Radiografía de un mar y sus barcos después de la tormenta

Apenas unos 13 días después del paso del huracán Ian por nuestra isla, fui parte del equipo de prensa enviado por Bohemia a las principales zonas afectadas de Pinar del Río.

Durante la visita a La Coloma, el lugar por donde ese nefasto evento meteorológico tocó tierra, acudimos a su embarcadero para observar cómo marchaban las labores de recuperación.

Esta imagen fue la primera de muchas otras que tomé dentro de la Empresa Pesquera.

La piel de ese pequeño poblado se sumergió en el mar. El agua daba al pecho, recordaban sus habitantes. Pudimos constatar que en los diferentes asentamientos, a ambos lados de la carretera, así como en el mismísimo centro del pueblo, se trabajaba en función de aquellos que lo habían perdido todo o casi todo, pero ciertamente la velocidad no es una virtud cuando el país se encuentra atormentado por tantas carencias de todo tipo e impactado económicamente por una situación post pandemia que desespera, a nivel mundial.

En Cuba todo se siente más, y se sufre más, por nuestra condición de isla bloqueada y subdesarrollada, y porque el tiempo no perdona y la tecnología tampoco. La tecnología avanza sin piedad y nos vemos a menudo imposibilitados de acceder a este progreso con la celeridad que se requiere en los tiempos actuales. Las carencias y roturas en el sector energético hoy nos acechan y, aunque haya voluntad y muchas ganas de resolver esas cuestiones, pasamos por la impronta de contar con sistemas ya obsoletos y atados de pies y manos para cambiar esta realidad de un batacazo. En todo esto cavilaba yo cuando entré a la zona de barcos. Porque esas personas ya llevaban muchos días sin electricidad y porque la tristeza ya se me colaba por los poros y no bastaba ver el esfuerzo de otros trabajando de sol a sol para que se aliviara ese torbellino que tenía adentro.

La brisa marina se hacía sentir con fuerza. A ratos se levantaban embudos de arena y las tejas de zinc de las altas naves en los alrededores chirriaban de modo espeluznante. Un pescador me dijo: no tarden mucho por acá que esos metales pueden salir volando y es peligroso. Le agradecí y pensé que si era de esa manera con tal vientecillo, ¿cómo sería en pleno fragor de Ian? Pero no se trataba, en realidad, de un mero vientecillo. Está demostrado que en casi todos los océanos y mares del planeta el viento sopla cada vez más fuerte y las olas son más altas. Lo afirman los datos aportados por una treintena de satélites desde hace tres décadas. He leído bastante sobre el tema, que tiene que ver con el impacto del cambio climático, así que -sin desoír la recomendación del lugareño- estuve fotografiando unos minutos más.

Esta es una pequeña radiografía de ese mar y sus barcos, después de la tormenta. Quizás las imágenes les lleguen impregnadas de ese sentimiento que me embargaba. Tengo que señalar que mientras construía la historia, estuvieron a mi lado mis colegas Dariel y Jesús; este último, encargado de hacer el making off con su teléfono móvil, en lo que Dariel me apoyaba en el sube y baja de los barcos y las oportunas observaciones de…. cuidado que te vas a dar un trastazo con esa goma. Qué pasa con esa agilidad, compañera… en fin… cosas del oficio.

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