente, estornudar no siempre depende de la voluntad propia, pero sí las medidas profilácticas, y de buena educación, para evitar los posibles contagios. El buen propósito de Irene es alentar esas conductas conscientes y responsables. Vale la pena.

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