La singularidad del arte

En las producciones cinematográficas, televisivas y audiovisuales debe prevalecer esa esencia destinada a nutrir el intelecto, los saberes y la espiritualidad desde edades tempranas


En plazas, avenidas, barrios y otros ámbitos públicos coexisten propuestas estéticas, pues cultores de diferentes manifestaciones incluyen en sus respectivos quehaceres materiales, mediaciones y procedimientos cada vez más amplios e incorporan prácticas que con mayor frecuencia se contaminan y entremezclan en diversos soportes; de forma simultánea el discurso crítico artístico visibiliza recursos analíticos en el complejo escenario mediático de la sociedad contemporánea.

Ante todo deben recurrir a una pregunta esencial: ¿cómo contaré mi historia? Esta interrogante, al parecer inocente, es inquietante. Suele viajar de voz en voz cuando guionistas y realizadores cinematográficos, de TV y audiovisuales, sienten la necesidad de relatar hechos, vivencias, angustias, recuerdos, sentimientos, urgencias de notable connotación en humanos de cualquier lugar del planeta.

Ningún autor o autora se salva de ese estimulante desasosiego. Pensemos, la Fiesta del Cine Cubano y las programaciones televisuales ilustran que las tácticas expresivas del documental se desplazan hacia ámbitos en apariencia extraños a las formas canónicas mediante la exploración del inconsciente, la auto-representación, el video diario, en busca de la hibridez manifiesta en diferentes narrativas. Pero de ningún modo quedan olvidados los principios del precursor Robert Joseph Flaherty (1884-1951), quien realizó el primer documental tratado como obra de arte: Nanuk, el esquimal. Aunque él no era etnógrafo ni se proponía incursionar en el género documental –esta palabra la usó por vez primera John Grierson en 1926– hizo del cine un documento vivo y no un espectáculo regido por imperativos industriales que le restaran autenticidad convirtiéndolo en cierta máscara de lo real.

Lo ilustran películas patentes de soluciones revolucionarias cuando alimentan el acto de pensar y de redescubrir realidades-otras, las cuales poco se conocen o, por lo menos, no con la sapiencia y la audacia necesarias. Así se evidencia en la filmografía de Tomás Gutiérrez Alea en títulos imprescindibles, los cuales han sido restaurados: Memorias del subdesarrollo (1968), Una pelea cubana contra los demonios (1971) y La última cena (1976).

También la televisión mantiene estrecha complicidad con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) en acciones dirigidas a socializar la singularidad del arte en la escritura fílmica y las puestas en pantalla. Una no puede separarse de la otra, el enfoque holístico, dramatúrgico, articulado, lo demanda enérgicamente.

Foto. / Leyva Benítez

En esos contextos tienen significaciones decisivas al momento de contar los relatos, las músicas, los intérpretes, sus ubicaciones y desplazamientos en escenarios. Dos nombres relevantes de la cultura cubana, Omara Portuondo y Frank Fernández, ambos de probado magisterio, forman parte de nuestra memoria sonora ampliamente reconocida en el mundo. Hay que verlos y escucharlos. Protagonizan en audiovisuales la defensa de una política creativa en beneficio del arte en los medios de comunicación sin límites de fronteras.

El cine, la televisión y el audiovisual demuestran que la cultura es un proceso acumulativo de hallazgos, por deslumbrantes que parezcan las tecnologías de una época, estas no bastan, la dramaturgia siempre exige imperativos definitorios, investigaciones de envergaduras gnoseológica, estética, valorativa.

Quienes acuden a la ficción y a la no ficción, en tanto guardianes de la memoria, son conscientes que la vida, aunque sea difícil, debe ser recreada con artisticidad para enriquecer la conciencia y el perfeccionamiento de existencias plenas.

Sin duda, la lucha por la legitimidad de las innovaciones motiva reflexiones teóricas sobre el séptimo arte y la TV e invita a incursionar sin excesivo didactismo en campos y disciplinas fundamentales, entre ellas, la sociología, la semiótica, la antropología. Las imágenes y las palabras revelan el magma de las honduras del alma y de las ideas.

De ningún modo existen métodos o caminos preconcebidos, cada historia tiene una específica manera de contar. Encontrar la idónea exige conocimientos sedimentados y conocer los legados de clásicos imprescindibles que fueron transgresores al “reinventar” lo dicho con verdad artística y audacia subversiva, ambas deben anclar en sustentos sólidos y pensamientos renovados.

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