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Gente para la Historia

“Un historiador es un profeta al revés”, expresó Ortega y Gasset. A propósito de celebrarse este 1 de julio su jornada, dedicamos este mensaje de felicitación y reconocimiento a todos los que ejercen el oficio de salvaguardar la memoria


Esencia de la Historia: el Alma de la Historia. Cuanto enseña la vida de los pueblos. Estudio paralelo; y luego que todo esté visible y corpóreo como un mapa, ante los ojos, deducir la real significación del progreso, prever y entrever el mundo futuro en la organización terrenal, y el destino final de nuestro espíritu; sentenció aquel cronista magistral que fue José Martí.

Y es que los pueblos, con esa natural inquietud de búsqueda y conciencia, disfrutan conocer, de manera más o menos detallada, aspectos relacionados con los tiempos pasados y con aquellos antepasados que transitaron el espacio que ocupan hoy.

El destacado historiador Emilio Roig de Leuchsenring en 1944. / repositoriodigital.ohc

De satisfacer ese interés, o necesidad, se encargan hombres y mujeres doctos: gente que vive para la Historia. Día a día viajan en la máquina del tiempo, rebuscan en archivos engavetados, hurgan entre líneas de documentos y libros antiguos, exploran las cuevas y las rocas, indagan en los montes y las ciudades, y beben hasta en la fuente veleidosa de la tradición oral. Como el saber no puede ser lujo, luego lo esparcen como luz radiante en forma de artículos, memorias, ensayos, biografías, audiovisuales, clases…

Gracias a esa sensibilidad, clarividencia y esmerado oficio –lamentablemente, no siempre bien recompensado–, los historiadores reescriben y rescatan para la posteridad leyendas y tradiciones, episodios y lugares; personajes protagónicos o desconocidos recreados en sus arrestos, vanidades, energías, hábitos, cantos, preocupaciones y también ridiculeces.

En esa recreación cognitiva hemos sido aborígenes sometidos por los colonizadores, cabalgado a toque del clarín en endemoniadas cargas al machete, participado de heroicos asaltos y combates, gritado en viriles protestas y reuniones decisivas, leído cartas conmovedoras y escritos febriles, escuchado discursos inolvidables, sentido el dolor punzante junto a las madres de los mártires; solidarizado con los sobrevivientes y familiares de las víctimas del terrorismo. Hemos aprendido de sacrificio, intransigencia, resistencia, unidad… La épica cubana.

Nos hemos convencido, entre tantos preceptos, que las trincheras de ideas valen más que las de piedra, que la libertad se conquista con el filo del machete y que Cuba, un eterno Baraguá, no debe su independencia más que a sus propios esfuerzos. Pues perpetuar el testimonio de nuestras raíces no se limita al mero placer de revivir novelísticamente la atmósfera de siglos idos o al ego umbilical de quien diserta o escribe un encomiable panfleto, sino que significa preservar muchos valores de nuestra identidad sociocultural que la voracidad del tiempo habría borrado, inexorablemente.

El historiador remueve, pregunta, corre a la información, viaja en el tiempo, se nutre de la esencia de la historia; no se conforma. Asombra pensar el trabajo, la constancia y los inconvenientes que afrontan habitualmente en su quehacer profesional, en el afán de acopiar la mayor cantidad de datos posibles y aportar las conclusiones más objetivas.

Quizás para otros sea demasiado pesada e ingrata la tarea de reconstruir el ayer y el roce con papeles calcinados, de tinta oxidada y hediondos a viejo. Pero los historiadores tienen cualidades peculiares como la tenacidad, la agudeza, el talento, el compromiso con la verdad y el amor por la patria. Como el catador de vinos, tienen el reto de descifrar los misterios embotellados, dilucidar por qué los acontecimientos tomaron ese rumbo y no otro; analizar el carácter de los héroes con sus virtudes y tachas, porque es incorrecto pintar semidioses invencibles, sino presentar el legado de seres humanos con sus sueños y contradicciones, como todo hombre de su tiempo; lo mismo que deben enjuiciarse los hechos en la efervescencia de su momento preciso.

Mientras más fundamentada y raigal sea tal savia, se podrá entonces ilustrar mejor a los ojos del presente, y motivar para que aprendan a proteger el vasto patrimonio que les ha sido dado en herencia; a separar lo importante de lo baladí, a advertir ciertos peligros y a aprender de los errores para no pecar en nuevos extravíos. He aquí la gran misión social de los historiadores.

Mucho se ha insistido en el principio de que, de cara al futuro, es necesario conocer al dedillo de dónde venimos. Y no es frase manida, sino una idea fundamental para el desarrollo de la humanidad; máxime en tiempos que andan sueltos por el mundo los fantasmas de la neocolonización ideológica, de la metamorfosis de la historia, de la reinvención de símbolos. Es también cuestión de supervivencia.

En tal sentido, la atención al peso creciente de esa realidad contemporánea, tanto como los eventos alarmantes, los nudos gordianos de la economía, los dramas del ámbito cultural, las incógnitas presentes y futuras, reconfiguran asimismo el abanico de temas que requiere de una respuesta coherente y holística de los más de 4 700 asociados –en 350 secciones de base– a la Unión de Historiadores de Cuba.

Para esta organización las aspiraciones y expectativas son enormes como los desafíos: desempeñar un rol más activo en la protección del patrimonio nacional, estimular la investigación, aplicar la tecnología en la digitalización de materiales y garantizar su posicionamiento en Internet; enseñar –contagiar, diría yo– la Historia de manera didáctica, verídica, justa, sin mistificaciones ni encartonamientos, para transmitir a las jóvenes generaciones, más que los papeles, lo distintivo de un pueblo, el alma legítima y profunda. Eso es fertilizar el árbol de la sociedad desde sus raíces.

Cupo a Emilio Roig de Leuchsenring –hombre cuya modestia corría a la par de su genio– la honra de ser nombrado oficialmente primer historiador de la ciudad de La Habana. Fue el 1 de julio de 1935. Por la trascendencia que tiene la obra y las acciones del insigne intelectual, sobresaliente por sus contribuciones de valor inestimable a la cubanía, se dedica esta jornada a rendir homenaje a esos guardianes de la cultura y la identidad desde los campos de la historiografía, la arqueología, la etnología, la archivología, la museología, el patrimonio, entre otros afines.

Llegue nuestra inmensa gratitud y reconocimiento a todos los que ejercen ese hermoso e imprescindible oficio de salvaguardar la memoria de la nación que, por demás, sería como decir un pedacito de la memoria universal. Así lo sentenció, sabiamente, el gran Rabindranath Tagore: “No hay más que una historia: la historia del hombre. Todas las historias nacionales no son más que capítulos de la mayor”.

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