Y después de la risa… ¿qué apremia?

A partir de una mirada desenfada e hilarante a la crisis generada durante la pandemia de covid-19, llega a la capitalina sala Adolfo Llauradó la obra teatral Más unidos que nunca

Fotos. / Cortesía Teatro del Sol


El caos no parece ser tanto “el caos” en una ciudad habitada por diversidades (de género, estrato social, extracción cultural). Pese a las adversidades, esta pluralidad de criaturas –imperfectas, ¿alborozadas?– se amalgama y disgrega; flaquea y resiste a toda costa, transida por circunstancias que desuelan. Así intenta resurgir de entre los escombros de otro caos: la pandemia de la covid-19.

El espectáculo es por excelencia minimalista en cuanto a recursos escenográficos y sonoros.

Ese parece ser el sentido de la puesta en escena Más unidos que nunca, presentada en la capitalina sala Adolfo Llauradó, a cargo del colectivo Teatro del Sol que lidera Sarah María Cruz.

Entre risas y hasta carcajadas estentóreas, esta simpática comedia convida a reflexionar, a repensarnos en medio de situaciones límites, esas que tanto fustigan y cortan el aliento, pero que por obra y gracia de nuestro espíritu insular, no paralizan ánimos ni impiden respirar, vivir, subsistir sin abandonar el terreno.

Tejido con hilos de seda es el texto escrito por el actor José Ignacio León, quien también asumió de manera encomiable el montaje de la puesta con austeridad de recursos.

No es primera vez que este integrante de la nómina del grupo de Teatro del Sol se adentra en las lides de la dramaturgia y la dirección escénica; vale recordar las piezas Caminos de fe y El cumpleaños de Marcos, las cuales junto a la propuesta de la reciente temporada, advierten pautas de la estética que, desde hace un tiempo, perfila el devenido autor-intérprete.

Cabe elogiar en Más unidos que nunca algunos detalles. En primer orden, la experticia del dramaturgo a la hora de asumir códigos del género comedia, a partir de una perspectiva costumbrista aderezada con elementos del teatro bufo, lo cual le confiere a la partitura dramática originalidad y un estilo peculiar.

Durante poco más de una hora el goce es extraordinario. En cada gesto, palabra, personaje perviven radiografías caricaturizadas de la identidad antillana que divierten, mientras el pecho se estruja por el matiz satírico-crítico de la trama.

A lo largo de la obra se propone una mirada inquisitiva y, por momentos, irreverente que insta a evaluarnos como grupo humano en medio de un contexto tan frecuente como extremo: una cola para comprar alimentos en La Habana, en plena madrugada y época de pandemia.

El desempeño actoral resulta admirable y a la altura del variopinto desfile de caricaturas perfectamente identificables. Repleto de vicios y manías, impresiona el personaje representativo de la tercera edad, compartido por Estela Cristina y el propio José Ignacio León; este último asume el reto de convencer en la dualidad actor-director y logra explotar al máximo las potencialidades del elenco que lo siguió en esta empresa.

Con perspicacia León aprovecha la caracterización de Carmita, la anciana del pueblo Candelaria, que desde hace varios años interpreta magistralmente Ernesto González Umpierre, el Flacomímico.

Igualmente, la puesta se enriquece con la gracia y donaire de las actrices humorísticas Niurka Castellón y Carmen Ruiz, popularmente conocidas entre los públicos por los roles de Bombón y Teresa Prieto, respectivamente.

José Ignacio León explota las potencialidades de actores humorísticos consagrados. De izquierda a derecha: Ernesto González Umpierre (Flacomímico) y Carmen Ruiz.
Omar Alí asumió uno de los personajes y la realización del audiovisual.
Actores y actrices que comúnmente interpretan papeles dramáticos exhibieron vis cómica como Iris Pérez y Miguel Fonseca.

Halaga ver en escena la versatilidad y vis cómica de actores que comúnmente interpretan papeles dramáticos en la televisión y el teatro como son los casos de la predicadora de fe que autentica la actriz Iris Pérez; el discapacitado morboso, refrendado por Miguel Fonseca o el científico melindroso de Omar Alí.

Los más jóvenes de la nómina no escapan al desafío que implica hacer reír en escena. Xavier Chao (el marginal inescrupuloso) y Katerine Arias (la peluquera, pretendida doctora), aunque con leves desaciertos, no desisten en el difícil cometido.

Traspasando umbrales, en distancias y tiempo, se perciben en el montaje pinceladas de la Commedia dell’Arte, y aunque del Renacimiento a hoy ha llovido bastante, anima el aire festivo y el espíritu carnavalesco que parten del desfile de figuras representativas de nuestra sociedad.

Llama la atención la sagacidad de los intérpretes para agenciarse y preservar el tono de comedia desde los primeros minutos hasta los segundos finales, en escenas repletas de intrigas, historias personales, juergas y perfilado sentido del humor.

Casi al concluir la obra, el audiovisual proyectado en una pantalla al final del escenario pareciera carecer de una intencionalidad predefinida, tal como si se descontextualizara de todo aquello ocurrido apenas una hora antes; no obstante, según esta periodista, deviene recurso detonante que activa la purga interior y moviliza energías después de tanto jolgorio compartido.

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