Ilustración. / Félix M. Azcuy
Ilustración. / Félix M. Azcuy

De un querequeté y sus demonios

El pájaro se balancea dentro de la jaulita como un tentempié. Lleva más de un mes así, meciéndose, sobre un pulcro pañito. Se le han colocado maderos atravesados entre los alambres para que vuele y salte, pero ni los mira, ni los trepa. Solo se mueve graciosamente y abre grande la boca si le acercas un dedo.

Parece un querequeté y no está allí por un acto de crueldad, más bien todo lo contrario. Estaba volando bajo, desorientado y golpeándose con cuanto objeto o muro se le interponía en el camino cuando mi amigo Frank lo encontró cerca de las ferrovías de 100 y Boyeros una mañana.

Me cuenta que no tenía idea de cómo alimentarlo, ni con qué. Buscó en youtube a ver si daba con alguna idea y no tuvo suerte. Primero era averiguar qué tipo de ave tenía entre sus manos. Pensó que era un pichón de gavilán. Vino y me dijo: Anita, encontré un gavilán y debo cuidarlo. Yo le contesté: bueno… ellos comen cosas vivas, ¿vas a cazarlas para él? La pregunta era tramposa porque mi amigo Frank no puede matar ni una cucaracha. Por supuesto, se me quedó mirando y sonrió. Pues la solución resultó ser una papilla, a la que el presunto querequeté ya está muy acostumbrado. Empezó -dice- pasando trabajo con una jeringuilla y el pajarraco que se le embarraba todo de puré. Luego, la naturaleza se encargó de organizar las cosas y el pequeño tentempié emplumado se las arregló para llevarse bien con el artefacto que le proporciona la comida.

Ahora vuela dentro de la casa, siempre bajo la supervisión de un humano y no estoy segura si el beneplácito de la perrita Lisi.

Los querequetés, también conocidos como crequeté chico, crequeté, caracatey, cracatey y guaraiba son aves de hábitos nocturnos que cazan insectos en pleno vuelo, polillas y bichos por el estilo. Pasan el día quietas en las ramas, o sea, no se dejan ver con facilidad, y su actividad comienza con el crepúsculo. Tampoco hacen nidos. Ponen sus huevos de color jaspeado en lugares donde se acumulan piedras y otros objetos para camuflarlos. Debo acotar que he investigado bastante, a raíz de la oportuna intervención de Frank, antes que muy probablemente el ave cayera en las manos equivocadas.

Porque veamos que la zona del hallazgo del pájaro es bastante transitada. Tengo una imagen idílica de que los niños son por naturaleza protectores y pienso que mi amigo es un hombre con alma de niño, pero enseguida me viene a la mente las veces que he tenido que regañar a ciertos pequeñajos de mi barrio por enlazar con bejucos a las lagartijas ¨para que se fajen¨, o querer abrir una rana a la mitad con una cuchilla y cosas por el estilo, que mejor ni contarlas. Ojalá en las escuelas hicieran talleres para incentivar en los infantes la protección animal o que esta bonita idea se gestara en sus propios hogares.

Recuerdo que el día del encuentro de Frank con el supuesto gavilán pensé en esos niños y me dije: ahora sí la caza recreativa será justificada para darle de comer al plumífero. Esta idea todavía se mece en el viento.

A veces he escuchado decir: ¨es más feo que un pichón de querequeté¨. Sinceramente del dicho al hecho va un trecho porque no veo que sean feas estas aves.

He leído también que últimamente los cracateyes se avistan en las ciudades, quizás en busca de las altas poblaciones de la entomofauna (grupos de insectos) atraídos por la fotofilia o fascinación por las luces del alumbrado público de la ciudad. Normalmente el radio de acción de estas avecillas se ubica en campos abiertos, pastizales, pinares, sabanas y bordes de bosques costeros. Sí, definitivamente es lo que parece. ¡Un querequeté!

Me pregunto si podrá ser libre otra vez o más bien, si sabrá qué hacer cuando esté fuera de la jaulita y de la casa. Debo confesar que no me gusta para nada ver un pájaro encerrado. Los soltaría a todos. Sin embargo, me han dicho que algunos, los que nacen en cautiverio, morirían. ¡Qué dilema!… Pues nada, que la libertad también oculta sus demonios.

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