Foto. / Leyva Benítez
Foto. / Leyva Benítez

Para quienes apuestan por los sueños

Aunque parece aumentar el número de lectores afines a la narrativa ultraligera, Emerio Medina no tuerce el rumbo de su elegante y sugestiva escritura


Como “persona comedida, calmada” se describe a sí mismo uno de los mejores escritores cubanos contemporáneos. Lo entrevisté por primera vez en 2013. Ya era un narrador conocido, no solo en su natal Mayarí, o en la provincia de Holguín, sino en la capital del país, pues había publicado varios libros y conseguido disímiles lauros por sus cuentos, entre ellos el Premio Iberoamericano Julio Cortázar (Los días del juego), el Luis Felipe Rodríguez, de la Uneac (Café bajo sombrillas junto al Sena), ambos en 2009; y el Casa de Las Américas en 2011 (La bota sobre el toro muerto). Hoy responde con similar tono reflexivo mis preguntas.

El jurado del Premio Iberoamericano Julio Cortázar consideró a El hombre que vino a leer “una historia muy bien urdida” y con un “manejo eficaz del lenguaje”. / Leyva Benítez

–Obtuviste nuevamente el Cortázar en 2023 por El hombre que vino a leer. ¿Entre ese instante y nuestra conversación de hace una década, que había ocurrido?

–Seguí con mis proyectos. Gané el Premio Alejo Carpentier, en 2016, con el conjunto de cuentos La línea en la mitad del vaso. Lo publicó Letras Cubanas. En 2022 Los cuervos vuelan al amanecer recibió mención, en el propio Cortázar. Terminé un par de novelas.

“En 2019, poco antes de la pandemia de covid, me dije: vienen épocas difíciles, tengo una familia que mantener, voy a retornar a la industria. Ahí llevo cinco años. Ahora mismo estamos desmontando un bloque en la termoeléctrica de Felton. Me gusta lo que hago como ingeniero mecánico. Es mi profesión primaria. Lo de escritor vino después, más o menos en 2004”.

–¿Cómo se encuentran, o desencuentran, se soportan o enfrentan, ambos universos: el literario y el extraliterario?

-Quitando la cuestión del tiempo –este no perdona– y quizás el asunto del vocabulario, porque uno debe variar un poco las palabras que usa en uno u otro medio, manejo perfectamente los dos. Soy ingeniero y escritor; esos dos entes coexisten en el mismo cuerpo, pero viven su momento propio. La segunda profesión requiere más concentración, soledad, entrega total, cuando te metes en ese mundo te absorbe.

–¿Cuándo llegas a tu casa todavía tienes energía para escribir?

–El cansancio mental del escritor no te permite trabajar como ingeniero. El cansancio físico del ingeniero no te permite trabajar como escritor. Escribir incluye diferentes fases, la inicial es pensar sobre una idea hasta que se concreta. Después llega el momento de redactar. Luego viene un período muy largo: dejar que se enfríe lo hecho y revisarlo.

“Estoy en una tregua. Acumulé obras a punto de terminar y lo que hago actualmente es, más o menos durante una hora por la noche, abrir la máquina, revisar un cuento o partes de una novela. No es como aquella vorágine de los años 2007-2008, cuando escribía todo el día hasta las tres de la madrugada. Ando sin apuro. En algún momento me separaré de la industria, volveré a dedicarme por completo a la literatura”. 

–Ese ámbito laboral de la termoeléctrica, ¿podría inspirar futuras historias?

–A lo mejor puntualmente encuentre alguna cosa; sin embargo, no es la fuente principal de argumentos y proyectos. Esta sigue siendo la calle, el barrio, el país, la sociedad.

–¿Tus compañeros de Felton saben que eres un narrador? ¿Te preguntan al respecto?

–Allí no hablo sobre eso. Un entorno como el de la construcción te obliga a permanecer atento, porque hay 200 hombres entre andamios, camiones pasando o corriente eléctrica de alto voltaje, o máquinas de soldar cerca. Una distracción te puede costar mucho.

–¿Es tuya la siguiente frase?: la pandemia pasó, pero el aislamiento no.

–Dije algo parecido. Me refería ante todo a los escritores, al circuito del libro, a las presentaciones, que se ven menos. El país ha quedado en una situación difícil. Aunque ya no es obligatorio quedarse en casa, te retiene la falta de recursos. El transporte se ha reducido y los precios andan por las nubes. Estamos centrados en sobrevivir, en la búsqueda de alimentos. Eso te da menos posibilidades de socializar.

–¿Nuestro contexto pospandémico entra de alguna manera en tu obra, o lo hará?

–No creo. Nunca he escrito nada impulsado por circunstancias. Visualicé desde hace 20 años varios temas sobre los que iba a escribir en el futuro, relacionados con el drama humano, el histórico, la literatura infantil y juvenil. Todos obedecen a una línea central. La realidad pospandémica no me crea preocupaciones escriturales. 

–A lo largo de un decenio cambia la sensibilidad de los lectores hacia la forma de expresar los asuntos, incluso si son universales.

–Desde mi perspectiva –no soy sociólogo–, la pandemia originó una masa más dependiente del audiovisual que de los libros impresos. Quien los tenía siguió leyendo para los otros, ahí estaba el teléfono; además, hay muchos textos digitales. Y la pospandemia arrastró esa condición, la gente se acostumbró a leer en las pantallas. El lector de esos medios es por lo general un consumidor de literatura fácil, muy informativa, que no obliga a pensar demasiado, con textos hiperbreves y de lectura ultrarrápida. Leer a los grandes novelistas clásicos y contemporáneos resulta más complicado.

“Sin embargo, yo continúo apostando por el lector tradicional que tiene ideas, información, en la cabeza; busca otros enfoques y motivaciones, pero ya sabe cómo es el mundo. Y me lee porque quiere complementar esa visión. Mis relatos son para las personas que a pesar de todo siguen soñando, apostando por la belleza, los sueños, las quimeras”.

Según palabras de Emerio Medina, el drama humano es un tema recurrente en sus novelas y cuentos.

–¿Has tenido suerte fuera de Cuba con la promoción de tus creaciones?

–Me han publicado varias en el extranjero, incluso una novela: Los fantasmas de hierro, con dos ediciones, una en España y otra, traducida, en Portugal. También en España numerosos seguidores buscan mis obras y se encargan de colocarlas en sitios virtuales. Ahora parece que algunos estudiosos, catedráticos, universidades, han dirigido la mirada hacia mis libros.

“Los intereses han ido cambiando. Hubo un momento en que los promotores priorizaban un tipo específico de literatura cubana, punzante, radical; ya no es así, se está pidiendo narrativa de calidad, sin otros apellidos.

“Eso es positivo para mí. Mis cuentos son pequeñas experimentaciones sobre la condición humana, la pongo a prueba y el personaje sale airoso o no. Cuba está presente, pero las historias puedes trasladarlas de geografía, de época, de contexto y funcionan”.

–Uno no consigue evitar cierto desasosiego al leer el relato por el cual recibiste tu segundo Cortázar. Desemboca en una situación absurda y motiva interrogantes: ¿Por qué el protagonista se aleja de su hogar? ¿A la familia le parece bien que lo suplante un extraño?

–Este cuento forma parte del grupo de preocupaciones que tengo en la vida y a veces afloran, cuando algo simple las hace detonar; pudo ser la lectura de un autor premiado o una conversación con un amigo, o conmigo mismo. Es el resumen de muchas observaciones, como todo lo que escribo. Quizás produce desasosiego porque estoy comunicando una incertidumbre. Tomé a un escritor como modelo, aunque pudiera ser cualquier artista, alguien dedicado a algo la vida entera; en cierto momento debe decidir si persiste en realizarlo o no, entonces siente que no significa nada, es por gusto.

–Esa disyuntiva se la plantean todos los creadores.

–Sí, El hombre que vino a leer es una historia dirigida en especial a ese público. Explora la vida del escritor a puerta cerrada. Escribir no es un acto de fe ni de rebeldía, es una elección consciente, en la cual arriesgas mucho más que la libertad, la salud; arriesgas el espíritu, tu esencia. No hay nada regalado en la literatura, ni en la mía ni en ninguna.

–En cuanto al reconocimiento del escritor y a llegar al lector, cada vez resulta más complicado. Gracias al desarrollo tecnológico, si antes publicaban 100 autores, ahora aparecen miles. Y ha surgido la inteligencia artificial.

–Tal vez los escritores nos quedemos sin trabajo si la IA logra añadir emoción a lo que hace. En realidad, no creo que un sistema electrónico o digital sea capaz de alcanzar ese tipo de sensibilidad. Un robot puede fabricar y generar emociones, pero no sentirlas. El escritor sí las crea y las percibe; en esa posibilidad radica lo humano, lo que nos diferencia.

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