A quienes circunscriben su aproximación a Lydia Cabrera solo a la obra El Monte, les sería muy útil acercarse por estos días al Centro Cultural Dulce María Loynaz o a la Sala Villena de la Uneac, en La Habana, para comprender que esa cubana que hoy tendría 123 años legó una obra inmensa —sobre la que queda mucho por indagar— a las generaciones que le sucedieron.

Precisamente a ella está dedicado el II Coloquio de Antropología Fernando Ortiz Fernández, organizado por el Instituto Cubano del Libro, con el aporte la Fundación que lleva el nombre del notable etnólogo y de la Comisión Aponte de la Uneac.

El Doctor en Ciencias Históricas en especialidad de Antropología Cultural, Jesús Guanche, presentó su Diccionario etnográfico de África, a la vez que narró las diversas enseñanzas de trabajos anteriores sobre el tema para otras regiones; y el curador de arte e investigador del Museo Nacional de Bellas Artes, Roberto Cobas Amate, ofreció los resultados de su investigación acerca de las relaciones entre Lydia Cabrera y el pintor cubano Wifredo Lam, en los años de 1941 a 1945.

En representación de los jóvenes dedicados a hurgar y encontrar los secretos que se guardan en los más insospechados espacios, el licenciado Pedro Evelio Linares, investigador y poeta, perteneciente al museo municipal de Güines, intercambió con los asistentes acerca de su experiencia en la aplicación de las técnicas y métodos investigativos de Lydia Cabrera.

¿Por qué a Lidia Cabrera?

El máster en Ciencia, abogado, poeta, ensayista e integrante de la Comisión Aponte, David López Ximeno, precisa:

“Porque es indispensable comenzar a hacer un trabajo de divulgación de su obra y de los aportes que ella realizó con sus investigaciones al desarrollo de la etnografía cubana. Ella es una de las escritoras más importantes de todos los tiempos en el país.

“Cuando se habla de El Monte, inmediatamente se le asocia. Pero está también La sociedad secreta abakuá narrada por viejos adeptos; Cuentos negros de Cuba, y muchos otros —resultado de sus estudios— que se leen hoy con avidez.

“Teníamos una deuda con esta gran intelectual cubana que puso profundo empeño en destacar una zona muy poco visibilizada de la realidad cubana de su momento, y los valores culturales que yacían dentro del mundo mágico religioso de los afrocubanos”.

— ¿En qué contexto desarrollaron su labor investigativa ella y Don Fernando

Ortiz?

—En un contexto muy complejo. Recordemos que a los intelectuales blancos y de su origen social les resultaba muy difícil acceder al universo de los negros cubanos. Era aquella una sociedad plagada de prejuicios raciales y de desprecios por todo lo que tuviera la impronta africana. De forma tal que uno de los méritos más extraordinarios que aprecio en el legado de ambos es, precisamente, haber podido romper esa barrera y comenzar a crear o a construir un acercamiento al universo de lo afrocubano.

— ¿Qué aspectos tienen ambos en común?

—El interés en dar a conocer los valores de la huella africana en la cultura cubana. También tienen en común el empleo de los métodos investigativos y el uso de la entrevista y la observación positiva de los fenómenos estudiados. Creo que estos aspectos resultan medulares al momento de comprender los aportes de los africanos y sus descendientes en la nación. Tanto Ortiz como Lydia contribuyeron a la creación y a la consolidación de la etnografía y la antropología cubana avanzada en los estudios culturales.

—En lo personal, ¿cómo los valora?

—Como los pioneros en estas ramas del conocimiento que nos hacen comprender mucho mejor y con más claridad de dónde venimos y lo que somos.

“Quisiera agregar que todavía no son suficientes los esfuerzos para la divulgación de la obra de nuestros pensadores, y resulta necesario ser más perseverantes en tal empeño. El Instituto cubano del Libro ha trazado un camino dentro de su política editorial para contribuir a la difusión de este genuino tesoro de sapiencia”.