Un arma del Moncada

Pocos conocen a quién perteneció meses antes de la acción

Por. / Abel Aguilera Vega*


Esta imagen ha acompañado los festejos por el 26 de julio desde hace varias décadas. Se deduce que responde al instante en el que Fidel Castro dirige las acciones para la toma del cuartel Moncada en 1953. Pero algo llama la atención; es la pistola que porta en su mano derecha.

Este detalle muchas veces ha pasado inadvertido por los artistas gráficos, los historiadores y por el propio Comandante en Jefe, que en sus múltiples testimonios describió con detalle los preparativos, la organización, los hechos y lo ocurrido en los días posteriores. Solo en algunas ocasiones hizo mención a la pistola que empleó ese día.

A la televisión sueca testimoniaría: “Entonces me quedaba a mí aquí al lado la posta cosaca y yo estaba sacando la pistola para hacer prisionera a la posta cosaca. Y en ese momento, la posta cosaca se da cuenta de que nosotros estamos al lado y hace un ademán de disparar y yo le tiro el carro a la posta cosaca arriba. […] Porque yo estuve haciendo tres movimientos: con esto por aquí, manejando por aquí, la pistola por acá”.

¿Cómo obtuvo esa pistola? ¿A qué tipo de armamento nos referimos? Son algunas de las preguntas que los historiadores le hacemos al pasado y que intentaremos dar respuesta en este artículo.

Pistola Luger p08 similar a la utilizada por Fidel Castro en el ataque al cuartel Moncada. / Wikipedia.

Se adquieren las armas

El asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente, requirió un nivel de preparación y discreción elevado. Sin violar estos principios, Fidel Castro y el resto de los revolucionarios tuvieron que adquirir uniformes, mapas, información, autos y armamentos. Todo ello ocurrió sin ser descubiertos por los servicios de la contrainteligencia del régimen de Fulgencio Batista, más concentrados en las actividades conspirativas de los Auténticos que en las del joven abogado de Birán.

Las acciones del 26 de julio en Santiago de Cuba se planificaron como un relámpago; los asaltantes ocuparían el cuartel, haciendo creer que se trataba de una sublevación de los sargentos. La confusión generada permitiría ganar tiempo para tomar la estación de radio, transmitir el último discurso de Eduardo Chibás y llamar a la población al levantamiento de la ciudad. Fidel estaba convencido de que “una vez tomadas esas unidades militares, la población oriental secundaría el movimiento”.

Para este tipo de acción las armas pesadas no eran las ideales, el traslado en la ciudad se hacía difícil por su tamaño y peso, es por ello que se priorizó la compra de las armas ligeras.

Mediante diferentes vías y estrategias, el Movimiento logró recolectar decenas de escopetas Remington y Browning, además de otros modelos, pero en menor cuantía. La compra de casi todas las armas, una por una, fue una tarea que personalmente Fidel supervisó, debido a su importancia. Por su parte, Raúl Castro, incorporado a la conspiración solo semanas antes, tomó dos Winchester de la finca de Birán. Al igual que estas armas, el mayor lote correspondía a armas de caza, que no eran las ideales para una acción militar.

El movimiento revolucionario recolectó dinero con los esfuerzos personales de sus integrantes, esencialmente gente muy humilde. Debido a la falta de medios económicos, el último lote de armas se tuvo que comprar en la propia ciudad de Santiago de Cuba con un cheque que carecía de fondos.

La carencia de capital imposibilitó que se pudieran adquirir también armas cortas, por lo que muy pocos revolucionarios concurrieron a la acción con pistolas o revólveres. Uno de ellos fue Fidel Castro.

Entonces. ¿Cómo obtuvo el líder del movimiento la pistola con la que combatió el 26 de julio?

La mayoría de las armas usadas por los asaltantes del Moncada (algunas hoy en exhibición en el Museo Granjita de Siboney) eran fusiles de caza. / Marta Vecino.

La que portaba Fidel

Si bien es cierto que la mayoría del armamento empleado eran fusiles, Fidel recordaba que usaron “varias pistolas que individualmente llevábamos algunos”.

Entre los jóvenes que se habían sumado al movimiento conspirativo estaba Florentino Eduardo Fernández León, el único miembro del Ejército batistiano que combatió entre los revolucionarios. La cercanía familiar e ideológica con Pedro Trigo permitió incorporarlo a su célula.

Años después recordaba la reticencia de Fidel por sumarlo a la conspiración: “Recuerdo que al principio Fidel se escandalizó cuando Pedro Trigo le propuso que yo me incorporara al Movimiento, ¡un guardia! Pero Pedro Trigo lo convenció y enseguida comencé a trabajar en eso de los uniformes”.

Los soldados del Ejército no escapaban a las malas condiciones económicas en las que vivían los sectores más humildes durante la década del 50, lo que sumado al ambiente de corrupción que corroía a parte de las fuerzas armadas, propiciaba que muchos militares vendieran algunos de sus uniformes para mejorar sus condiciones de vida. “Todos o casi todos los soldados del Ejército vendían ropas, zapatos y otras prendas”, asegura Florentino.

Este joven era sargento sanitario del Hospital Militar de Columbia (hoy Hospital Militar Carlos J. Finlay) y fue quien adquirió casi la totalidad de los uniformes que emplearon los revolucionarios en Santiago de Cuba y Bayamo. Aprovechó su condición de miembro de las fuerzas armadas, para comprar la vestimenta a sus compañeros de armas, a quienes explicó que las quería para los campesinos que trabajaban en la finca de su suegro en San Antonio de los Baños.

Ya en el año 1953 Fernández León se encontraba plenamente imbuido en las tareas de recolectar medios para la causa revolucionaria. Es en este contexto que coincide en la calle Galiano, de La Habana, con un cabo a quien le propone comprarle por 80 pesos la pistola que portaba. El militar, tan necesitado de dinero como muchos en la época, accedió a la petición.

Recuerda el entonces sargento sanitario: “Luego llevé el arma a casa de Abel [Santamaría] y se la entregué a Fidel. Y fue esa la pistola que él utilizó en el asalto al Moncada”.

Se trata de una Luger p08, empleada de forma regular por el Ejército alemán durante las dos guerras mundiales y desde hace varias décadas una de las más valoradas por los coleccionistas. Diseñada a finales del siglo XIX, posee un cargador de ocho proyectiles y fue una de las primeras armas semiautomáticas del mundo. Su ligereza y maniobrabilidad constituyen una de sus principales virtudes.

El destino posterior de la pistola es incierto, tal vez le fue ocupada a Fidel el 1º de agosto cuando lo detuvieron o quizás la perdió en los días siguientes al 26 de julio. Investigaciones históricas posteriores pudieran aclarar esta incertidumbre.

Por esas paradojas que a veces tiene la historia, la Luger P08 utilizada por Fidel Castro para asaltar el Moncada había pertenecido meses antes de la acción a uno de los escoltas del general Francisco Tabernilla Dolz, quien era en ese entonces jefe del Estado Mayor General del Ejército batistiano, cargo con el que fue premiado por su apoyo decisivo al golpe de Estado encabezado por Fulgencio Batista en 1952.

Es muy probable que el general Tabernilla nunca conociera que un arma de su entorno hubiera sido empleada contra la institución que defendía, la cual se emplearía para atacar una de las fortalezas militares sostén de la dictadura. La corrupción en las filas armadas le jugó una mala pasada.

La Generación del Centenario, cuando protagonizó uno de los hechos de mayor trascendencia histórica en la segunda mitad del siglo XX en Cuba, apeló al factor sorpresa para lograr el éxito en la acción, pues ni el número ni la calidad de su armamento garantizaban la victoria de la Revolución ante un ejército superior en efectivos y medios. La firmeza de las ideas y la convicción de que la causa que defendían era justa constituyeron factores poderosos que esa nueva hornada de revolucionarios supo aprovechar para alzarse con el triunfo tras casi siete años de insurrección contra la tiranía. Como afirmó nuestro Héroe Nacional José Martí: “La victoria no está solo en la justicia, sino en el momento y modo de pedirla: no en la suma de armas en la mano, sino en el número de estrellas en la frente”.

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Fuentes consultadas

Los libros: Cien horas con Fidel, de Ignacio Ramonet; El Moncada. La respuesta necesaria, de Mario Mencía; y Después del asalto al muro, de Ángel Luis Beltrán Calunga; las piezas periodísticas “La estrategia del Moncada”, entrevista con la televisión sueca (2 de diciembre de 1977) y “Un resumen de los dolorosos sucesos de oriente”, de Paco Altuna y G. Miralles (BOHEMIA, 9 de agosto de 1953).

*Máster en Ciencias Históricas. Investigador del Centro Fidel Castro Ruz.

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