¡Libros, libros… ¿a buen precio?!

La Feria del Libro debería ser, en su esencia y como actividad fundamental, la fiesta de la literatura, de la promoción literaria.
La Feria del Libro debería ser, en su esencia y como actividad fundamental, la fiesta de la literatura, de la promoción literaria. / Abel Rojas Barallobre

Acomodaron las sillas y las mesas; dispusieron los libros entreabiertos y apoyados sobre sus propias hojas, de forma tal que los lectores pudieran distinguir las portadas; probaron el audio… Todo estaba listo. Esperaron. Y esperaron… La sala de presentaciones Dora Alonso permanecía silenciosa, sin niños, y sin otros adultos más que quienes habían preparado la actividad.

Impacientes, las presentadoras salieron del salón para atraer a un público que no se dejaba seducir. Vieron gente con libros coloridos bajo el brazo y algunos textos de editoriales cubanas en las manos (adivinaron cuáles pertenecían a unas y cuáles a otras, porque el contraste entre las carátulas nacionales y las foráneas no dejaba demasiado margen a las dudas: ellas mismas habían llegado antes a las carpas donde estaban a la venta).

Otros pasaron cargando pizarras de juguete; grandes pliegos de foamy, muy utilizado para hacer manualidades; mesas y sillas plásticas, tipo escritorio infantil; mochilas en sus envolturas de nylon y jabas con libretas, crayolas, marcadores y lápices para colorear. Era la feria, en el más estricto sentido de la palabra.

Los adoquines y muros de la Fortaleza San Carlos de la Cabaña, acostumbrados al ir y venir de la gente en tiempos de Feria Internacional del Libro de La Habana, lo saben de memoria: la misma práctica se viene repitiendo desde hace varios años y en el evento se mezclan amantes de la literatura, personas en busca de artículos escolares y de oficina, y fanáticos del “arte” de comprar para revender (lo que sea que prometa dividendos).

Al evento asisten personas con diversos propósitos, desde adquirir libros para disfrutar de la lectura, comprar artículos escolares y de oficina, y para comprar para luego revender.
Al evento asisten personas con diversos propósitos, desde adquirir libros para disfrutar de la lectura, comprar artículos escolares y de oficina, y para comprar para luego revender. / Abel Rojas Barallobre

-¿Esta es la sala infantil? -preguntaron algunos. Las muchachas, de pronto esperanzadas, dijeron que sí con entusiasmo e invitaron a pasar-. ¿Pero es aquí donde va a actuar La Colmenita?

-No, aquí vamos a presentar una colección hermosísima de libros para niños. Y después será la venta: 10 pesos cada uno -explicaron las chicas, suponiendo que el precio, delante de los exorbitantes 100, 300, 500 pesos de los quioscos vecinos, donde brillaban personajes en papel estucado de las editoriales extranjeras, podía ser un atractivo irresistible; pero la gente asentía y seguía su paso, sin interesarse siquiera por los títulos. Eso, en el mejor de los casos. Había a quien ni la compañía de teatro le llamaba la atención: lo suyo era el comercio.

-La gente no está para charla -soltó una de las presentadoras, desencantada por la ausencia de público.

-Competir con La Colmenita está fuerte, muchacha. Ya verás que ahorita vienen para acá -ripostó la optimista.

“Y hacerle frente a la tentación de comprar para revender, mucho menos. Eso se ha convertido en el deporte nacional. Yo no sé por qué no hacen una feria de libros y, aparte, otra de portaminas, lapiceros, libretas, mochilas y sus parientes”, pensó la otra, pero no lo dijo. En cambio, propuso:

-¿Por qué no sacamos los libros para afuera de la sala, a ver si la gente se anima?

Frente a los precios de libros de editoriales foráneas, atractivos por su visualidad, han estado las propuestas de los sellos nacionales, con altos valores literarios y con precios asequibles para los bolsillos de los cubanos.
Frente a los precios de libros de editoriales foráneas, atractivos por su visualidad, han estado las propuestas de los sellos nacionales, con altos valores literarios y con precios asequibles para los bolsillos de los cubanos. / Abel Rojas Barallobre

Y ahí están ahora, pregonando, como quien vende “maní, maní tosta’o”, con musiquita y todo: “¡Libros de cuentos, tenemos libros infantiles a buen precio!” Anuncian y no se cuestionan el hecho de que esto no les corresponde, que ellas están ahí para hablarle al público del valor literario de las obras, de la edición, la corrección, el diseño, las ilustraciones… Saben que lo lógico hubiese sido que a la gente le entregasen plegables publicitarios con la programación. Piensan que lo ideal sería que a los adultos les interesara escuchar lo que los especialistas opinan sobre los libros infantiles antes de comprárselos a sus niños. Pero no hay tiempo para tantas cavilaciones y ellas tampoco están en na’, como dicen por ahí. Si hay que pregonar, pregonan, incluso bromean con eso del “marketing cultural”. Los libros comienzan a atraer la atención.

Cuando aparece el primer interesado, llega otra persona, y otra más, y muchas. Parece que el público llama al público. Y compran los cuadernos rapidísimo, casi se agotan. Entonces deciden no vender los escasos ejemplares que quedan o no podrán realizar la actividad: su objetivo, más allá de vender, es hablarles a los posibles lectores sobre su sello editorial, la colección infantil y sus autores.

“Hay que esperar a la presentación para seguir vendiendo. Pero pasen, que en cinco minutos comenzamos”, explican a los interesados que siguen llegando. Estos primeros dudan, mas entran y sucede como con la venta: llega una pareja, seguida de una abuela con la nieta, otra muchacha y otras más.

Cada año, la fortaleza de San Carlos de la Cabaña recibe a los habitantes de la capital y a quien anda de paso y no quiere perderse el más importante evento de la literatura en Cuba.
Cada año, la fortaleza de San Carlos de la Cabaña recibe a los habitantes de la capital y a quien anda de paso y no quiere perderse el más importante evento de la literatura en Cuba. / Abel Rojas Barallobre

Ahora la sala está repleta de personas de diferentes edades que escuchan la presentación con interés, aplauden y, al final, se acercan a los escritores para que les firmen los libros y se toman fotos con ellos. Son tiempos donde la literatura, parece, necesita del pregón.

***

En las afueras de la fortaleza, la fila de visitantes se alarga calle abajo, como una cola ancha de reptil que se mueve con ansiedad, mortificada por la inclemencia del calor y el dióxido de carbono que se acumula entre la mascarilla y la nariz. La espera es insoportable. De un lado la gente aguarda, traspasando con filtros superpoderosos las jabas transparentes de quienes salen, del otro lado de la valla. Hay quien no se contiene y pregunta:

-¿Quedan libros para colorear?

-Sí, mij’a, ¡y carísimos! -responde esa persona que evidentemente no pasó por la Dora Alonso o sería de las que no quiso entrar a la presentación. En todo caso, quien la escucha ya entrará predispuesta, y quizá habrá empezado a maldecir desde el minuto cero en que le han dicho, con otras palabras, que se aguante la billetera.

Las redes sociales se encienden con las críticas. Yo misma escribo un post en Facebook, con el impulso instantáneo de quien ve comprar más cosas de plástico o de goma que libros: “Es una feria, un ¡vengan, vengan, compren libros y lean!, ¿o es la feria para otra cosa?” A propósito de la publicación, una amiga periodista me asegura a través del chat de Messenger:

“Delante de mí una mujer gastó 24 000 pesos en libros de cuentos infantiles y para colorear que se vendían con un paquetico de crayolas por un precio de 60 pesos cada uno. Pero ella no fue la única. Y eso podría evitarse, creo yo”.

Me lo escribe indignada y asegura que ella pudo encontrar excelentes libros a precios razonables, “pero con ese ambiente se pierde un poco la idea de la Feria”, advierte. Todo el mundo sabe para qué alguien quiere 400 libros y 400 crayolas.

Los libros de colorear están, cada año, entre los más buscados por los visitantes.
Los libros de colorear están, cada año, entre los más buscados por los visitantes. / Abel Rojas Barallobre

A kilómetros de La Cabaña, los cubanos dicen que la inflación alcanzó a los libros, que quién ha visto uno en 500, en 1 000 pesos… y en más. Yo los vi. Una edición deslumbrante de El Principito, con tapa azul dura, la ilustración de cubierta con ribetes dorados del protagonista y en un formato que, a metros de distancia, llamaba la atención, no me dejó seguir mi camino en paz. Tuve que acercarme, tomarlo en mis manos y hojearlo con cuidado. Daba placer de solo verlo. “Qué libro tan bello. ¡Si mi hijo lo ve! Parece un objeto de coleccionista”. La vendedora me arrancó de cuajo de mi monólogo interior:

-Cuesta 500 pesos. ¿Lo lleva?

Acribíllenme si quieren: creo que el libraco repleto de ilustraciones de colores, con hojas fuertes y letras grandes, los valía; pero no lo compré. Calculé que con ese mismo presupuesto podía llevarme casi 50 ejemplares del modesto El Principito, de nuestra Editorial Gente Nueva, en formato pequeño y con ilustraciones en blanco y negro, pero con la mismísima calidad literaria. Nunca he sido una lumbrera en Matemáticas, pero hay razonamientos para los que no hace falta ser genio.

Mejorar las acciones de divulgación dentro del propio evento es primordial para que el público no solo vaya a comprar libros, sino también a escuchar a escritores y especialistas.
Mejorar las acciones de divulgación dentro del propio evento es primordial para que el público no solo vaya a comprar libros, sino también a escuchar a escritores y especialistas. / Abel Rojas Barallobre

Después, en el stand de México, a punto de pagar un ejemplar sobre padres vampiros que me había encargado una amiga, vi, encima de unas cajas que había detrás de la vendedora, El hombre que amaba los perros. Claro que le pregunté. Ella sonrió y, muy dispuesta, puso encima de la mesa una colección terriblemente encantadora que, dijo, un lector arrepentido había dejado a la hora de pagar. Entre aquellos textos estaba Como polvo en el viento, la más reciente novela de Leonardo Padura. Debo haber puesto una expresión muy rara en la mirada porque la mujer se limitó a esperar en silencio a que decidiera. Abrí el monedero, conté con discreción, pensé en la cantidad de textos infantiles que ya había comprado y… devolví el libro.

-La vida está muy dura -le dije a la librera. Si lo encuentro, mejor lo leo en PDF, que es molesto, pero me sale gratis.

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2 comentarios

  1. Bueno lo más malo es aparte de los revendedores, en todo, es que la cultura y la lectura se conviertan en un (Lujo), tengo familiares y amigos en muchos países fuera de Cuba, y la lectura esta muy alejada del pueblo, por el precio. No quiero para la Cuba, y lo que tiene muchas partes del mundo, Un lugar con libros imposibles de comprar. Eso no ayuda a la Revolución, a la brutalidad si.
    Fidel no le dijo al pueblo cree le dijo Lee.

  2. Estamos descubriendo el agua tibia, ¿Verdad? La iteratura no lo es, pero el LIBRO es un producto comercial, y hoy en día un artículo de lujo. Los precios entonces tienen por fuerza que subir: si antes estaba dispuesto a pagar 50 pesos al mes en librería (con un salario base de 500), ahora no puede pesarme destinar el 10% de mi salario por un producto de calidad. Es una lástima que las editoriales estaban ocupadas en pregonar (hacer marketing editorial, que el término es una carrera profesional que bien se conoce en el extranjero) y no pudieron tomarse el tiempo para ir a la Pérgola del Pabellón Cuba el mediodía del miércoles. Un grupo de autores tocamos está y otras dificultades del sistema editorial cubano. Pero, claro está, nuestras ganas de hacer tampoco importan mucho. Solo somos los que escribimos los libros, imagínate.

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