Foto./ Leyva Benítez.
Foto./ Leyva Benítez.

Habla bien y pensarás mejor (II)

Elevar la calidad en la enseñanza del español implica no olvidar valiosas experiencias del pasado; a la par, se precisan en Cuba acciones educativas y una política lingüística


Cualquier pueblo que desee acrecentar su riqueza cultural debe comenzar por valorar y cuidar su idioma. Es una conclusión ineludible tras escuchar a Roberto Méndez Martínez, miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española, doctor en Ciencias sobre Arte, escritor.

A lo largo del primer segmento de la entrevista concedida a BOHEMIA –véase Habla bien y pensarás mejor (I)– abordó diversos tópicos: qué singulariza el empleo del español en Cuba, las distorsiones difundidas por los medios de comunicación, cuál ha sido la postura de los académicos.

Nuestra conversación prosigue con reflexiones acerca de un tema controversial, vinculado con las cuestiones anteriores y que “ha motivado debates, encuentros, contactos de la Academia con los ministros de esa esfera”: la enseñanza del español en Cuba.

“No escapan al conocimiento de nadie las dificultades que estamos afrontando en determinados aspectos de la educación. No hablo solamente de profesor, alumno, aula, pizarrón; me refiero, además, a aspectos relacionados con el idioma y la lectura.

“Dicha enseñanza ha sufrido en los últimos años una especie de aflojamiento de los mecanismos creados para garantizar, dentro de los planes de estudio, el aprendizaje de la gramática, la ortografía y la redacción. Evidencia de ello es que en cierto momento se decidió –la Academia se pronunció en contra– suprimir el dictado en los exámenes de ingreso a la universidad, porque era muy trabajoso para los alumnos.

“Mi generación se formó con unos programas que incluían dictados como parte de las clases, los cuales eran evaluados; por consiguiente, estábamos mejor preparados en ese sentido. Asimismo, aunque el español y la literatura se impartían como una sola asignatura, se recalcaban las maneras de redactar bien, las reglas ortográficas y las normas gramaticales. Estas son imprescindibles.

El disfrute de la literatura cubana y universal debe ir acompañado por el conocimiento de la gramática./ cubaeduca.cu

“Algunos le restan importancia a la gramática, creen que se aprende espontáneamente al hablar. No es así, usted necesita tener consciencia de las estructuras básicas del español. De lo contrario incurre, por mencionar apenas un caso, en la utilización errónea o excesiva del gerundio, lo cual muestra pobreza en el manejo del idioma; ese problema se observa hasta en las máximas autoridades y periodistas con larga experiencia en la profesión.

“El conocimiento de la literatura tiene gran relevancia, entre otras razones porque muestra a la persona ejemplos de cómo usar el lenguaje, pero es preciso fortalecerlo con ejercicios tendientes a ampliar la capacidad de lectura y de analizar un texto; el alumno debe saber qué es un sustantivo, un adjetivo, los tiempos verbales.

“Y no es solo una necesidad de quienes van a estudiar letras y luego dedicarse a labores filológicas o lingüísticas, atañe a todos los profesionales, incluidos los futuros graduados de institutos pedagógicos o tecnológicos. ¿Acaso basta con que aprueben con 70 puntos el examen de español para ingresar a la educación superior y si la carrera no es de Humanidades ya no reciban más esa asignatura? Después la tesis del médico y del ingeniero dicen barbaridades, porque no saben redactar dos oraciones seguidas y sus escritos están llenos de faltas de ortografía. Eso es inconcebible.

Expresarse y redactar correctamente es necesario para cualquier profesional, no solo los graduados de Humanidades./ Martha Vecino Ulloa.

“Durante las décadas de los 60, 70 y 80, o sea, el intervalo que va desde que comencé en la escuela primaria hasta mi primera etapa laboral, Cuba fue puntera en la región en cuanto al desarrollo de la lectura. Se tenía como elogiable (aunque ahora parezca un poco chistoso) andar con un libro en la mano. Las librerías eran consideradas sitios muy importantes. Ibas a la Fernando Ortiz y la encontrabas llena de personas; unos buscaban ensayos o textos académicos; otros, novelas policíacas, las novedades de las colecciones Cocuyo, Huracán. Estas, y en general las editoriales Arte y Literatura, Letras Cubanas, mantenían al país actualizado en el campo literario.

“Luego empezó un declive. Se ha culpado a la informática: los jóvenes leen en el ordenador, en el teléfono, de manera fragmentada. Pero la lectura resulta vital para la formación integral de los seres humanos y el enriquecimiento del lenguaje.

Ilustración./ René Martínez.

“Todo no se puede enseñar en el aula. Mi profesora de literatura española en la secundaria básica dijo el primer día: ‘Yo doy en la clase el marco histórico, estudiamos un fragmento de la obra, ustedes deben leer el libro completo, y voy a saber al final de curso si lo hicieron o no’. Desde luego, en la Universidad de La Habana, cuando allí laboraban Mirta Aguirre, Camila Enríquez Ureña, Vicentina Antuña, eso era una norma. Hoy ha llegado a ocurrir que un estudiante de Humanidades declare que no le gusta leer. ¿Cómo piensa formarse e instruir a los demás? Esa es un área en la cual precisamos trabajar muchísimo”.

–¿Cuán responsable de transformar ese panorama es la Academia Cubana de la Lengua?

–La Academia no gobierna al Ministerio de Educación ni cambia programas de estudio, pero sugiere, orienta, ha organizado eventos. Antes de comenzar la pandemia de covid-19 se reunió con profesores experimentados. Otro aspecto del cual se ha venido ocupando, como lo han hecho otras en América, es la llamada política lingüística.

–¿En qué consiste y por qué, si resulta tan provechosa, no se ha implementado?

–Es la reglamentación, como ley del Estado, de cuestiones básicas para proteger el idioma en un país. Diversas naciones entre ellas Bolivia y Canadá, ya crearon una legislación al respecto; debido a que en ambos casos se habla más de una lengua, la normativa estableció cuáles son las oficiales, y medidas con el propósito de salvaguardarlas.

“Cuba nunca ha instaurado una ley de política lingüística, pero sí emitió en los inicios de la República, y después en los años 40 y 50 –un período de enorme influencia estadounidense, de capitalismo–, algunas disposiciones. Por ejemplo, en 1902 múltiples ayuntamientos, entre ellos el de Camagüey, ordenaron que en la vía pública no se podía colocar ningún letrero escrito en otro idioma si el texto no iba acompañado por la traducción al español. Similar disposición se acordó en relación con los anuncios publicados en la prensa. Aunque quizás tales normas no se respetaban todo lo debido.

“¿Por qué en la Isla no se ha proclamado en las últimas décadas una política lingüística? Porque no parece una urgencia, aquí hablamos una sola lengua. Sin embargo, a menudo la ciudadanía se expresa mal en español, repite las deformaciones. Sobre la conveniencia de implantarla se ha impuesto hasta al jefe de Estado, o sea, la Academia le entregó una carpeta con la propuesta; pero el proceso es lento, la solicitud tiene que llegar a la Asamblea Nacional del Poder Popular como proyecto de ley.

Si nuestro idioma es el español, ¿por qué dejamos de utilizarlo?./ cubatechtravel.com

“Hay que legislar acerca de los letreros en el espacio público. Se ha retornado a una fórmula que se utilizó un poco en los años 50: cambiar letras en los avisos (digamos, la C por la K), con el propósito de hacerlos más llamativos. Si para darle promoción a su casa de alquiler usted cuelga un cartel donde escribe comodidad con K, puede confundir a quienes pasan, especialmente a los escolares. Asimismo, numerosos dueños de negocios anuncian sus servicios y horarios nada más en inglés.

“La política lingüística incluye la manera de expresarnos en la música (si usted se dedica a cantar cada día en su casa los reguetones de moda es probable que su español empeore de modo visible) y en los medios de comunicación. Sin embargo, no basta con legislar, porque resulta imposible crear una policía del idioma, un cuerpo organizado, con talonarios de multa, parado en parques y calles. Entonces, lo normado tiene que ir acompañado por las acciones educativas en todos los niveles”.

–Parece un esfuerzo arduo, prolongado e incierto.

–No hay que temer a lo que demora, a lo trabajoso, cuando es importante. En el mundo de la cultura, las metas no se logran de hoy para mañana. Las academias de la lengua existen para diagnosticar los problemas y actuar pensando en resultados a corto, mediano y largo plazos.

“Ahora las de Hispanoamérica preparan en conjunto el Diccionario histórico de la lengua española. La tarea consiste en buscar todas las acepciones de cada término y ejemplificarlas con obras literarias o documentos de distintas épocas. Imagina el monumental trabajo que eso representa. Es una labor especializada y muy útil como instrumento de protección”.

–Vivimos con innegables carencias, no solo en Cuba. En buena parte del mundo no se toman en cuenta las necesidades vitales de la población, ¿cuánto se justifica destinar recursos a la salvaguarda del español?

–La cultura, en la cual incluyo el conocimiento del idioma, es parte sensible de la vida de un pueblo. Usted no vive solamente de alimentos, medicamentos, materiales de construcción o transporte, aunque todo eso es fundamental y perentorio; usted vive también de lo espiritual. Ninguna urgencia puede llevar a dictaminar la inutilidad de las bibliotecas, la falta de importancia de las escuelas, la anarquía en la utilización del lenguaje en los medios de comunicación.

“Una de las cuestiones en las que ha insistido la doctora Graziella Pogolotti (y no solo ella) es en valorar el idioma como integrante de nuestro patrimonio inmaterial. Si lo obviamos o dilapidamos, abrimos las puertas a males mayores. Dejemos que se generalice la sustitución de los vocablos en español por anglicismos y pronto un grupo considerable de personas afirmará que el inglés es mejor y que todo lo proveniente de los Estados Unidos es bueno. No sería la primera vez que ocurriera en la historia de Cuba.

“En cuanto a los gastos, los miembros de la Academia no cobramos el importe de lo que podamos producir intelectualmente. Los cubanos recibimos un sencillo estipendio mensual, pagado por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana; es el mismo de hace más de 10 años, hoy ni siquiera me permite alquilar un carro para trasladarme a la sede de la institución. Y los proyectos panhispánicos cuentan con un presupuesto de la Real Academia Española, el cual se financia con la venta de sus libros. O sea, la Academia Cubana es más bien tributaria de ayuda para desarrollar sus programas.

“Como ves, el mantenimiento de una paladar o restaurante habanero cuesta más que sostener nuestra labor, que es primordial, porque lo invertido en educación y en cultura a la larga cosecha frutos”.

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