Foto. / cmkc.cu
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Creador de pura estirpe

“La Maka ha quedado sin voz: el maestro ha muerto”, quizás aleguen algunos con apesadumbrada firmeza; pero el popular espacio de diálogo, de sana y erudita descarga, que durante años promovió el folclorista, etnólogo e investigador Rogelio Martínez Furé en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) es –y seguirá siendo– fuente viva de saberes, plaza de reencuentro con nuestros ancestros, aunque la virtud y el ingenio de su mentor ya no animen el poder de la existencia sobre esta tierra.

Por varios años fue anfitrión de La Maka, en la sede de la Uneac. En la foto junto al director del CFN: el bailarín y coreógrafo Manolo Micler y la maestra de la misma institución, Julia Fernández. / havanatimesenespanol.org

Ahí pervivirán su savia de resistencia y arraigos, de poesía y cantos, de emotiva y expresiva palabra, capaz de asumir lo popular desde la cultura libresca.

En la memoria de muchos, también en los videos, permanecen los textos declamados en aquellas veladas que germinaban a partir de las esencias y entuertos de este hombre, excelso creador y estudioso de las tradiciones musicales y danzarias de origen africano.

Reconocido por la mayoría de los cubanos más como uno de los fundadores del Conjunto Folklórico Nacional (CFN) junto con el talentoso bailarín mexicano Rodolfo Reyes Cortés, la obra de Martínez Furé abraza múltiples aristas y abarca distintos géneros literarios (poesía, narrativa, teatro, ensayo).

Además de ser durante varios años asesor y libretista en el CFN, concibió guiones para la radio y compuso música incidental para este medio, el cual admiró por encima de otros como la televisión.

Junto al notable teatrista y animador de figuras, Pepe Camejo, escribió Ibeyi Añá, estrenada en el Teatro Nacional de Guiñol y considerada la primera obra dramática infantil donde se incluyen orishas como personajes.

Poesía Yoruba (1963), Poesía anónima africana (1968), Diálogos imaginarios (1979), Diwán africano, poetas de expresión francesa (1988), Briznas de la memoria (2004), Cimarrón de palabra. Descargas (2010), Pequeño Tarikh. Apuntes para un diccionario de poetas africanos (2014), Eshu (Oriki a mí mismo y otras descargas) (2015) son algunos de los títulos más notables de este cubano virtuoso que llegara a ser agasajado con el Premio Internacional Fernando Ortiz y los nacionales de Literatura, Danza e Investigación Cultural.

A la extensa lista de creaciones literarias y traducciones de su autoría, se suman composiciones musicales, con textos poéticos cubanos y anónimos de origen africano, así como guarachas y habaneras.

Conferencista durante décadas, alternó la literatura, la asesoría artística y la actividad pedagógica en importantes centros académicos nacionales y del orbe, con las funciones de experto para la Organización de Naciones Unidas para la Educación, las Ciencias y la Cultura (Unesco) y fue miembro del consejo técnico para la comisión cubana ante este organismo internacional.

Matancero rellollo

“Llegué a este mundo y me crié en la cuadra donde vivió, durante largos años, Miguel Faílde, el creador del danzón, pero también una señora que montaba un repertorio de zarzuelas y de óperas”, confesó en cierta ocasión este hijo oriundo de la Atenas de Cuba, al colega José Luis Estrada Betancourt en una entrevista para el diario Juventud Rebelde.

Sin duda tal raigambre de estímulos sensoriales contribuyó a modelar el universo cultural que lo convirtió en el ser humano sensible, culto y desprejuiciado que fue, orgulloso de sus raíces e identidad.

“La cultura cubana forma parte de la gran civilización caribeña y, por tanto, es heredera de las grandes civilizaciones del mundo; por tanto, no somos ni más ni menos de las culturas de nuestra área ni del resto del mundo”, expresaría de modo concluyente en el popular proyecto televisivo Cubanos en primer plano, trasmitido hace algunos lustros por la TV nacional.

Nacido en el seno de una familia con una situación económica holgada, a diferencia de muchas personas negras de su generación, pudo estudiar Derecho Civil, Derecho Administrativo y Derecho Diplomático en la Universidad de La Habana.

Los textos del Doctor Honoris Causa en Arte son un valioso aporte a la preservación
y difusión de las religiones, las músicas, las danzas, las oralidades y las literaturas
africanas, afroamericanas y caribeñas.

En los primeros años de la década de los 60 se integró a los seminarios de folclor y dramaturgia, en el recién instituido Teatro Nacional de Cuba, impartidos por los argentinos Osvaldo Dragún y Samuel Feldman; los cubanos Argeliers León, Moreno Fraginals, María Teresa Linares, Agustín Pi, entre otros.

A lo largo de aquellos encuentros convulsos, efervescentes en ideas y contradicciones, Martínez Furé trabó vínculos profesionales y de amistad con varios de sus contemporáneos, tan jóvenes entonces como él y que en el decurso devinieron destacadas figuras de la cultura cubana: Eugenio Hernández Espinosa, Maité Vera, José Ramón Brene, Gerardo Fulleda León, José Triana, Tomás González.

Su pasión por el canto y la música halló un poderoso aliciente al relacionarse con el sobresaliente músico y compositor Sergio Vitier.

“No olvidaré el año 1967, cuando juntos hicimos, por primera vez durante un cumpleaños de Nicolás Guillén, el ciclo de canciones compuestas por mí a partir de poemas de Nicolás. De esa experiencia nació el grupo Oru, donde se producía una simbiosis entre tradición y modernidad; algo verdaderamente renovador para aquellos tiempos”, revelaría a propósito de su cumpleaños 75.

Investigó, escribió y vivió infatigablemente. Se sintió siempre muy honrado de trabajar con el pueblo, con las personas que por medio de la oralidad legaron a las nuevas generaciones las tradiciones, creencias, mitos y cultos de sus antepasados. A quienes consideró verdaderas bibliotecas vivientes, expresión que tomaba prestada del escritor y filósofo maliense Amadou Hampâté Bâ.

En el extenso camino por explorar quiénes somos y de dónde venimos, afrontó prejuicios de toda índole, el desdén de muchos, diversos juicios subvalorativos sobre lo nacional y nuestro tronco común con África y el Caribe.

Además, en este largo trayecto despreció modelos, fórmulas extranjerizantes y la necesidad imperiosa de “blanqueamiento” cultural que tantos perjuicios han causado a nuestros pueblos por desdibujar su genuino cariz étnico.

Los resultados de sus indagaciones sobre nacionalidad, etnicidad, afrodescendencia e identidades traen intrínseco un sentido crítico avanzado, valioso y necesario para las generaciones venideras.

Crear una concepción renovadora acerca de la cultura tradicional y popular fue su principal y más caro estandarte; ese es el gran legado de un hombre, cuyo pensamiento universal quedó cincelado en estas palabras suyas:  

“No miremos hacia el pasado con idealizaciones ni como piezas de museos, sino como una cantera de formas vitales que puedan ayudarnos a desarrollar una cultura para los hombres y mujeres de este siglo XXI, en el cual vivimos, pero sin olvidar los antecedentes […] no debemos contentarnos con relatar lo que ha sido, sino contribuir a modelar lo que deberá ser”.

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