Imposible negar las amplias opciones que Internet pone en nuestras manos; sin embargo, aprovecharlas mejor depende de advertir también sus brechas y manipulaciones. El tema resulta esencial para todos, desde el ciudadano común hasta instituciones de diversa índole, incluidas aquellas que tradicionalmente se han dedicado a suministrar conocimientos, como las bibliotecas
¿Nunca te ha ocurrido que al leer un texto en una publicación digital o un mensaje en las redes sociales tus dedos parecen adquirir vida independiente y antes de poder razonar ya lo estás compartiendo? Tras ese instante pueden suceder dos cosas: o pasas al siguiente post y tu mano vuelve a hacer de las suyas, o te detienes y te preguntas por qué rayos le acabas de contar a tus “amigos” que (por citar un ejemplo hipotético extremo) el edificio de la esquina se derrumbó, si por el contrario lo estás viendo enterito desde la ventana de tu cuarto.
La alta frecuencia con que este comportamiento (actuar antes de pensar, solo porque la información nos llega de una fuente cercana o con la cual simpatizamos) se repite en la red de redes ha motivado, y continuará generando, investigaciones psicológicas, sociológicas, o sobre las maneras en que hoy se enlazan los medios de comunicación y los seres humanos.
Igualmente preocupa a los organismos vinculados con la cultura y la educación, pues el dedito hiperactivo o, mejor dicho, el impulso de participar, mostrarse diligente, bien visible, y dejarse llevar por las emociones o por discursos que a primera vista aparentan ser verdaderos, está contribuyendo a diseminar mentiras (fake news), desinformación y hasta creencias absurdas, desmentidas hace tiempo por la ciencia y las observaciones directas, como asegurar que la Tierra es plana.
Sobre estos tópicos se debatió –entre múltiples temas, incluidas las vastas potencialidades del universo digital– en el VII Coloquio Internacional Del Papiro a la Biblioteca Virtual, organizado en La Habana por Casa de las Américas.
Resulta comprensible que lo referido a Internet interese sobremanera a los bibliotecarios y colegas de especialidades afines, ya que no solo en numerosas localidades sus lugares de trabajo se han ido vaciando de visitantes –ahora un número considerable busca el saber por su cuenta y riesgo–, sino que en muchos casos ellos mismos necesitan actualizar sus competencias para nadar en las aguas procelosas del ecosistema digital y renovar los servicios de sus instituciones.
Según los entendidos, el problema tenderá a agravarse en el futuro, por lo cual es vital que los bibliotecarios mantengan o recuperen los roles protagónicos en las lides de la información; a partir de pertrecharse con las herramientas idóneas.
Salir de su zona de confort (el espacio físico de la biblioteca tradicional), y afincarse en los predios virtuales, precisa ante todo conocer bien el terreno, sus posibilidades y obstáculos. A ambos se refirió Elena Nápoles (oficial del Programa de Comunicación e Información de la Oficina Regional de Cultura para América Latina y el Caribe de la Unesco), en una conferencia magistral: Alfabetización mediática e informacional para el desarrollo sostenible.
Aturdidos por la avalancha
Si bien ella se dirigió a un auditorio de especialistas, buena parte de lo manifestado sintetiza, con un lenguaje sencillo, los retos que cualquiera de nosotros enfrenta cotidianamente al navegar por Internet: el ritmo vertiginoso con que ahí se crean y circulan los contenidos, así como “la cantidad de agentes que hoy intervienen en su producción, distribución y utilización, no tienen precedentes en la historia de la humanidad”; tampoco el desfase entre tal producción y “los procesos de curaduría” para seleccionar, evaluar, procesar y divulgar lo más adecuado.
En medio de esa riada, sumergidos en la era de la posverdad, la falta de escrúpulos de algunos (demasiados) medra a costa de la ingenuidad con que muchos consideran verdadero, confirmado, todo cuanto se difunde en blogs, los medios de comunicación en línea, las redes sociales y otras plataformas. El malintencionado uso de las avanzadas tecnologías nos pone incluso a merced de los deepfakes (videos donde alguien aparece realizando una declaración o una acción que en realidad nunca hizo).
A la desinformación contribuye también en gran medida el que, a partir de la utilización de algoritmos, cuando acudimos a los buscadores en demanda de datos (o sin solicitarlas, en los móviles nos brindan sugerencias para visitar determinados sitios); estos colocan en primera fila ciertas páginas, mientras que relegan y hasta descartan otras con enfoques diferentes a los de las privilegiadas. Así, terminamos por lo general entrando a los mismos medios y recibiendo mensajes similares. Asimismo, nos acechan los discursos de odio y las campañas antiderechos.
Entonces, se pregunta la experta: “¿cómo lidiar con un entorno donde las personas tienen que ir a veces a tumbos, tratando de detectar qué contenido es completamente fabricado, cuál tiene elementos de verdad y otros no contrastados o no ofrecen todas las posibles visiones alrededor del tema; a quién se le ha suplantado la identidad?”.
Ponerle el cascabel al gato
Un debate global sobre las regulaciones de las plataformas de Internet ha sido propuesto por la Unesco. “Es un desafío civilizatorio desatar un movimiento que genere las barreras para lo malo y las oportunidades para todo lo bueno que este ecosistema nos puede dar. Se está avanzando: con más frecuencia vemos países trabajando en sus políticas nacionales de alfabetización mediática e informacional”; pero aún queda bastante por hacer, comentó Nápoles.
No se trata simplemente de que la ciudadanía aprenda a usar los dispositivos móviles, necesita al mismo tiempo “comprender los roles de los medios de comunicación, los lenguajes, las lógicas desde las cuales operan”.
Alcanzar un pensamiento crítico, individual y colectivo implica “un conjunto de conocimientos, habilidades y aptitudes”, los cuales no se adquieren solo mediante la alfabetización en materia tecnológica –recalcó, pues están asociados “con cómo cada ser humano se relaciona con los demás, construye un punto común”.
Fuera del ámbito institucional de la Unesco han surgido grupos que rastrean y desmienten los bulos propagados en Internet. Sin embargo, como ninguna entidad, por muy amplia y poderosa que sea, podría mantenerse al tanto, las 24 horas del día, de cuanto transita por ese laberíntico e infinito espacio y salirle al paso, Elena Nápoles propone que cada uno de nosotros actúe como un freno a la proliferación de mensajes falaces o inadecuados.
Mas, ¿de qué modo detectar que en un sitio web intentan pasarnos gato por liebre? Existen recomendaciones generales, la primera es verificar la procedencia de quien informa.
En mi doble faceta de lectora y periodista me gustaría que ayudarnos a descubrirlo fuera un servicio tan habitual en las bibliotecas del siglo XXI como orientarnos en el uso de los dispositivos electrónicos que nos permiten zambullirnos en la virtualidad y están transformando sus salas, brindarnos información avalada, sugerirnos las mejores fuentes y la manera de acceder sin desvíos a lo buscado acerca de un tema determinado.
Múltiples volúmenes y artículos reflexionan sobre la labor de los bibliotecarios en este milenio. Sería estupendo que se generalizara lo descrito en el libro ¿Por qué son más importantes que nunca las bibliotecas en la era digital?, cuyo autor, J. Palfrey, se basa en la labor de renombradas instituciones del mundo desarrollado y afirma: “Internet y los medios digitales están permitiendo nuevos tipos de servicios que marcan una diferencia real para todos los usuarios de la biblioteca: por ejemplo, los bibliotecarios pueden encontrar, sin costo, materiales interactivos que van desde documentos históricos originales a noticias del día a día. Las bibliotecas físicas nunca han sido tan interesantes, ni lugares tan útiles y vitales. Las personas que trabajan en las bibliotecas están ayudando a otras personas a manejar adecuadamente toda la masa abrumadora de información que encontramos en línea y a diferenciar aquello que es pertinente e inmediatamente relevante para sus vidas de todo aquello que es puramente accesible”.