La emoción de conectar con el otro

En el escenario mediático coinciden narraciones que plantean diversos puntos de vista, valores éticos, estéticos, culturales y sociales; leerlos con inteligencia lectora beneficia el desarrollo personal y la capacidad de comprender los complejos universos simbólicos


¿¡Quién no se identifica con palabras, actitudes, alegrías, silencios, miedos y ansiedades de personajes que se presentan en series, telenovelas, filmes, cortos, entrevistas, fotos y otros materiales audiovisuales!? Sentir lo ajeno en carne propia crea fuertes nexos entre los seres humanos.

El ecosistema comunicativo del siglo XXI establece nuevos modos de comprender, sentir, ver, apreciar, lo que ocurre y cómo ocurre en la realidad cotidiana y en las pantallas, pues los saberes y las vivencias circulan por canales diferentes, socializan el acceso a múltiples discursos, lenguajes y escrituras.  

En un mundo cada vez más interconectado, se borran las fronteras entre los géneros dramáticos. En ficciones de cualquier índole lidera la necesidad de trascender la anécdota per se, su principal atractivo es narrar la vida de personajes complejos, provocadores.

Por esto, no asombra que televidentes de varias generaciones seleccionen “su” serie favorita. Los propios medios audiovisuales adiestran en la comprensión de estructuras narrativas. Todas las actitudes y situaciones humanas son recreadas en relatos disímiles, incluso algunos devienen espectáculos que influyen en la meditación del destinatario consigo mismo.

Pensemos, ha cambiado el tipo de actividades en las que participan los públicos, sobre todo, el adiestramiento tecnológico, al utilizar como fuerza productiva lo que distingue a nuestra especie, la capacidad de procesar símbolos.

No están ajenas a dicha problemática las puestas estadounidenses Balthazar y From (Multivisión, de lunes a viernes, 9:33 p.m.), ambas juegan con las expectativas del destinatario mediante una estructura dramatúrgica bien pensada, de la que forman parte historias de amor, conflictos intensos y el manejo de la incertidumbre, la anticipación o la curiosidad antes de llegar al desenlace en cada emisión.

Elipsis, fábulas, alegorías, moralejas, forman parte de los laberintos provocados en los capítulos donde lo visual responde a la estética de personajes involucrados en tramas lideradas por la violencia. Los guionistas son conscientes de que pausas, silencios, cambios de intensidad y proyecciones de voces connotan modos de ser y de hacer. También otros elementos no cognitivos del habla: gritos, suspiros, risas, inherentes a la comunicación oral, sintetizan respuestas emocionales sin mediar palabra alguna.

La recurrencia hacia el flash-back –técnica que intercala en el desarrollo de la acción pasajes de un tiempo anterior– propicia el juego con la tensión del relato. Engaños, equívocos, mantienen una dinámica, la cual atrae al espectador pendiente de la interrogante: ¿qué sucederá hoy?

De ningún modo estas series colocan aspectos novedosos en la pantalla, tampoco son transgresoras de convenciones dramatúrgicas, sus creadores conciben tramas que, antes de la catarsis y del clímax de la historia, producen peripecias –paso de la dicha al infortunio y agnición– van de la ignorancia al conocimiento.

Este tipo de formato cuenta dos historias: una explícita en hechos y circunstancias, otra oculta que revela sentimientos universales, añoranzas, nostalgias, deseos de emprender otros caminos en la vida sin pensar en el riesgo.

A veces, algunos personajes actúan, al parecer, de manera inocente, pero en realidad instauran valores patriarcales que forman parte de la cultura; al ser incorporados en el imaginario colectivo mantienen y reproducen la violencia sexista.

Foto. / Leyva Benítez

De acuerdo con el primer actor Osvaldo Doimeadiós: “La inteligencia lectora de los públicos es fundamental para comprender actitudes y conflictos de los otros. Ningún tema o conflicto está agotado, solo hay que saber contar de manera novedosa para seducir a las mayorías”.

Hoy la televisión es un medio infiltrado por otros, pues ya se habla de postelevisión, en tanto espacio híbrido, mixtificador, logró subsumir al cine que ya no está confinado a la sala oscura; la ubicuidad y la transterritorialidad de la TV posibilitan la difusión del arte cinematográfico mediante la computadora, a la cual se accede por decisión individual.

Como la propia existencia, las historias ficcionales sugieren, alertan y establecen metáforas, variaciones temporales, construcciones de casualidades inesperadas que nos hacen pensar el próximo paso o retroceder ante determinadas vacilaciones, estas suelen advertir de la posible equivocación e incitan a pensarlo todo de nuevo para no errar en el camino de la vida, sí, la real.

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