Solo siete minutos tardó en hacer el retrato en gran tamaño del Apóstol que acompaña como portada este escrito. El pincel en su mano diestra viajaba de los frascos de pinturas al lienzo y viceversa, con rapidez y seguridad, como libando entre los colores. Un poco de azul, otro de naranja, algo de blanco y negro… Mientras, nos sonríe, comenta que es el sexto o quinto cuadro de Martí que pinta en el día, como de costumbre. No se trata de un encargo. Lo hace porque le da paz, porque más que un oficio, esbozar al Maestro se ha vuelto para Kamyl una necesidad espiritual, y porque de alguna manera, ha encontrado en el ideario martiano una aptitud ante la vida
La iglesia del Santo Ángel Custodio en La Habana Vieja resguarda la imagen de Cecilia y de Cirilo. Un halo místico y novelesco ronda la plazuela de Compostela y Cuarteles donde se ubica la parroquia. A los pies de la Valdés, se extienden los adoquines por donde siglos atrás “paseaba una calesa tirada por un par de mulas”. Hoy esa misma explanada alberga niños que juegan al fútbol, turistas que disfrutan un café cubano en la cafetería de lujo de la esquina, o jóvenes que buscan el mejor ángulo para hacerse fotos con los abanicos de colores que cuelgan de los balcones maquillados.
Un busto de Villaverde sobresale de una de las paredes de la casona amarilla frente a la iglesia, donde desde hace algunos años conviven el artista de la plástica Kamyl Bullaudy, su esposa Isis y Kini, la perrita china que sostenía en brazos cuando me recibió.
Muchos le habrán visto en esa misma escalera, fumando tabaco, con un delantal manchado de pintura o un pullover a la inversa. Leerán en la pared las letras que identifican “Estudio Kamyl”, y no imaginarán que se trata del espacio del artista que posee la más amplia e inusual serie de iconografías (más de 2 000 piezas de diferentes soportes, técnicas y tamaños) dedicadas a José Martí.
Tardó menos de 10 minutos en hacer un retrato a gran escala del Maestro frente a mis ojos. Era el sexto o quinto cuadro de Martí que pintaba en el día. Así lo hace siempre. No para, no puede. Más que un oficio, esbozar al Apóstol se ha vuelto para Kamyl una necesidad espiritual.
–¿Cómo llega Martí a Kamyl Bullaudy, o viceversa?
–Martí llegó en los primeros años de mi vida a través de mi papá, quien era actor de teatro humorístico y montaba obras con los niños de las escuelas primarias en nuestro pueblo holguinero de Velazco. Uno de los primeros personajes que interpreté en sus montajes fue el padre de Pilar, en Los zapaticos de rosa. Creo que por ahí comenzó todo. No sé en qué momento se volvió recurrente en mi pintura. Recuerdo que era muy inquieto y un buen día empecé a dibujarlo en todas partes. Me lo elogiaron entre mi familia y amigos y seguí haciéndolo.
“Esto lo he dicho muchas veces, pero cuando yo encontré a Martí fue como encontrar a Dios, porque realmente me cambió la vida. Veo las cosas desde una óptica diferente. Encuentro soluciones a problemas que tal vez otra persona no pueda darle curso. Lo evoco, me remito a sus textos, investigo sobre su vida y obra y, a medida que encuentro nexos entre mi arte y su ideario humanista y liberador, más lo reproduzco”.
Kamyl Bullaudy cree fervientemente que Martí habita su estudio-residencia. Y, mire, el cuadro que le cayó encima, justo cuando me comentaba al respecto, habría hecho creer hasta al más impío.
Quizás por ello hace ya más de 10 años le propuso al párroco de la iglesia del Ángel dedicarle una misa. Sería la primera vez en 60 años que se le rendiría tal culto a José Martí, justo en el templo donde fue bautizado un 12 de febrero de 1853, y donde también bautizaron al padre Félix Varela, al poeta Julián del Casal o a la prima ballerina Alicia Alonso.
Aunque el Apóstol cubano ocupa el centro de su obra, otros elementos distinguen sus creaciones. Gallos multicolores, mujeres voluminosas, la naturaleza y el reciclaje confluyen en piezas de diferentes géneros y formatos, ya sea desde la pintura, la escultura o la cerámica.
Diversidad de formas, signos, manchas, líneas y materiales convergen en su estética de marcada óptica teatral.
“Tengo tendencia a una teatralidad en la pintura, por eso siempre pongo un personaje en complicidad con el espectador. Es algo que arrastro de mi juventud, del teatro, de Holguín. Empecé a actuar a los 9 años y a pintar a los 7. Desde que era muy pequeño tenía bien definido que iba a ser actor y pintor. Incluso, matizaba el atrezo de las puestas de mi padre o parte del vestuario; hasta que me di cuenta que, aunque me encantaba la actuación, mi fuerte era la plástica, así que opté por esta manifestación. No obstante, la influencia teatral persiste en mi obra”, comenta.
–¿Qué elementos han influido en su formación estética?
–Yo soy un artista extremadamente matérico y figurativo, pero me apasiona la abstracción. Me considero un abstracto frustrado, porque contrariamente a lo que puedan pensar muchas personas, la abstracción es compleja y más para un pintor figurativo como lo soy. Además, trabajo con la filosofía de los acuarelistas chinos, que es captar grandes volúmenes de luces y sombras, donde tiene que estar incluida la fórmula de anatomía más movimiento en la figura que estás retratando. Entonces, tengo una lucha constante entre la figuración y la abstracción. Al final quisiera ser pintor abstracto, pero eso lo decidirá mi trabajo en el futuro.
–¿Qué materiales, técnicas o colores son más recurrentes en su obra?
–Todo en mí es recurrente, pero cada cosa en su momento. Yo digo que mi pincel es un poco camaleónico porque puedo saltar de una técnica a otra con mucha capacidad. El día que no estoy pintando, estoy pensando en hacer una escultura en hierro o madera reciclada, o en modelar algo. ¿Materiales? Me funciona cualquier cosa: hierro, madera, cartón, tela… A veces voy a botar algo con una bolsa y regreso con tres. Las personas en el barrio ya saben que reciclo y antes de ir a la basura pasan por acá y preguntan: ‘pintor, ¿le interesa algo?’.
–¿Por qué el reciclaje?
–Esto de reciclar cosas tal vez me viene igual del teatro, porque cuando hacíamos escenografías había que recurrir a todo lo que apareciera, un cartón, un clavo, un alambre… Y, por supuesto, que el 90 por ciento de mi obra, incluso de los objetos de mi casa, son con materiales reciclados que restauro y devuelvo a la vida útil de una forma diferente a como fueron hechos en principio. Así tengo desde mangas de vestidos que compro en tiendas recicladas para utilizar en mis collages, hasta recortes de la Antillana de Acero que por allá desechan y pido permiso para llevar, porque me sirven para alguna escultura.
–¿Qué proyectos ocupan ahora a Kamyl Bullaudy?
–Mi proyecto de vida es pintar siempre a Martí, todos los días, tantas y todas las veces que pueda. Increíblemente, aún hay personas de otros países que visitan mi galería y no lo conocen, pero compran alguna de mis obras con su imagen. Eso es una gran satisfacción, porque es mi modesta forma de difundir el pensamiento martiano desde el arte.
“También llevo trabajando en unas 15 telas de gran formato dedicadas a Pablo Milanés, que serán expuestas a partir del próximo 24 de febrero (fecha en que el cantautor cumpliría 80 años) en la sede de la fundación que lleva su nombre”.
Kamyl Bullaudy Rodríguez nació hace 61 años, en un pueblo pintoresco de la Ciudad de los Parques, aunque la pintura le llevó durante algún tiempo a Las Tunas y la cerámica a la Isla de la Juventud.
Su madre, cubana. Su padre, de origen libanés; de ahí el nombre tan peculiar que siempre confundían los maestros.
Sus obras integran hoy importantes colecciones, exposiciones, instituciones y bienes personales de grandes personalidades de Cuba y el mundo.
Desde su estudio galería me muestra algunas de sus series pictóricas. Otra vez simulan un algoritmo martiano. En cada una hay un pasaje de una obra, frase o pensamiento del Héroe Nacional escondido. Y es que una intenta conversar con él, apreciar su obra o, incluso, escribir estas líneas sin mencionar una y otra vez a Martí, pero resulta imposible.
Kamyl es Kamyl y los 2 000 rostros del Maestro que llevan su firma.