En el siglo XXI han surgido nuevos usuarios en disímiles contextos, de ahí la necesidad de generar en la TV tradicional formas y contenidos atractivos del espectáculo, lo cual favorecerá la capacidad interpretativa como concepto de apropiación de lo valioso, lo entretenido, lo interesante.
No se trata de reclamar para una u otra disciplina (guion, fotografía, dirección de arte, puesta en pantalla) mayores privilegios en cuanto al despliegue de la visualidad, sino de ampliar la multiplicidad de enfoques en el contexto general de la transformación de las prácticas simbólicas.
Buena parte del mundo desarrollado, y del menos desarrollado, es una sociedad mediática multipantalla. Sin duda influye esta omnipresencia en la ocupación del tiempo y de la vida; al parecer, la necesidad de compartir lo visto por otros, conspira, en ocasiones, contra esa educación de la mirada que requiere una actividad selectiva. Se consigue mediante el proceso de autoaprendizaje, el cual es imprescindible para desarrollar la capacidad del intelecto y el entendimiento del complejo entorno, propenso a la saturación de los sentidos, de las mentes, el embotamiento perceptivo.
¿Qué ocurre con el mundo que vemos en el cine? ¿Ese mundo llega sistemáticamente a la TV cubana? La complejidad de los actos de ver exige entregar a los públicos sistemáticamente herramientas que contribuyan a la recepción cultural reflexiva.
En opinión de Michael Chanan: “Mientras Hollywood se expandía por todo el globo, las industrias cinematográficas locales en los países del Tercer Mundo lograban arraigarse solo cuando el mercado nacional era suficientemente amplio y a condición de que los presupuestos se mantuvieran bajos. Desde el punto de vista del imaginario estético, ese fue el momento en que el cine latinoamericano se metió de cabeza en la modernidad y, en el proceso, creó un discurso visual totalmente nuevo en el cual, un país tras otro, el continente entero, fue reconfigurado y nuevamente concebido”.
No obstante dicha realidad, aún falta en nuestros canales ese quehacer amplio, diverso. Nunca lo olvidemos, el hábito de ver y comprender lo mejor de las cinematografías, se construye. Igual ocurre con el gusto: no nace, se forma.
Por ejemplo, quizá el espacio Algo para recordar (Multivisión, domingo, 8:00 a.m.) –y no es el único– podría contribuir a la ampliación de esa mirada otra que necesitamos.
Como reconoció a BOHEMIA en una ocasión la vedette de Cuba Rosita Fornés: “El tiempo pasado no se recupera, pero mucho podemos aprender de experiencias vividas. Actores y actrices han dado fe de ello al encarnar personajes de extrema complejidad, sinceros, orgánicos. Ellos merecen verse en el hogar más frecuentemente”.
Si nuestra TV pública hiciera mayor énfasis en películas de culto, cine de autor de varias naciones o filmes inspirados en literaturas universales (como ocurre en Letra fílmica), ciclos que privilegien a realizadores notables de todos los tiempos, se daría continuidad a una etapa necesaria en la promoción del audiovisual de valores éticos.
Tampoco olvidemos conceptos estéticos: hay que comprender el arte en su dimensión de sistema de signos cuyas unidades se articulan mediante cierta intencionalidad comunicativa, la cual indica un camino para descubrir qué representa lo expuesto y cómo funciona el lenguaje artístico.
Rescatar o presentar por primera vez espacios de influjo cultural cumple un rol decisivo, pues constituye un vehículo poderoso para la transmisión de actitudes positivas, el análisis del comportamiento humano, de emociones y sentimientos.
Los proyectos requieren el trabajo conjunto de una tríada indispensable: guionista, asesor, director. Aunque el último es el máximo responsable del conjunto final, el intercambio, la discusión entre ellos resulta indispensable para que no se afecten el concepto dramatúrgico y la realización de un todo, el cual precisa del esfuerzo mancomunado. Pensemos en esto.