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“Prefiero escribir a cualquier otra cosa”

El 6 de abril de 1992 falleció en Estados Unidos uno de los más prolíficos narradores y divulgadores de la ciencia en el orbe. Sus creaciones abarcan la novela, el cuento, la lírica, análisis literarios, textos satíricos y sobre historia, química, bioquímica, genética, física, astronomía, anatomía, matemáticas y biología


Creo que mi primer acercamiento a Isaac Asimov fue al leer Estoy en Puertomarte sin Hilda, un relato donde se aúnan ciencia ficción, misterio, humor y sensualidad. Nada sabía entonces de su obra inmensa, cuya lista ocupa 23 páginas al final de una autobiografía que concluyera en mayo de 1990, cuando ya había cumplido 70 años.

Sus Memorias son el colofón de una trilogía –las dos primeras partes se titulan In memory yet Green (Con la memoria todavía fresca) e In joy still felt (Cuando aún sentimos alegría), publicadas en 1979 y 1980, respectivamente– en las cuales expone, junto con sucesos de su muy ocupada existencia, su filosofía, reacciones, virtudes y defectos. Esta especie de autorretrato confirma lo sabido: fue un escritor excepcional, por la extensión, originalidad y variedad de su legado. Al mismo tiempo devela lo que buena parte de los lectores no conoce: para sus maestros, colegas en el entorno científico, esposas, convivir con él significó un reto a la paciencia.

¿Qué pensaba Asimov acerca de sí mismo? Con cierta ironía y ausencia de modestia –reconocida por el propio autor– en relación con sus talentos, nos hace saber que era amistoso con sus editores, leal a quienes lo ayudaron, fiel a la palabra empeñada, poseedor de un notable sentido del humor: “siento el impulso de hacer reír a los demás. Da la casualidad de que cuento los chistes muy bien e incluso he escrito un libro de chistes con bastante éxito, que no solo contenía 640 historias divertidas, sino también innumerables consejos sobre cómo contarlas, qué hacer y qué no”.

La tercera parte de su autobiografía está compuesta por capítulos breves, no cronológicos, sino a modo de “escenas escritas según las iba recordando”. / zendalibros.com
Asimov nació el 2 de enero de 1920 y desde finales de esa década aprovechaba cualquier rato libre para leer los populares folletines. Años después sus propios relatos ocuparían numerosas páginas. / cultura.gob.ar

Sin embargo, en varios capítulos del volumen autobiográfico admite haber tenido problemas con la mayoría de sus profesores y que no sabía trabajar en grupo porque era “muy egocéntrico”. Durante determinadas épocas intentó corregir su (cito textualmente los términos) locuacidad, presunción, abstracción y falta de diplomacia.

Asimismo, confiesa sin tapujos sentirse incapaz de ejercer la crítica literaria; tampoco tenía aptitudes para realizar experimentos científicos, por lo cual no descolló como investigador. Sin embargo, lo hizo como profesor (sus clases de Bioquímica en la Universidad de Boston eran dinámicas, motivadoras, hasta divertidas) y conferencista; en 1950 le pidieron una charla sobre robots para un congreso de ciencia ficción, al respecto, comenta: “Este fue otro momento decisivo  […] me di cuenta de que podía hablar con facilidad y, como comprobé con el tiempo, sobre cualquier tema, improvisando y sin preparación […] he dado sin duda unas dos mil conferencias, no ha habido dos que hayan sido exactamente iguales”.

Universos siempre en expansión

Quizás su vertiente más promovida sea la de escritor de ciencia ficción. El género lo atrapó en la adolescencia mientras ayudaba a su padre en el negocio familiar: una tienda de caramelos en la cual, además, se vendían folletines. Todavía era un estudiante cuando logró que le aceptaran narraciones en aquellos impresos.

En 1941 su cuento Anochecer obtuvo la portada de la revista ASF. Según el autor, “ha sido considerado un clásico desde entonces. Mucha gente piensa que es el mejor que he escrito y algunos creen incluso que es el mejor relato publicado en una revista de ciencia ficción de todos los tiempos”. Asimov no coincide con tales criterios. Aunque celebra los valores argumentales del texto, otros son sus cuentos predilectos: La última pregunta, El hombre del bicentenario y El niño feo.

Entre las múltiples novelas descuellan las integrantes de la serie Fundación, las iniciales se difundieron en formato de libro en los años 50. A ese período dorado pertenecen, asimismo, Un guijarro en el cielo, En la arena estelar, Las corrientes del espacio, Bóvedas de acero, El fin de la eternidad, El sol desnudo. “De estas […] las tres primeras formaron, agrupadas, lo que más tarde se llamó ‘las novelas del Imperio’. Bóvedas de acero y El sol desnudo fueron mis dos primeras ‘novelas de robot’, que introducían por primera vez al equipo de detectives de Elijah Baley y R. Daneel Olivaw. (Daneel era un robot humanoide y probablemente sea el personaje más famoso de toda mi obra)”.

En compañía de dos escritores de ciencia ficción a quienes quería y admiraba: L. Sprague de Camp y Robert Heinlein. / nytimes.com

Descubrió que podía explicar con claridad y sencillez materias complejas a personas desconocedoras. A lo largo de las dos décadas siguientes escribió sobre todo textos de no ficción, especialmente libros de divulgación científica (química, bioquímica, genética, física, astronomía, anatomía, matemáticas, biología, Desarrollo de las ciencias), de historia (antigua y contemporánea), guías literarias, artículos para publicaciones periódicas.

A inicios de 1975 compuso una gran cantidad de versos humorísticos, muchos de ellos picantes (siguiendo las pautas de los tradicionales limericks anglosajones). “Me impuse […] la firme determinación de que mis poemas fueran algo más que ‘verdes’ –puntualiza en su autobiografía–. Tenían que ser inteligentes, más inteligentes que verdes”.

Se decidió a redactar una novela de misterio (Asesinato en la reunión de la ABA o Asesinato en la convención, 1976) y decenas de cuentos cortos que conformarían varios volúmenes sobre los viudos negros, serie nombrada de tal forma porque “todos se desarrollaban en uno de los banquetes mensuales de un club llamado así”. No solo eso, exhiben la misma estructura, respetando un modelo concebido por Agatha Christie. De acuerdo con sus palabras, no le importaba que lo consideraran pasado de moda. “Mi propósito (en realidad, en todo lo que escribo, ficción y no ficción) es que la gente piense. Mis narraciones son relatos de enigmas y no veo nada malo en ello. De hecho, considero que son un desafío […] puesto que las reglas para escribir relatos de misterio auténticos son muy estrictas”.

Aunque elaborar aquellas historias le satisfacía entonces más que idear las de ciencia ficción, a principios de los 80 aceptó retomar la saga de la Fundación y las novelas de robots. Además, continuó con la preparación de materiales científicos y con los destinados a jóvenes y niños.

Según sus cálculos, cada año concluía unos 13 títulos. ¿Cómo podía sostener tamaño ritmo? El secreto radicaba en una disciplina férrea y en “apasionarse por lo que sucede entre la idea del libro y su conclusión […] amar el proceso real de escribir, los arañazos de una pluma llenando una hoja de papel en blanco, el golpeteo de las teclas de una máquina de escribir, la contemplación de las palabras que aparecen en la pantalla de su ordenador. […] Poseo esa pasión. Prefiero escribir a cualquier otra cosa”.

Le bastaban pocos minutos para organizar sus pensamientos y comenzar a teclear; en apenas 15 podía terminar una o dos páginas. No se trataba de inspiración sobrenatural, sino de una labor intelectual constante: “cuando estoy comiendo, durmiendo o haciendo mis abluciones, mi mente sigue trabajando. A veces, oigo fragmentos de diálogos que atraviesan mis pensamientos o a la charla que estoy exponiendo”.

Otro recurso aplicado con éxito: “no intentar ser demasiado literario al escribir. Crear prosa poética cuesta tiempo […] Por esta causa he cultivado deliberadamente un estilo sencillo, incluso coloquial […] Por supuesto, algunos críticos, en cuyos cráneos hay más hueso que cerebro, interpretan esto como ‘carencia de estilo’. Pero si alguien piensa que es fácil escribir con total claridad y sin adornos le recomiendo que lo intente”.

Eligió un modo de narrar parecido a la traslúcida “luna de cristal” –nos deja observar cuanto existe, al punto de hacernos olvidar que se interpone entre nosotros y el otro lado– y no a los “mosaicos de colores”, hermosos, pero a través de las cuales no es posible ver.

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Prefería los títulos cortos y capaces de describir “el contenido de la narración sin revelarla del todo, pero que cuando el lector haya terminado le encuentre un significado añadido”.

Siempre llevaba a la par disímiles proyectos, una eficaz manera de eludir el denominado bloqueo del escritor. Si en uno se quedaba sin ideas, de inmediato saltaba a otro, ya fuera “un editorial, un artículo o una historia corta […] Para cuando me canso de estas cosas, mi mente ya se ha puesto en marcha y se ha vuelto a llenar. Vuelvo a la novela y, de nuevo, me siento capaz de escribir con soltura”.

Publicada póstumamente, en 1994, Yo Asimov (I, Asimov: a memoir) menciona una aspiración del autorretratado: “Confío y espero que, tras leer estas Memorias, el lector llegue a conocerme de verdad, y cabe incluso que yo llegue a gustarle. Esto me encantaría”.

Si lo consigue o no, depende de cada persona. Yo trazo una línea divisoria. De un lado coloco al hombre que sonaba petulante al afirmar: “Nadie ha escrito nunca más libros acerca de más temas diferentes que yo. Comprenda que soy tan modesto que me resulta embarazoso decir algo así, pero no puedo mentir”. Del otro, acomodo al prosista incansable, innovador, versátil, quien señala: “No quiero dar la impresión de que toda mi obra literaria es de una calidad uniforme. Todo el mundo tiene sus días buenos y sus días malos”.

El Isaac Asimov que me cautivó con Constantinopla y me hace desear más de una vida para disfrutar de su mejor narrativa: toda la serie dedicada a la historia universal, su examen de la Biblia y los dramas de Shakespeare. Tal vez me ponga de suerte y dentro de poco esté a mi alcance la técnica de la clonación.

Nos legó un vasto catálogo de obras en torno a la Ciencia y la Historia. / brainstomping.com

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