El odio ataca a Cuba

La agresión contra la sede diplomática de Cuba en Washington fue una muestra de violación de convenciones internacionales


El 24 de septiembre de 2024, cerca de las 7: 52 de la noche, un hombre llegó a su destino: la calle 16th Northwest, en Washington D.C. Se agachó frente a la embajada de Cuba en Estados Unidos. Lo sucedido posteriormente quedó registrado por la cámara de seguridad de la edificación: el hombre sostuvo dos botellas, incendió las mechas, tiró los objetos y procuró que cayeran justo en la fachada de la estructura. El agresor escapó antes de que alguien lo pudiera atrapar.

La presencia de un solo individuo en el atentado no quiere decir que haya sido un acto aislado y solitario. / cubaminrex.cu

A solicitud de la misión diplomática, agentes del Servicio Secreto norteamericano se presentaron y revisaron el lugar de los hechos. La embajadora cubana en Estados Unidos, Lianys Torres Rivera, publicó fotos de las afectaciones al inmueble. Los llamados cocteles molotov no provocaron víctimas mortales. 

Unas horas antes el presidente Miguel Díaz-Canel había regresado a La Habana, luego de pasar toda la semana en Nueva York, donde asistió a la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas. Al denunciar el atentado contra la legación, mencionó: “El odio lanzó, otra vez, un ataque terrorista contra nuestra embajada en Washington, en un acto de violencia y de impotencia que pudo costar valiosas vidas”.

Por su parte, Estados Unidos condenó “duramente” el suceso. Así lo afirmó el lunes 25 de septiembre por la noche en un comunicado Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. El funcionario manifestó que las agresiones contra instalaciones diplomáticas son inaceptables y precisó que su Gobierno está “en contacto con […] las autoridades encargadas de hacer cumplir la ley para garantizar una investigación apropiada y oportuna”.

En 2020, Alexander Alazo disparó 32 veces, aproximadamente, contra la Embajada cubana con un fusil AK-47. / cubaminrex.cu

La presencia de un solo individuo en el atentado no quiere decir que haya sido un acto aislado y solitario. En la noche del 29 de abril de 2020, el ciudadano cubanoamericano Alexander Alazo, de 42 años, disparó contra el mismo sitio 32 veces, aproximadamente, con un rifle semiautomático AK-47. Desde entonces fue arrestado y enfrenta un dilatado proceso judicial, en el que se discute, entre otros elementos, si está capacitado mentalmente para asumir las consecuencias de sus actos.

El ataque a una embajada es condenable por la Convención de Viena de 1961 y la Convención sobre la Prevención y el Castigo de Delitos contra Personas Internacionalmente Protegidas de 1973.

Quien hurgue un poco en el pasado comprobará que al menos 581 actos de terrorismo de Estado se produjeron contra representaciones diplomáticas de Cuba desde el triunfo de la Revolución, en enero de 1959. Así, a más de 64 años de aquellos inquietantes recuerdos de la Guerra Fría, hay dos certezas. Una: en cuestiones de atentados, las cosas no han cambiado demasiado. Y dos: esos mismos sujetos también son los que representan al racismo ancestral, que incluso históricamente vulnera a sus propios connacionales por razones ideológicas, religiosas y, la más despreciable, por el color de la piel.

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