Quien busca, encuentra

Nada es improvisado en el ansia norteamericana de poder global


La enraizada tendencia absolutista de la política exterior estadounidense proviene de un histórico sistema de ideas sembradas en el imaginario de una sociedad fundada sobre pretendidos principios de extendidas “libertades e iniciativas individuales”, que conceptualmente han dividido al país y al resto del mundo en “ganadores” y “perdedores”.

Alianza estratégica. / rt.com

Los primeros son los “iluminados”, los “designados por la providencia para liderar rebaños, y los exitosos” a toda costa y a todo costo, poseedores de la verdad última y destinados a ejercer poderes omnímodos. Solo eso explica el temor, el menosprecio y el rechazo a lo no conocido; la desconfianza y el aislamiento en relación con el semejante; la institucionalización de castas proclives a mandar, exigir, instituir y predestinar a escalas inauditas; y la concepción estrecha y brutal de que la razón solo les asiste a ellos, y por tanto sus trazados y criterios asumen la validez de edictos incontestables dentro y fuera de su propia geografía.

Edificio de criterios

El país convertido en primera potencia capitalista global luego de una segunda guerra generalizada que desbancó lo que quedaba del vetusto poder eurocentrista de siglos precedentes no fue precisamente un feliz proscenio de asimilación y simbiosis.

La imposición rígida, dogmática y violenta que llegó del otro lado del mar en los escarpines de los puritanos de origen anglosajón segó y traumatizó a las civilizaciones originarias, robó extensiones colosales a México, proclamó los “derechos exclusivos” sobre el sur del hemisferio, despojó a cañonazos a España de lo poco que le quedaba de su fabuloso espacio colonial, y más acá, con la primera y la segunda conflagraciones mundiales, terminó de armar los pilotes de su edificio de control planetario. El coloso estaba listo para ir por más, allende el mundo Euroasiático, que desde temprano fue definido como la meta pendiente a ocupar por siempre el trono universal.

Los chicos en juego

Y detrás del fantasioso y público andamiaje ejecutivo-legislativo gringo, el nunca ausente “poder oculto” no cesa jamás de trazar las rutas. El “equipo de personajes” tiene muchos nombres; entre los más “conspicuos” de los últimos decenios, hasta su desaparición física en 2017, a los 89 años de edad, figura el polaco-norteamericano Zbigniew Brzezinski, cuya obra El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos resulta una suerte de Bibliapara el hegemonismo yanqui.

Ucrania marca una inflexión decisiva para el hegemonismo gringo. / sputniknews.com

Brzezinski fue un furibundo activista antisoviético, apoyó con las dos manos la guerra intervencionista en Vietnam, se codeó con los más renombrados integrantes de la élite del “gobierno en las sombras” de los Estados Unidos, y, en sus tiempos de asesor de Seguridad Nacional del presidente demócrata James Carter, planeó y ejecutó el escenario propicio con el fin de provocar la irrupción de tropas soviéticas en Afganistán, a pedidos del Gobierno progresista local, asediado por bandas de señores de la guerra y grupos extremistas islámicos creados a instancias de Washington y encaminados a desestabilizar la frontera suroriental del gigante euroasiático.

Su mayor premio, afirmó una vez a medios de prensa, fue contribuir “decisivamente a la disolución de la URSS”, para él, textualmente dicho, una meta mucho más trascendente que haber fomentado y potenciado el terrorismo confesional en Asia Central y el Oriente Medio, incluidos los fraternales lazos de EE.UU. con Al Qaeda y su controvertido líder Ozama Bin Laden, y con los talibanes afganos.

Era aquel episodio, además, palanca destinada a desatar la conquista norteamericana del espacio euroasiático (quien domine Eurasia dominará el mundo, había suscrito), con una URSS colapsada y desmembrada, una Rusia dispersa e inerme, una China despuntando aún en su formidable desarrollo ulterior, una OTAN cada vez más sumisa y ya con el propósito de ser empujada al Este, y un espacio Asia-Pacífico plagado de estaciones militares, con pivotes centrales en Japón y Corea del Sur. La tarea vital era, entonces, “evitar a toda costa la reorganización o surgimiento de nuevas potencias oponentes”, y apresurar la presencia y la influncia estadounidense en aquellos territorios, colmados de riquezas energéticas y potencialidades de toda suerte. Era “redondear” definitivamente la esfera inalterable e intocable del poderío global norteamericano.

Una visión

La biblia hegemonista de Zbigniew Brzezinski no puede ser más “científica”. En su tesis somos –la humanidad– una estructuración de categorías signadas por diferentes niveles de poderío e influencia, y por tanto de peso y matiz decisivos o no con respeto al destino común. Para Washington se reserva la gradación de “jugador geoestratégico” esencial, junto a otros posibles poderes extranjeros, manejables o no, que podrían suscribir o rivalizar con la presunción Made in USA de decidir por sobre toda voluntad ajena.

Lo de “pivotes geopolíticos” engloba, por su parte, a países utilizables o instrumentos en la gestión hegemónica del “jugador”, digamos buena parte de una Europa Occidental ya venida a menos por aquellos días, o, curiosamente, una Ucrania a la que se le asignaba ese controlable escalón en la proyectada ofensiva contra una Rusia aún bajo el gobierno caótico, prooccidental y maleable del beodo Boris Yeltsin.

“Pivotes” o “herramientas” también resultaban Japón y Corea del Sur en la contención de China y las repúblicas asiáticas exsoviéticas aún balbuceantes, luego del desgajamiento de la URSS. Para este mapa de conquista euroasiática era vital entonces mangonear al Oeste, con un férreo poder sobre la OTAN y debilitando a Alemania y Francia, a ratos en aquel entonces algo remolonas en materia de obediencia; al Este, con el uso de su cadena militar regional y la suma de nipones y sudcoreanos; y al Sur, a partir de la injerencia masiva en el Oriente Medio y Asia Central (apuntando contra Irán, e interviniendo militarmente en Afganistán, Iraq, Libia y Siria, con el apoyo del gran e histórico carnal sionista).

Mientras, con Moscú y Beijing, los dos grandes obstáculos de ayer y de ahora mismo, la receta es similar: evitar a toda costa su conversión en potencias de rango mundial y, de ser posible, actuar a favor de fracturar el trato y el acercamiento bilaterales, fomentando enconos, desacuerdos, toda vez que, reza el texto de Brzezinski, “el escenario potencialmente más peligroso” para los planes de control de Eurasia “sería el de una gran coalición entre Rusia, China y quizás Irán, una coalición antihegemónica unida no por ideología, sino por agravios complementarios”.

Temores y realidad

El autor de El gran tablero mundial de seguro aplaudió en 2014, tres años antes de morir, la entronización en Ucrania, con el concurso desembozado de sus alumnos en la Casa Blanca, de los ultranacionalistas y neonazis encargados de hacer de Kiev una punta de lanza contra la seguridad y la integridad de Rusia, y tal vez hasta fue de los que aconsejaron hacer papel mojado de los acuerdos de Minsk para ganar tiempo y rearmar al régimen local.

Lo “triste” es que no llegó a conocer que “el enemigo” jugó precisamente la carta que él mismo concibió como obstáculo casi insalvable hacia la conquista gringa de Eurasia, e incluso que su resistencia fuese tan tenaz, inteligente y vigorosa como para extender su resonancia geopolítica y marcar un después desastroso del materializador y seguidor por excelencia de sus dogmas y apuntes expansionistas.

No conoció tampoco de la “inconcebible” respuesta de una joven y anónima internauta china al convite norteamericano para que Beijing condenase la guerra defensiva de Rusia en Ucrania: “Que absurda propuesta. Es como si el criminal que viene a matar a mi vecino me pida que le ayude para luego asesinarme”.

Lo cierto es que ni Rusia cayó en desgracia total luego de la pérdida de la URSS, ni frente a la política unilateralista norteamericana y todos sus derivados, incluido el plato ucraniano, el camino la conduce al cadalso. China y Rusia, con una visión más exacta y centrada, son hoy socios estratégicos, y, lejos de perder espacio o ser condenados al ostracismo, trabajan intensamente a fin de dar un giro definitivo a las dolosas estructuras impuestas a la mayoría del planeta por Occidente y su líder.

El cerco a Eurasia ya suma tres frentes de respuesta. Al Oeste una frontera rusa inexpugnable, luego de largos meses de un combate que se torna insostenible para los promotores y sus suministradores locales de carne de cañón. Al Sur, la alianza clave con Irán y la ayuda bélica solidaria a Siria; y en Asia-Pacífico, la cada vez más sólida convergencia ruso-china y el muy reciente complemento de Corea del Norte.

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