Foto. / cubadebate.cu / restauración Internet
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Primero “naufragio”, después “la aventura del siglo”

De ambas maneras curiosas calificó el Che el desembarco del yate Granma el 2 de diciembre de 1956, en momentos diferentes de sus aportes teóricos y humanos: la primera de ellas al principio del triunfo de la Revolución, en uno de sus sinceros y magistrales testimonios escritos; y la segunda, varios años después en una no menos interesante reflexión expresada personalmente a su gran hermano de lucha Raúl Castro Ruz


Se cumplen 65 años del histórico desembarco que como Fidel argumentó con muchísima certeza en memorable ocasión, abrió la definitiva etapa de una misma Revolución iniciada el 10 de octubre de 1868 por Carlos Manuel de Céspedes.

Al fin, el domingo 2 de diciembre de 1956 tuvo lugar el anhelado zafarrancho de combate, en Los Cayuelos, entre Punta Coloradas, al nordeste, y Punta Purgatorio, al suroeste, a unos 200 metros de la primera, en Niquero, Oriente.

El Che escribió en la revista Verde Olivo con el seudónimo de El Francotirador que el desembarco del yate Granma había sido en verdad un “naufragio”. Pero después, cuando marchaba hacia una de sus misiones internacionalistas y el general de ejército Raúl Castro le dijo que se iba “hacia la aventura del siglo”, le respondió sonriente: “La aventura del siglo fue el Granma”. / Archivo de Bohemia

El entonces campesino Guillermo García Frías (hoy Comandante de la Revolución) permaneció esperando en vano el desembarco en un sitio previsto de la costa conocido por Ojo del Toro y Boca de las Piedras, con un camión listo y tres hombres para encaminar a los expedicionarios hacia las montañas, pero la acción no tuvo lugar en Las Coloradas, sino en Los Cayuelos. La misma inesperada adversidad le sucedió a Celia Sánchez junto a otros compañeros.

Pese a los patrullajes aeronavales realizados por la tiranía para impedir que la tropa de Fidel pudiera tocar con éxito suelo cubano, el enemigo se fue en blanco completamente y los revolucionarios se encontraban ya en un abrupto punto de nuestro archipiélago.

Cuando las fuerzas batistianas lograron capturar el yate, a 70 metros de la orilla costera cubana, se encontraba ya vacío. La embarcación estaba  desocupada y sin combustible. Los 78 cubanos y cuatro extranjeros con sus respectivas armas, mochilas, municiones y algo de comida habían desembarcado, aunque en una especie de ciénaga. De nada le valió inicialmente el despliegue aeronaval que a su vez contó con el apoyo de naves y aviones de guerra estadounidenses. Solo tres inofensivas embarcaciones son testigos de la llegada del destacamento insurgente entrenado en México.

Testigos ignorantes del gran suceso

Un pescador de la zona del desembarco, que laboraba allí desde la madrugada en un simple bote de remos, muy próximo a la costa, fue el primer testigo ajeno del extraordinario suceso, el Granma le pasó cerca y cuando encalló, el hombre, atemorizado, se alejó remando.

El barco de cabotaje Tres Hermanos iba saliendo a esa hora de la Laguna del Guaso, cargado de carbón que llevaría hacia Manzanillo, al sur del solitario paraje donde se detuvo el Granma y, al ver el yate desconocido, dio una rápida vuelta y se escondió como pudo.

Desde el norte venía acercándose la embarcación Gibarita, dedicada al tiro de arena de Cayo Casimba a Niquero. Al divisar sus tripulantes tan inesperado yate, misión histórica ni siquiera imaginaban, realizó un giro presuroso y tomó rumbo nordeste. En medio de su incertidumbre, los navegantes, lamentablemente, a conciencia o sin medir bien su conducta, alertaron a las autoridades navales.

Con las manos en alto

Los bravos expedicionarios, cuya heroica travesía retrasaron para buscar a uno de sus hombres que por accidente cayó al agua, no llegaron al punto planeado, sino a una zona pantanosa, donde el avance a pie se dificultaba extraordinariamente. Para colmo, empujados por la tensión del momento y sobre todo por el lógico cansancio de una navegación hacinada y angustiosa, resbalaban, se atascaban, se hundían en el fango y se enredaban en hierbas, bejucos y raíces. Muchos, como era lógico, se sentían muy débiles; además, por el obligado ayuno de los últimos días y las fatigas constantes del molesto mareo.

Precisamente el desembarco del Granma fue la fundación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Y cuando el Ministro de las FAR Raúl Castro asistió al cosmódromo soviético de Baikonur, en 1961, confesó a los compañeros que el Granma fue también una especie de “vuelo cósmico”. / guayacándecuba.blogspot.com

En un supremo esfuerzo a la altura de su empeño libertador, avanzaron dispersos o en pequeños grupos hacia la costa, a la que se van acercando lentamente con las armas en alto. Durante unas dos horas las espinas y los filos de las hojas del mangle rojo y del blanco, con raíces respiratorias que emergían del agua en forma de cortadera y punzantes agujas de follaje cortante, desgarraron los uniformes y la piel, mientras las botas nuevas provocaban ampollas al caminar y chapotear tierra fangosa por encima de los arrecifes e hirientes dientes de perro del monte costero.

El Che en su momento diría años después que aquello no había sido un desembarco, sino un “naufragio”.

Curioso es el hecho de que el propio médico argentino –que integra ya la lista de los 16 miembros del Estado Mayor de la expedición como Jefe de Sanidad del contingente– cuando Raúl Castro Ruz (el actual general de ejército y hoy líder indiscutible de la Revolución) lo despidió al partir hacia su gesta internacionalista boliviana, le dijo: “¡Te vas para la aventura del siglo!”, a lo que Guevara, también sonriente le comentó: “¡La aventura del siglo fue el Granma!”.

Más tarde, en su importante y conocido libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria, el comandante Ernesto Che Guevara nos dejó un formidable testimonio del hecho mismo de aquel desembarco.

Dijo que al abandonar el yate el 2 de diciembre en una penosa e interminable caminata por una ciénaga de agua de mar, perdieron buena parte de los equipos que traían y las botas nuevas que calzaban habían provocado ulceraciones en los pies de casi todos los expedicionarios.

Recalcó que “[…] no era el único enemigo el calzado o las afecciones fúngicas. Habían llegado a Cuba después de siete días de navegación a través del Golfo de México y el Mar Caribe, sin alimentos, con el barco en malas condiciones, casi todo el mundo mareado por falta de costumbre al vaivén del mar, después de salir el 25 de noviembre del puerto de Tuxpan, un día de norte, en que la navegación estaba prohibida. Todo esto había dejado sus huellas en la tropa integrada por bisoños que nunca habían entrado en combate”.

Argumentó igualmente: “[…] ya no quedaba de nuestros equipos de guerra nada más que el fusil, la canana y algunas balas mojadas. Nuestro arsenal médico había desaparecido y nuestras mochilas habían quedado en los pantanos”.

Sirvan estas líneas para rendir homenaje a los 21 mártires y demás héroes del Granma; y, por supuesto, a Fidel –a siete años de su partida hacia lo eterno– y al Che, en el reciente aniversario 56 de su asesinato por orden de la CIA.

Infructuoso rastreo enemigo del Granma

Para localizar la esperada expedición las fuerzas batistianas emplearon las fragatas F-301 José Martí, buque insignia de la Marina de Guerra de la tiranía; F-302 Antonio Maceo y la F-303 Máximo Gómez, ¡paradójicos nombres! También los buques de patrulla y escolta Caribe y Siboney, y los guardacostas Oriente, Camagüey, Las Villas, La Habana y Pinar del Río, así como otros nueve del mismo tipo apoyados por los navíos auxiliares Donativo y Matanzas. El rastreo aéreo lo realizaron fundamentalmente dos bombarderos B-25 Mitchell; dos aviones de entrenamiento utilizados como cazas AT-6 Texan y un C-47 de transporte, aeronaves tripuladas por 27 militares: 10 oficiales, seis clases y 11 soldados. Todo eso especialmente en la zona oriental del país, a sabiendas, como en el caso de la Marina de Guerra, de que los meses de noviembre y diciembre son los más peligrosos, pues Fidel había proclamado con claridad que en 1956 estaría ya en Cuba y serían “libres o mártires”.

Claro que, detrás de todas las medidas para impedir el desembarco, se esperaba la mano de Estados Unidos. Así, en “visita casual” a La Habana y Santiago de Cuba, llegan por esos días precisamente buques estadounidenses de guerra con amplias posibilidades de descubrir con radares objetivos aéreos y navales; y tropas de desembarco con 31 cañones en total. Son el destructor escolta con radar Hissen; el buque de desembarco de tanques Calhoum Country; el destructor escolta William T. Powell y el guardacosta Escanaba, tripulados por cerca de 500 militares yanquis.

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Fuentes consultadas: Archivo del autor y su libro El quinto expedicionario, páginas 130-135, Editorial Pablo de la Torriente Brau, 1999.

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