Una memoria ignorada

Así se forjó la libertad según el excepcional relato de un testigo-participante en los sucesos del 10 de octubre de 1868


¿Sabía usted que desde el inicio de la guerra Carlos Manuel de Céspedes manejó la idea de invadir Occidente? ¿Conocía los nombres de los presentes en el levantamiento armado y que hubo entre ellos dos colombianos y hasta dos españoles? ¿Qué pasó en las horas previas y sucesivas?

Rara fotografía de Céspedes y otros encartados del 10 de octubre. Supuestamente fue tomada en Manzanillo días antes del alzamiento. (BOHEMIA, 2 de octubre de 1955).

Respuestas a esas interrogantes –o curiosidades históricas– pueden hallarse en un escrito que el coronel José Joaquín Garcés Ramírez, superviviente del alzamiento en el ingenio Demajagua, redactara en Manzanillo en 1900. Esta versión, que contiene los episodios comprendidos del 9 de octubre a la capitulación de Bayamo el día 22, ha sido poco divulgada; pero por su valor descriptivo y testimonial constituye un documento excepcional.

El capitán Arturo González Quijano, depositario del manuscrito original, tuvo el acierto de sacarlo a la luz en el Boletín del Ejército Nacional, en el número correspondiente al mes de octubre de 1929. Con similar acierto la revista BOHEMIA lo reprodujo –en dos partes, dada su extensión– en sus ediciones 41 y 42, de octubre de 1955. A propósito del aniversario 155 de aquel hito histórico, repasamos el interesante documento.

Día 9: El llamado de la Patria

Relata Garcés Ramírez que: “habiendo llegado a conocimiento de Carlos Manuel [de Céspedes] que el Teniente Gobernador de Manzanillo había expedido orden de prisión contra la mayor parte de los congregados en El Rosario, dio pronto aviso a los comprometidos en la noche del día 8 de octubre, para que inmediatamente se tomaran las medidas conducentes al levantamiento, y ordenaba se le incorporaran en su ingenio La Demajagua resuelto a no detener un momento más el curso de los acontecimientos lanzándose a la pelea.

“El llamamiento se hizo extensivo a toda la jurisdicción y desde las primeras horas de la mañana del día 9, grupos de hombres montados y sin más armas que el machete de labranza, acudían al lugar indicado por Céspedes, donde se reunieron ese día más de quinientos de todas las clases y condiciones sociales.

“Luis Marcano y Rafael Caimary insurreccionaban a Jibacoa, Ruz y Mestre a El Blanquizar y El Caño, Titá Calvar a Guá, y algunos de los Céspedes (Pedro) a Vicana, mientras alguien lo hacía desde Portillo a Cabo Cruz.

“Una de las partidas que llegaron a La Demajagua conducían en calidad de prisioneros a dos peninsulares, comerciantes de Manzanillo, que de Bayamo retornaban al punto de su residencia con cinco mil pesos en las alforjas. Por disposición de Céspedes fueron puestos a buen recaudo”.

La revista El Fígaro publicó en 1895 esta estampa de la casona donde se dieron cita los sublevados.

Día 10: Grito de guerra

En la mañana del sábado 10 de octubre de 1868, Céspedes convocó a formar la gente y desplegar la bandera que –aunque no lo expresa Garcés– había cosido la joven Candelaria Acosta (Cambula). El primer abanderado fue Emilio Tamayo, de 20 años, quien paseó el pabellón de la estrella solitaria por el ingenio devenido campamento. Tomás Barrero fue el primer centinela. El encargado de romper el alba a toques de la campana emancipadora fue el joven bayamés Miguel García Pavón, quien también sería el último sobreviviente de la trascendental fecha. Rafael Castellanos, alias Guairaje, fungió como primer corneta. El negro Jesús fue el primero en contestar a Céspedes: “Yo voy con usted a pelear”.

El texto en cuestión revela que luego el gran líder “pronunció un corto discurso en el que se dio a conocer como Capitán general primer Jefe de la Revolución; explicó algo de cuáles eran las aspiraciones, en sentido político, de los sublevados, conjurándolos a morir o vencer en la demanda: fijó como grito de guerra el de ‘Viva Cuba Libre’, que fue repetido por todos los allí presentes, inclusive los dos prisioneros que, a corta distancia y sombrero en mano, veían y escuchaban cuanto se decía y hacía en aquellos momentos, terminando Carlos Manuel profetizando la pronta llegada del Ejército Libertador a las riberas del Almendares, ‘cuyas límpidas aguas –decía– apagarán la sed a nuestros corceles, prontos a hollar con sus cascos el último rincón donde se oculte el ibero’. ¡Rompan filas!”.

El resto de la jornada se ocuparon “en fabricar cartuchos para las cincuenta o sesenta escopetas que poseían como único armamento de fuego; en distribuir esas armas, que fue obra de romanos, pues cada cual quería una y era peligroso el establecer preferencias, y en recibir cuantos hombres llegaban a los campos inmediatos y hasta de la misma población.

“A las diez u once de la noche de ese día emprendieron lenta y cautelosa marcha, pasando por El Congo, y llegando, con los albores de la mañana, al ingenio San Francisco. Allí conferenció largamente Carlos Manuel con el administrador de aquella finca, D. Francisco Javier Calvar; escribió algunas comunicaciones que confió a dicho señor Calvar, se hizo de algunos machetes que distribuyó entre los que no llevaban; puso en libertad a los dos comerciantes prisioneros que con sus 5000 tulipanes partieron cual saeta para Manzanillo, y el Ejército Libertador continuó marcha, pasando por El Rosario, San Luis y La Caridad, hasta Palmas Altas”.

Vista panorámica de Demajagua según una imagen captada por Ernesto Bavastro, en enero de 1863. (BOHEMIA, 9 de octubre de 1955).

Día 11: Rumbo a Yara

“En ese punto –prosigue la narración- a presencia del Ejército y de viva voz, nombró Carlos Manuel, Tenientes Generales a Bartolomé Masó y a Jaime Santiesteban, el primero segundo Jefe para sustituir al Capitán General (C. Manuel) en caso necesario y al segundo para el mando inmediato de las fuerzas, la cual desde ese momento quedó bajo su responsabilidad y sus órdenes.

“Terminado ese primer acto de reorganización, continuaron en dirección de Las Orillas, a cuya finca llegaron a eso del mediodía. Procedieron a beneficiar algunas reses, que entregó el mayoral de la hacienda, previo papel justificativo con que poder cobrar su valor a la terminación de la guerra. A medio salcochar fue devorada aquella carne por todos y cada uno de los allí presentes, comiéndola, como decían más tarde en Camagüey: ‘Carne con carne’.

“Concluido el almuerzo, hicieron rumbo a Yara. La marcha cada vez era más lenta, los pocos que iban a pie, ya ‘no podían más’, y aún los jinetes estaban medio molidos, no acostumbrados a esa clase de marchas, que hacía por primera vez, y a jornada tan prolongada. Caminaban por en medio de las sabanas, al raso y el sol era sofocante”.

En ese trayecto se toparon con un “correo” al que detuvieron y ocuparon la mensajería. Céspedes ordenó hacer un alto a una legua de Yara y envió dos emisarios: “uno para explorar la zona de Cobos y el otro para notificar al “Capitán del Partido, autoridad española en Yara, la intención de C. Manuel de pernoctar esa noche en aquel poblado, e informarse si la opinión allí le era favorable u hostil.

“Rendidas ambas comisiones, y persuadido por ellas de la carencia de enemigo en el territorio recorrido, emprendió Carlos Manuel de nuevo la marcha, en momentos en que comenzaba a llover. El aguacero fue de poca duración y no abundante en agua; pero lo bastante para que todos quedaran empapados, y como ninguno portaba cartuchera, llevando los cartuchos a granel en las faltriqueras de las chamarretas, quedaron inútiles las municiones distribuidas”.

El relator-participante activo define como un lance “ocurrente” el que nadie reparara en el estado de las balas, sino hasta cuando fue demasiado tarde. La columna insurrecta marchaba con los escopeteros a vanguardia, detrás iba la jefatura encabezada por Céspedes y cerraban, a manera de retaguardia, hombres desarmados y los macheteros.

Apunta José Joaquín en su memoria que para entonces la alarma había llegado a la cercana villa de Manzanillo. Temeroso de un posible asalto, el gobernador de la plaza solicitó apoyo al mando de Bayamo. De esta ciudad partieron 50 infantes de tropa regular en la mañana del 11, con dirección a la localidad de Yara. Allí pasaron la noche, bajo un cielo cerrado y lluvioso.

“Dos grupos de hombres, ignorantes unos de los otros iban a su encuentro. Eran los siervos que querían romper sus cadenas. Y eran los dueños que querían remacharlas. Los unos entran en Yara por las puertas de Manzanillo, los otros por las puertas de Bayamo. Aun no se han apercibido. Siguen andando. Ya están en la Plaza. Todo es silencio. Al ¿quién vive?, gritan unos. ‘Cuba Libre’, responden otros. ¡Fuego! Cincuenta detonaciones, casi simultáneamente se dejan oír. Han disparado los españoles. Los cubanos contestan disparando sus escopetas. La tropa toma posesión de casas inmediatas y por puertas y ventanas hacen fuego graneado”.

Rodilla en tierra, los sublevados pretendieron responder también con plomo, pero no tenían cartuchos servibles. La pólvora estaba mojada y justo ahí se percataron de ello. Sobrevino el desorden y la deserción. Quedó apenas una docena liderada por Céspedes, que intentó dilatar la resistencia y sostener fuego con revólveres. Emprendieron la inevitable retirada. Diez minutos después, todo quedó en silencio.

“Mientras todos caminan al acaso, Fernando Guardia lucha con los estertores de la muerte: un balazo le había atravesado el corazón. Primer soldado cubano que dio su vida en aras de la independencia de la Patria”, afirma el testigo presencial.

El naciente Ejército Libertador quedó disperso tras la escaramuza de Yara. Ha sufrido su primera derrota en su primer combate, pero no ha muerto el espíritu rebelde. Céspedes se agigantaba en ejemplo inmortal: “¡Aún quedan doce hombres! ¡Bastan para lograr la independencia de Cuba!”.

Avisado por las detonaciones, acudió Luis Marcano con cientos de hombres. En el camino encontró a Céspedes. Los jefes “conferenciaron y resolvieron marchar a Calambrosio, dejando jinetes que recorrieran las inmediaciones y avisaran a los que fueran encontrando, el lugar a donde ellos se dirigían”.

Una semana después del grito independentista, el barco de guerra Neptuno bombardeó la propiedad de Céspedes hasta dejarla en ruinas. (Foto publicada por La Ilustración Española y Americana en 1895).

Día 12: La lucha continúa

“A la mañana siguiente continuaban las pesquisas en pos de los dispersos en la noche anterior, y como en la madrugada se habían incorporado varios, y continuaron aquel día incorporándose, volvió a reunirse un total de ochocientos hombres por lo menos”, estima el coronel Garcés.

Entonces, de manera certera, el Hombre del Ímpetu –como lo bautizara Martí– confirió a Luis Marcano el grado de teniente general y lo nombró jefe de operaciones. El dominicano, ducho en el arte militar, dotó de inmediato de carácter marcial a aquella masa amorfa de hombres sin experiencia ni orden táctico. Estaba prendida la llama inapagable de la Revolución.

Los 35 primeros hombres llegados a La Demajagua el 9 de octubre, según el coronel José Joaquín Garcés, junto con Carlos Manuel de Céspedes:

1. Carlos Manuel de Céspedes   
2. Manuel de Jesús Calvar (Titá)
3. Francisco Javier de Céspedes
4. Ignacio Martínez Roque   
5. Bartolomé Labrada               
6. Juan Fernández Ruz            
7. Enrique del Castillo             
8. Manuel Socarrás               
9. Rafael Cedeño             
10. Agustín Valerino          
11. Vicente Frías                
12. Emilio Tamayo                      
13. Rafael Pérez (padre)            
14. Juan Hall Figueredo     
15. Rafael Pérez (hijo)            
16. José Joaquín Garcés Ramírez
17. Rafael Castellanos (Guairaje)
18. Jesús Martínez (Machuca)    
19. Bartolomé Masó Márquez 
20. Ricardo R. de Céspedes
21. Isaías Masó Márquez
22. Rafael Masó Márquez
23. Francisco Javier Garcés        
24. Ignacio Borrero
25. Ángel Maestre 
26. Andrés Socarrás 
27. Emiliano García Pavón
28. Evaristo Campa 
29. Rafael Ferrer (Colombia)
30. Miguel García Pavón   
31. Jaime Santiesteban  
32. Manuel Estrada (Pimpín)
33. Rafael Izaguirre    
34. Rafael Tornés 
35. Aurelio Tornés  
36. Emilio Ferrer (Colombia)  
   

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