Foto. / minjus.gob.cu
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El desembarco por Duaba: cuando el honor supera a la adversidad

El 1 de abril de 1895 Antonio Maceo y una veintena de insurrectos desembarcaron por las costas de Guantánamo. Para que esto ocurriera, los mambises cubanos debieron superar numerosos obstáculos e, incluso, discrepancias personales


La primera expedición que arribó a Cuba para sumar mambises del exilio a la guerra recién iniciada fue la que trajo a Antonio Maceo a costas cubanas el 1 de abril de 1895. Sin embargo, debido a circunstancias menos divulgadas, en realidad el Titán de Bronce no organizó la travesía y la nave en que él viajaba quedó destrozada a escasa distancia de tierra firme.

En ese itinerario también participaron otros destacados oficiales de las guerras anticoloniales anteriores: José Maceo, Agustín Cebreco y Flor Crombet. Sobre este último recayó la responsabilidad de transportar al grupo de patriotas radicados en Costa Rica. La presencia de esos jefes militares, en especial la de Antonio Maceo, era fundamental para consolidar el estado de guerra en la Mayor de las Antillas.   

Los hechos en torno al desembarco por Duaba parecen extraídos de una novela de aventuras, pero en realidad corresponden a las vivencias de un puñado de hombres comprometidos con la independencia de Cuba. Han podido ser reconstruidos gracias al trabajo de varios investigadores, quienes acudieron a documentos y testimonios que trascienden a la actualidad en múltiples formatos.

Las informaciones que permiten reconstruir los hechos en torno al desembarco de Antonio Maceo y su grupo trascienden en distintos formatos, incluso audiovisuales, como la teleserie documental Duaba. La Odisea del Honor, que en 2013 arrojó luces sobre el tema. / cmkc.cu

Honor

Desde hacía varios años se había producido cierto distanciamiento entre Crombet y los Maceo. Se ha explicado que los caracteres de José y Flor no compaginaban; entre ellos surgieron discrepancias. No obstante, las fuentes consultadas coinciden en que sus divergencias no se trataban de principios y que en cada momento pusieron la causa de la patria por encima de los conflictos personales.

Cuando se aproximaba el reinicio de la guerra en Cuba ya José Martí, como líder del Partido Revolucionario Cubano (PRC), y Máximo Gómez, elegido jefe del Ejército Libertador, tenían definido que una expedición llevaría a incorporarse a la lucha al grupo de revolucionarios exiliados en Centroamérica, con Antonio Maceo al frente. Sin embargo, en último momento se dio una situación que puso en aprietos a Martí y Gómez, y en peligro al impulso de la propia revolución. En el libro Historia de Cuba. 1492-1898. Formación y liberación de la nación se explica que:

“El general de Oriente, desconocedor del estado del tesoro del PRC, solicitó una suma de dinero algo crecida para organizar la expedición que lo llevaría a Cuba. Imposibilitado de enviársela, Martí -después de consultar con Gómez- debió autorizar a Flor Crombet para que se encargase de dicha expedición, ya que éste se había ofrecido a hacerlo por una suma menor”.

Inicialmente, Antonio Maceo había pedido a la dirección del PRC 6 000 pesos para el empeño. El 26 de febrero de 1895 Martí fechó en Montecristi una carta a Antonio Maceo en la que explicaba que tal suma no era posible y que incluso él y Gómez tendrían que afrontar similar escasez financiera para llegar a la mayor isla del Caribe. El Apóstol persuadía al Héroe de Baraguá para que no perdiera la oportunidad de embarcarse a Cuba en la expedición que Crombet organizaría con los 2 000 pesos disponibles:  

“Cuba está en guerra, General. Se dice esto, y ya la tierra es otra. Lo es ya para Vd. y lo sé yo. Que Flor, que lo tiene todo a mano, lo arregle todo como pueda. ¿Que de Vd. pudiera venirle el menor entorpecimiento? (…) Flor tendrá sus modos. Del Norte irán las armas. Ya sólo se necesita encabezar. No vamos a preguntar, sino a responder. El ejército está allá. La dirección puede ir en una uña. Esta es la ocasión de la verdadera grandeza. De aquí vamos como le decimos a Vd. que vaya. Y yo no me tengo por más bravo que Vd., ni en el brío del corazón, ni en la magnanimidad y prudencia del carácter. Allá arréglense, pues, y hasta Oriente!”.

La epístola tuvo los efectos esperados. Bajo la coordinación de Crombet, el grupo zarpó el 25 de marzo en un vapor inglés desde Puerto Limón, en el litoral este de Costa Rica. Hicieron escala en Jamaica, donde abordaron otros pasajeros, y luego estuvieron cerca de su patria. Pero J. W. Samson, el capitán del vapor inglés, no accedió a detener la marcha para que los revolucionarios cubrieran en botes la distancia que los separaba de Cuba, por temor a que los nuevos viajeros lo denunciaran por piratería al llegar al próximo puerto. Para los mambises no quedó otra opción: debieron continuar viaje hasta la isla Fortuna, en Bahamas. Allí, después de varias gestiones, lograron proseguir la travesía a bordo de una goleta alquilada, cuyo nombre Honor, coincidía con una de las características más sobresalientes de aquellos patriotas.

A Flor Crombet correspondió organizar la expedición que trajo al importante grupo de patriotas de Costa Rica hacia Cuba. / radioenciclopedia.cu

¿Desembarco o naufragio?

En la madrugada del 1 de abril Honor se arrimó a las costas de Oriente. Por segunda vez en menos de una semana, los mambises exiliados en Costa Rica habrían estado eufóricos al saberse próximos a su patria. La primera, a bordo del vapor inglés, los insurrectos no alcanzaron sus propósitos de desembarcar, a pesar de la cercanía. Esta vez las aguas, que eran una tempestad, impedían al barco estabilizarse. En un momento inicial, con el ancla de la goleta echada al fondo del mar, los expedicionarios intentaron ganar la tierra en botes. Fue imposible: el oleaje no permitía siquiera aproximarse a la playa.

De regreso a la goleta, se dio una situación extremadamente tensa, pues los mambises ordenaron al capitán de la nave, Salomón Key, avanzar sobre el litoral. Salomón Key era de Bahamas y, en un inglés incomprensible para casi todos los expedicionarios, intentaba explicar que, de seguir adelante, se encallarían. Los mambises estaban ansiosos; temían que fueran alcanzados por alguna cañonera española y, estando tan cerca por segunda vez, no pudieran pisar el suelo cubano. Entre las discusiones de Flor, José y el capitán del barco por definir qué hacer se aproximó Antonio y furioso preguntó:

— ¿Quién manda aquí?  

Hubo un silencio unánime. Por mediación del que mejor hablaba inglés del grupo, Antonio, recobrando su autoridad, dio órdenes al capitán. Salomón Key, a pesar de no estar de acuerdo, debió enrumbar hacia la costa. La goleta se encalló —como predijo el capitán—, se viró de un lado y los navegantes alcanzaron las arenas como pudieron. Poco después era bombardeada por una patrulla española, sin otro efecto que su destrucción. Finalmente, tras años fuera de Cuba, y después de sortear tantos avatares, se incorporarían a la guerra quienes debían ser varios de sus principales líderes.  

Se trataba de 23 combatientes, la mayoría veteranos de la Guerra de los Diez Años. Los demás eran nativos de otros países de Hispanoamérica, simpatizantes del independentismo cubano que zarparon junto a los cubanos con grados de oficiales. En total llevaban solo 13 fusiles, algunos revólveres y varios machetes. De algo tenían certeza: habían arribado a Cuba. Mas no sabían en qué parte del archipiélago se hallaban, ni mucho menos hacia dónde marchar para unirse a las fuerzas que ya combatían. Aquello, más que un desembarco, parecía un naufragio. No obstante, la voluntad y el entusiasmo se mantuvieron inquebrantables.

Al arribar a la casa de un campesino, le preguntaron qué sitio de Cuba era ese lugar. El campesino les explicó que estaban relativamente cerca de Baracoa, es decir, en Guantánamo. También indagaron sobre la situación de la guerra en esa zona; el Titán de Bronce pareció contrariado al escuchar que por ahí no se había oído ni un solo tiro.

El más ilustre de los hijos de Mariana Grajales le preguntó al campesino si él conocía a Antonio Maceo. El campesino le dijo que él había escuchado hablar de ese hombre de la Guerra de los Diez Años, pero que no vivía por ahí y no lo conocía. Entonces, con la mano extendida, el líder de Baraguá le dijo:

— Mucho gusto. Yo soy el general Antonio Maceo para servirle a usted.

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3 comentarios

  1. Buen trabajo, con gran nivel de detalles. Solo no especifica el destino del Capitán Salomón Key, posterior al naufragio (al que se involucra en la descripción), así como al motorista que creo también sobrevivió al naufragio. Esto también forma parte de los hechos y merecen considerarse, no obstante los resultados. Gracias

  2. Es una historia hermosa,llena de arrojo y valentía,de uno de lo héroes más grande de nuestra patria y de sus compañeros,hay que multiplicar la con nuestros niños, jóvenes y adultos.Viva Cuba libre y como dijo Fidel en honor a Maceo,Cuba será un Eterno Baragua.

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