Foto. / Leyva Benítez
Foto. / Leyva Benítez

Prolongar los tributos por siempre

La trascendencia del 8 de mayo, Día del Son Cubano, debe mantenerse vigente en espacios, los medios de comunicación audiovisuales, el ser y el quehacer de compositores e intérpretes defensores de la raigal cubanía


¡¿Quién no siente gozosos disfrutes al seguir la cadencia de un son memorable o contemporáneo?! El alma y la conciencia identitaria participan emocionalmente durante ese momento. Suelen compartirlo cantantes, agrupaciones y bailadores en diferentes escenarios sin límites de épocas o países.

El género fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación en 2012. Este reconocimiento valida su prominencia en la historia de la música cubana. Lo defendió sin descanso, perseverante, lúcido, el inolvidable maestro Adalberto Álvarez. Tuvo el apoyo del Ministerio de Cultura. Según reconoció en exclusiva con BOHEMIA: “El son nace desde la raíz del pueblo. Lo llevamos en la sangre. Todas las generaciones son conscientes de su trascendencia en la obra de compositores e intérpretes renombrados. Debemos cultivar el género haciendo gala de las mejores energías”.

Por esto también se rinde homenajes el 8 de mayo a los natalicios de dos músicos extraordinarios: Miguel Matamoros (Santiago de Cuba 1894-1961) y Miguelito Cuní (Pinar del Río 1916-1984), devenidos símbolos culturales dentro y fuera de la mayor de las Antillas. Ambos son brújulas para grupos e individuos que nutren el patrimonio afianzado en las tradiciones populares.

Oriundo de Cuba, el son se conformó como el complejo genérico más importante de la música por la incidencia alcanzada en la expresión bailable de notable función social. De ella forman parte las variantes antiguas: son montuno, guaracha, changüí y sucu-sucu y el desarrollo en zonas urbanas habaneras durante los años 50.

Con sus ideas y pensamientos, el maestro Adalberto Álvarez renovó los repertorios soneros. / Leyva Benítez

La gran síntesis de lo cubano lidera a partir de la combinación de la cuerda pulsada (guitarra y tres) y del bajo tonal armónico. Al principio se logró mediante una marímbula o botija, más tarde la sustituyeron el contrabajo y las figuraciones rítmicas de los instrumentos de percusión, bongó, maracas, claves, esto permitió la estabilidad de elementos estilísticos rítmicos, armónicos, melódicos. De ahí la existencia de sones creados para formatos de jazz, instrumentos electrónicos, orquestas sinfónicas y combinaciones de cámara.

En fiestas y otras celebraciones apreciamos el carácter variado de textos soneros. ¡Cuánta riqueza revelan en distintas circunstancias y épocas! El son ha expresado anhelos de las capas más oprimidas del pueblo. Varios compositores incorporan elementos de la sátira aguda, la denuncia social, homenajes a la mujer y al paisaje entre otros rasgos o motivos.

Al parecer, la satisfacción producida por combinaciones tímbricas y sonoras no tiene límites, hace mover los pies, el cuerpo, alimenta una herencia autóctona, robusta.

En los tiempos actuales lidera la hibridez, el entrecruce de ritmos, sonoridades, la conexión de metáforas y sedimentos. Sin duda, la fuerza del son es telúrica. ¿Quién puede quedarse quieto al escuchar Mamá, son de la loma o El que siembra su maíz? Los jóvenes y las agrupaciones musicales lo reconocen: la calidad artística nunca pasa de moda. El nuestro es un pueblo bailador. Los buenos tumbaos, el estribillo pegajoso y las improvisaciones seductoras distinguen la tradición sonera. Es importante prolongar los tributos cada día. La relevancia del son está condicionada por fuerzas ancestrales, estas tienen vida propia en el siglo XXI.

Legados imperecederos lo patentizan. Había que ver al maestro Adalberto Álvarez en ejecución. Hizo patente un modo creativo inserto en procesos y actitudes socioculturales. Ilustró nuestra manera de ser, particularidades, influencias renovadas, para que la música cubana de calidad artística siguiera brillando en el mundo.

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