Más que probable, la derrota de Kiev

Ya poca gente en este controvertido mundo se esconde para hacer afirmaciones tan premonitoriamente exactas como aquella de que el devenir de Ucrania ya no depende de los caprichos gringo-otanistas, sino de la “absoluta decisión de Rusia.”

No era ni mucho menos lo que Washington estuvo urdiendo en vida y muerte de la Unión Soviética ni durante el denigrante empeño de neocolonización post-derrumbe del gigante euroasiático como posible jugosa pieza en el engranaje global bajo dominación yanqui.

Tampoco conjuga con el viejo y roñoso sueño de entrampar a Eurasia en la red hegemónica norteamericana, reducir a la extrema servidumbre a sus carnales del oeste del Viejo Continente,  a los novatos del Este ex socialista, y poner bridas definitorias a rusos y chinos, posicionando el riesgo de destrucción militar de Moscú a cinco minutos de tiro de las lanzaderas nucleares de la OTAN.

Si no, haberle preguntado a tiempo al ya desparecido Zbigniew Brzezinsky, el “gestor” del desgaste soviético en Afganistán en los 80 del pasado siglo;  a Francis Fukuyama y su “fin de la historia” y el “triunfo global capitalista”, apenas una década después; o a la hiperactiva y agria Victoria Nuland, repartidora contumaz de bolsitas de golosinas e instrucciones a los neonazis en las incendiarias calles de Kiev en 2014,  y meses después del Maidán entregada directamente a la designación de fascistas confesos en la alta jefatura y la escala de mando de  las fuerzas armadas de la “nueva Ucrania” anti rusa.

Rusia se va imponiendo de manera definitiva en el conflicto inducido contra su seguridad nacional por intermedio de Ucrania. /rt.com

¿Y qué hizo el Kremlin de “abominable” en ocho largos años de espera mientras los golpistas ucranianos abrían puertas a la OTAN para atrincherarla ante la frontera de Rusia y masacraban a su propia población civil del Este por su origen ruso?  Pues promover los trabajosos pero precisos acuerdos Minsk 1 y Minsk II para un arreglo pacífico del diferendo, ambos como renovado papel mojado para Occidente (al igual que la vieja promesa a Mijail Gorbachov, a inicios de los noventa del siglo XX, de que el Pacto Atlántico nunca avanzaría al Este), y que ahora sabemos solo pedían la neutralidad de Kiev y respeto para los rusoparlantes de Ucrania.

De manera que todo hubiera sido muy sencillo, pero  Washington,  la OTAN y los xenófobos ucranianos solo admitían el cerco a una Rusia que llegó al convencimiento de la necesidad de derribar piedra sobre piedra  antes que ser sepultada… Así de simple, claro y contundente.

Porrazos y vahídos

Muchos meses después, con decenas de miles de dólares invertidos en balde, cuantioso material bélico de todo calibre y de todo cuño calcinado bajo el fuego ruso, el envío a una muerte segura de decenas de miles de ciudadanos de a pie, una economía (sobre todo eurooccidental) que se puso la soga al cuello por cubrirle las espaldas a USA y, tras el desastre de una “ofensiva milagrosa” para la primavera-otoño de este año, las caras y las conclusiones parecen ser otras, aunque públicamente se recurra a cuanta maroma sea menester para ocultar las grandes responsabilidades por un ejercicio injerencista que huele a neto fracaso.

Los pretextos son muchos, y hasta el repentino estallido de violencia militar entre apaleados palestinos en Gaza y xenófobos y genocidas sionistas en Israel, parece pertinente para “escoger” entre Kiev y Tel Aviv a la hora de repartir dólares de socorro y empezar a sacar el píe a un pantano ucraniano sin salida promisoria a la vista.

Ahora resulta, además, que nadie calculó el monto de los arsenales gringo-otanistas a la hora de abrir la tubería a Ucrania, ni que la técnica militar remitida sería pasto de un implacable y certero fuego ruso, ni que en Kiev los fondos multimillonarios y parte de las armas regalados pasarían a manos de corruptos y traficantes, ni que la industria bélica del Oeste no podía reponer pertrechos a la velocidad con que se pierden en el frente Este.

Ucrania ya no podrá revertir nada sustancial en el campo de batalla. / elviejotopo.com

Tampoco estudiaron a fondo los niveles de respuesta de Moscú, ni que los pupilos ucranianos harían carnavales de disparos inútiles agotando las reservas de municiones a ritmo de chorro de agua ni que –como insisten hoy– los mandos y tropas de Kiev no cumplirían “los estándares tácticos” de la OTAN a la hora de ir al combate, por mucho entrenamiento que se les ofreció en el exterior.

Hoy descubren que la “ofensiva salvadora” tenía profundos huracos organizativos y operativos que no garantizaban nada en  las trincheras, que entre el presidente Zelenski y sus mandos castrenses hay fisuras y discrepancias serias con respecto a la marcha de las operaciones, que para el 2024 Kiev no tiene ni idea de qué hacer en el campo de batalla, y que mientras ellos mismos insisten  verbalmente en “la guerra victoriosa contra Vladímir Putin”  las disensiones y el cansancio en la UE y la OTAN les muerden los talones con insistencia.

No es por gusto –y es algo que se aprende bien en este oficio de aguzarse en política internacional– que influyentes medios de prensa y voceros paralelos de Occidente insisten cada vez con más fuerza en sus dudas de que Ucrania salga siquiera intacta territorialmente de este lance inducido contra Rusia y que pensar ahora mismo en una negociación que deje todo el escenario como está en este preciso instante sería más provechoso y menos costoso en credibilidad y recursos para la nación y sus padrinos extranjeros.

Como decía hace unos días un ex alto cargo de la OTAN, “mejor parar ahora” y que Ucrania “pague lo que tenga que pagar”, a que deje de existir totalmente como la deseamos.

En pocas palabras, y contra el “patriotismo untado” de un Zeleski demasiado aficionado en estos tiempos a las portadas y pantallas occidentales, olvidarse de recuperar Crimea y el Donbas, e intentar sobrevivir en relativa calma al Oeste, porque mejor es “algo que nada”. Desde luego, lo que se pasa por alto deliberadamente es que la imbatible respuesta militar a que fue obligada Rusia es, en primera instancia, el factor clave en todo lo que hoy viene sucediendo.

De hecho, en el campo de batalla va quedando un solo actor crucial (y no es Ucrania), y la OTAN y Washington lo saben. Económicamente las masivas sanciones y embargos al gigante euroasiático nunca lograron globalizarse,y han horadado en realidad a quienes las promovieron y aprobaron, mientras que Rusia ha diversificado sus mercados con países y regiones más serenas y decentes, y ha multiplicado su iniciativa interna asumiendo por cuenta nacional numerosas producciones y líneas de artículos esenciales que antes se compraban al otro lado de la valla.

Por demás, en el terreno estrictamente militar, el mando ruso y sus tropas no solo han probado la eficacia de un arsenal que supera claramente al de Occidente, sino que han logrado ejercitar, desarrollar y modificar sus tácticas sobre un concreto escenario de combate, afilando así la maquinaria que garantiza y garantizará la seguridad e integridad de la nación, y el apoyo efectivo a sus aliados.

¿Qué quedará para el porvenir mediato? Una derrota estratégica de los Estados Unidos y sus escuderos en Ucrania, por mucho que traten de esconderla bajo la alfombra, y el “temido” avance del mundo hacia una nueva era geopolítica, donde la cordura, el equilibrio, la sensatez, el respeto y los vínculos mutuamente beneficiosos trastoquen en progreso estos tiempos de zarpazos de fiera herida que se traman entre los que no deben tener futuro.

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