Foto. / Irene Pérez
Foto. / Irene Pérez

“He llevado el diablo adentro”

A los 84 años de existencia, el optimismo y las ganas –casi inagotables- de vivir y crear, no se apartan de Leopoldo Eugenio Hernández Espinosa, uno de los homenajeados en la 29ª Feria Internacional del Libro de La Habana. BOHEMIA quiso saber más sobre el notable dramaturgo, director teatral y guionista, quien sorprendió a nuestro equipo con su energía contagiosa y andar diligente, tal como si tuviera algunos años menos.

Desde una mirada filosófica, su obra María Antonia agasaja lo popular y recrea la mitología yoruba con sus símbolos y deidades, sin prejuicios ni estereotipos. / trabajadores.cu

Cuando lo abordamos, a pocos metros de su casa,  en el habanero municipio de El Cerro, constatamos cuán admirado y respetado es por sus vecinos. A cada paso, no dejó de prodigar saludos, sonrisas y hasta se gastó alguna broma de profuso sabor criollo con más de uno. Así, entre risas y cumplidos, apenas nos percatamos que habíamos desembarcado en el piso 13, del edificio de 20 plantas que colinda con la calle Infanta, desde donde -como en un promontorio- el barrio parece un laberinto de diminutos techos y casitas.

“En El Cerro, he vivido toda la vida. Aquí, me criaron tres mujeres, quizá por eso he escrito tanto sobre la personalidad femenina. Crecí en una familia muy honesta, independientemente de que fui el resultado de una relación entre un hombre blanco –mi padre- y mi madre que era negra, aunque la cuestión racial nunca me afectó. Fui un niño muy querido y mimado. Mi papá me adoraba y siempre me apoyó mucho, mucho”.

Cuenta Hernández Espinosa que era la joya de aquella familia de personas blancas, sencillas y de escasos recursos; y recuerda con ternura como la tía paterna le insistía: ‘tú eres quien va a salvar a los Hernández, tú vas a ser grande’. Y no se equivocó esta señora con el chico que descubrió sus primeras inquietudes hacia a la escritura apenas cumplidos 8 abriles.

“Cuando ingresé en primer grado en el colegio religioso protestante de los Adventistas del Séptimo Día, ya sabía leer. De manera que cuando alcancé los 8 ya dominaba la lengua y empecé a dar mis primeros pasitos como escritor.

“Leyendo la Biblia me surgieron muchas interrogantes y me decía: cómo es posible si Dios hizo al hombre y a la mujer, ¿por qué luego lo convirtió en pecado? Eso está mal hecho. Claro, cuando le hice esta pregunta a la maestra, una persona excelente y que enseñaba la historia sagrada como si fuera un cuento, no vino respuesta alguna, solo un susurro: ‘apártate Satanás […]‘.

“A partir de entonces he llevado el diablo adentro. En el barrio donde crecí, en las 4 esquinas de San Pablo y Clavel, nos reuníamos un grupo de muchachos de todas las tendencias, desde los maristas, hasta los de La Salle y de las escuelas públicas, y surgían confrontaciones de naturaleza muy diversa. También, frecuentaba una vivienda que le decían ‘la casa de los rusos’, porque se reunían comunistas”.

Desde una mirada filosófica, su obra María Antonia agasaja lo popular y recrea la
mitología yoruba con sus símbolos y deidades, sin prejuicios ni
estereotipos. / trabajadores.cu

“Durante el batistato salía a pintar en las paredes letreros de ‘abajo Batista’, ‘abajo el imperialismo yanqui’ y firmaba: JSP (Juventud Socialista Popular). A partir de ese momento, tuve la certeza de la necesidad de transformar el mundo, o nuestra realidad, desde la cuestión física y no desde la metafísica. Llegué a estar al frente de la JSP de mi área y muchas veces, debí repartir propagandas viejas, incluso en casas muy vigiladas; era muy importante, pues para quienes no las habían leído, eran nuevas. Comprendí el poder de la escritura, el valor de escribir”.

De escritor en ciernes a dramaturgo

Al triunfo de la Revolución un mundo de posibilidades se abrió para el veinteañero Eugenio Hernández Espinosa, quien ya desde principios de la década del 50 había concebido sus primeras partituras teatrales, en su mayoría nunca publicadas. No obstante, años más tarde, en 1960, el Seminario de Dramaturgia, organizado en el Teatro Nacional de Cuba, marcó un nuevo sentido a su existencia. Tuvo la oportunidad de contar, de primera mano, con el magisterio de prestigiosas figuras de la cultura cubana y latinoamericana.

“Yo quería ser un Tennesse Williams, autor entonces de moda y a quien se le reconocían obras muy sólidas; por eso me presenté. Durante los cursos preparatorios, cuando Mirtha Aguirre revisaba mis textos, los rayaba con un creyón rojo; pero había algo que me molestaba, ella no me comprendía, mi lenguaje era popular y lo llevaba a lo literario; y yo me decía: ‘es que el pueblo no habla así’. Viví en esa lucha interna durante un tiempo, pero nunca se lo expresé, por supuesto. Hasta que al fin ella misma me comunicó que me otorgaban la beca.

“¡Y mira hasta donde llegaba nuestra osadía! Planteamos no aceptar la decisión hasta tanto no llegara un talentómetro para medir nuestros talentos. A esa hora llamaron a todas aquellas glorias [los profesores] para analizar la situación. A los días, el propio Dragún me citó a su oficina, ahí pensé… ya esto es el ‘bote’, se acabó todo. Pero él, después de hablar conmigo un rato, me propuso ser el responsable del Seminario, o sea, me encargaría de lo referido a los becarios. De no haber sido por eso no hubiera llegado a nada. Aprendí mucho junto a Dragún, nunca me trató como un alumno, fue muy hábil y honesto, y siempre reconoció en mí el talento”.

En los vaivenes de la creación

“Al principio fui bastante contradictorio. Estaba en un equipito que no creía en Osvaldo Dragún [dramaturgo argentino y principal representante del Seminario] ni en nadie. Y empezamos a hacer la guerra sorda hasta que la situación se volvió insostenible. Se corrió que al curso siguiente solo escogerían a la gente con talento; a los que no lo teníamos -un grupo en el cual figurábamos [Gerardo] Fulleda y yo, entre otros- nos quedaríamos fuera.

Tras esta experiencia profesional y de vida, la obra de Eugenio Hernández Espinosa se volvió pródiga y tomó un rumbo ascendente. Nacieron textos tan significativos como María Antonia y Calixta Comité (ambos de 1969), Mi Socio Manolo (1971); La Simona (1973), galardonado con el premio Casa de las Américas en el apartado de teatro. Más reciente en el tiempo, despuntaron Emelina Cundiamor (1987), Alto riesgo (1999), Tíbor Galarraga (2004), Cheo Malanga (2009), Gladiola, la Emperatriz (2010), entre otras.

El clásico de la dramaturgia cubana Mi socio Manolo, tantas veces versionado, devela los diversos matices de la condición humana. / granma.cu

“La primera obra mía llevada a escena fue El sacrificio, premiada en 1962 en un concurso de instructores de arte; la montó un grupo de aficionados que en aquel entonces tenían una calidad casi profesional. En una ocasión, mientras Virgilio [Piñera] la veía hizo como una sorna aludiendo un paralelo con [Honorato de] Balzac; sin embargo, luego me reconoció y trataba con mucha consideración. Era muy respetuoso y le gustaba que los jóvenes escribieran, siempre y cuando, no compitieran con él.

Después, cuando se suspendieron las funciones de Calixta Comité, en el teatro Mella, se sintió sinceramente molesto. No entendía que un premio Casa de las Américas se le quitara de cartelera una obra. Ese texto fue muy mal comprendido, además de aquellas dos presentaciones, hubo una tercera, en la sala Covarrubias para un ‘club selecto’ que la analizaría, pero no asistieron los asesores, solo estaba Tito Junco, director del grupo Arte Popular, nadie se quiso responsabilizar, o sea, ya era una decisión: Calixta… no iría a escena.

Más tarde, en la discusión en la cual pude exponer mis puntos de vista, Cintio Vitier me defendió mucho y también, otras personas expresaron su desacuerdo. Julio García Espinosa presente allí pidió hablar a solas conmigo en otro momento. Cuando nos encontramos, conversamos sobre la obra y el mundo que se movía en ella, y me pidió llevar al cine Mi socio Manolo que se adaptó con el nombre de La vida inútil de mi socio Manolo (1989).

Sin embargo, ya en esa época, la química de los textos dramáticos de Hernández Espinosa habían evolucionado de lo perecedero de la escena y trascendido a la filmografía nacional como en la cinta Patakín (Manuel Octavio Gómez, 1984); a esta se agregaron además, María Antonia (Sergio Giral, 1990); Roble de olor (Rigoberto López Pego, 2003), y El Mayor. Sin duda, hasta hoy, el dramaturgo cubano con más incursión en el guion cinematográfico.

Casi en los minutos finales de este encuentro, nuestro entrevistado no quiso pasar por alto su confianza en las nuevas generaciones, con la certidumbre del espíritu arrollador y perseverante que siempre le acompañan:

“Los jóvenes están escribiendo hoy sin superficialidades. Asumen el teatro desde su realidad, a partir de su escala de valores, esa que define la actitud o proyección de las personas ante la vida. Tengo fe en los jovencitos que van al teatro; también en quienes lo están haciendo. Es verdad, hay cambios de estéticas, de conceptos; pero para mí esa definición de son o no, jóvenes,  no importa… son escritores y están haciendo su obra”. 

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