Foto. / Yasset Llerena
Foto. / Yasset Llerena

Comunicar el cine es compartirlo

Dinámicas establecidas mediante la complicidad entre diferentes manifestaciones artísticas colocan ante el ver de los públicos la necesidad de leer en diferentes formatos, géneros, gramáticas literarias y visuales. Así lo patentiza en su obra Luciano Castillo, ensayista y director de la Cinemateca de Cuba


Visibilizar ideas, ingenios, puntos de vista y estéticas de creadores en la pantalla grande continúan siendo reclamos de artistas y decisores afanados por llevar adelante acciones que renueven guiones y producciones cinematográficas.

El cine es arte e industria, como el libro, por eso urge seguir privilegiando en nuestro ser y acontecer sus dimensiones culturales a favor de la memoria vívida, el intelecto y el gusto de la sociedad cubana.

Ambas vertientes son asumidas por el crítico, investigador e historiador cinematográfico Luciano Castillo. Lo hace patente en títulos publicados por Ediciones Icaic, de los cuales forma parte Rogelio París, nosotros, el cine. Ilustra el volumen los aportes del hombre forjador de miradas gozosas referidas a temáticas, filmaciones, datos, personajes, conflictos, situaciones e historias de vida narradas en ficciones y documentales.

Es preciso estudiar de manera concentrada este volumen, lo que se dice y cómo se dice. El testimonio del protagonista advierte una verdad de pura poesía visual. Lo motiva “el humanismo, y no me refiero al humanismo renacentista, sino al ser humano como centro. De hecho, el más grande de todos los cubanos, José Martí, afirma: “Patria es humanidad”. Su dimensión abarca no solo el valor de una cinematografía revolucionaria, sino el inmenso relato del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos fundado el 24 de marzo de 1959.

Dicha visión también es defendida por Luciano Castillo, director de la Cinemateca de Cuba, en el concepto del programa De cierta manera (Canal Educativo, jueves, 9:30 p.m.), donde incluye filmes de guionistas y realizadores interesados en temáticas, estilos y complejas meditaciones dramatúrgicas sobre la construcción de lo real. Muchos de ellos recrean soluciones no usuales del sistema de encuadres, el espacio off, los usos del sonido, las líneas dramáticas y las situaciones superpuestas.

Inteligentes, sagaces, propositivos vuelven una, otra vez, al recuento. Redescubren conceptos del tiempo y del espacio al conjugar sutilezas, violencias, sensibilidades; las necesarias confrontaciones entre pareceres y gustos en beneficio del desarrollo cultural y artístico de los públicos.

El espacio permite conocer virtudes de artistas enfrascados en disímiles peleas por hacer cine. Muchos promueven el lenguaje de género, las necesidades de mostrar desigualdades, utopías y derechos por conquistar. En fin, aportan quehaceres perceptivos de lo nuestro, lo universal, y los saberes, así articulan la comunicación con espectadores sin distinciones de edades o sexos. Incluso, colocan en la mira gritos lacerantes o ahogados. Son conscientes de ambos gestos y captan su sentido en películas y documentales de vigencia total.

De alguna manera los cineastas plantean disímiles formas de contar historias. Esta prioridad exige dominar especialidades decisivas en el proceso narrativo: dramaturgia, actuaciones, puestas en escena. Ninguna admite improvisación. Es preciso pensarlas al elegir el género dramático y su desarrollo desde la fase matriz de la película.

Las audiencias nunca “leen” la moraleja del relato, esta debe expresarse mediante valores icónicos, lingüísticos, silencios quedos, agresivos, largos. Nunca lo olvidemos, el objetivo del arte no es solo crear la vida del espíritu humano del papel a interpretar, sino transmitirlo externamente en forma artística.

Pensemos, es oportuno seguir activando el fin estratégico de la complicidad entre el cine y la televisión. Visibilizar filmes clásicos y contemporáneos, obras apenas conocidas por los más jóvenes. El diseño concebido por cada artista debe tener significaciones edificantes, íntimas, sociales sin ir al extremo del didactismo. Las ficciones llevan implícitas teorías filosóficas, deben ser desentrañadas de un corpus general. Nunca puede faltar la inteligencia lectora al interpretar contenidos y signos visuales. Ambos tienen su clímax en narraciones concebidas para explorar pensamientos y conciencias. El manejo de la libertad creativa no es un don, se construye. Las artes intercambian indicios, metáforas, elipsis, preguntas, incitan niveles estéticos y expresivos. Es necesario encontrar vías para meditar sobre quiénes somos, qué ansiamos, cómo vamos a seguir adelante. Los antiguos griegos desconocían el término crear, les bastaba con hacer. Considerarlo lidera al definir que comunicar el cine es compartirlo.

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