La secuenciación del genoma de la medusa inmortal sienta las bases de futuros estudios relacionados con la investigación del proceso de envejecimiento y de sus enfermedades asociadas, como las patologías cardiovasculares, neurodegenerativas o incluso el cáncer
¿Qué tienen en común Black Widow, el Capitán América, la Capitana Marvel, Deadpool, Hulk y Wolverine? Correcto: son inmortales.
Mas ellos son superhéroes, todos jóvenes y apuestos, destinados a endiosar. Otros no lo son tanto y tampoco mueren, jamás entre los nunca posibles, a pesar de ser almas atormentadas, tan odiadas como incomprendidas, y a pesar de ser derrotados, regresan.
Es el caso de Jason Voorhees, el niño discapacitado multihomicida de la serie de películas de terror Viernes 13; o de Michael Myers, el psicópata de las secuelas de Halloween que proviene de un hogar disfuncional.
También el mitológico irlandés Jinete sin Cabeza (en realidad sí tiene, la lleva bajo su brazo con una horrible sonrisa de oreja a oreja y con ojos pequeños y negros).
Ninguno conmueve tanto como el monstruo de Frankenstein, suerte de criatura que parece creada con partes tomadas en una charcutería humana. Destinado a sufrir como un niño sin madre, no tiene otro rumbo que vagar inmortalmente gracias a una sustancia que le dio el doctor Víctor Frankenstein.
¿Acaso sirve en algo ser perpetuo?
“Para siempre es nuestro hoy. ¿Quién quiere vivir para siempre?” resuena aún la voz de Freddy Mercury en la banda sonora del filme Los inmortales (1986), historia de unos fulanos eternos que durante siglos no han hecho otra cosa que intentar matarse unos a otros. Así, lo que pudiera parecerles un don, les sabe más a condena, sobre todo relacionado con uno de los protagonistas, un “elegido” que quiere asentar cabeza y siempre lo encuentran.
Vida buena en aguamala
El ser humano siempre ha buscado alguna fuente inagotable de juventud o el elixir de la vida eterna. Quien realmente logró hacerse “inmortal” fue una simple medusa, un “aguamala”.
Las aguamalas, al parecer, se han puesto de moda últimamente. La Stygiomedusa gigantea, conocida como medusa fantasma gigante (por su forma y tamaño, llega a alcanzar los 10 metros de largo), fue descubierta en 1910. Desde entonces solo se han documentado unas 130 observaciones de ejemplares de esta especie en el medio marino.
En febrero 2023, la revista científica Polar Research, editada por el Instituto Polar Noruego, certificó en un artículo, con imágenes excepcionales de tres ejemplares, la existencia de estas grandes medusas.
Pero no es esa la verdaderamente excepcionalidad, al menos no tanto como una medusa pequeñita de poquísimos milímetros de diámetro. Después de millones de años de evolución, ese celentéreo alcanzó un poder de regeneración pasmoso y no muere de causas naturales.
La llamada medusa inmortal tiene forma alargada y acampanada y cuenta con un estómago de gran tamaño con la que gesta sus huevos y, además, rendir honor a sus festines de plancton, crustáceos, peces de tamaño pequeño y otras especies de medusas más chicas. Sin embargo, no va en busca de sus presas como el Jinete sin Cabeza, sino que la que llegue hasta ella oportunistamente la inmoviliza con sus tentáculos y le inocula su veneno.
Su color es rojo fuerte y en el corte transversal tiene forma de cruz. Las especies más jóvenes tienen ocho tentáculos, pero los adultos pueden tener hasta 80.
Su hábitat son los océanos. Normalmente vive en las zonas más templadas y en las tropicales, sea Japón o Colombia, incluso en el mar Mediterráneo, en las costas de España e Italia. Tal dispersión se explica porque se enganchan en los tanques de lastre de los barcos y son arrastradas a nuevos lares.
Llamada Turritopsis dohrnii (antes clasificada como Turritopsis nutricula) es una medusa muy especial, debido a que es capaz de revertir su ciclo vital y volver a la forma de pólipo (que es su estado de inmadurez sexual), incluso después de haber alcanzado su adultez. Es decir, este hidrozoo podría renacer una y otra vez.
Como cualquier otra de las cerca de 4 000 especies parientes conocidas, la medusa inmortal nace tras unirse los gametos femeninos y masculinos que dan lugar a una larva que flota en el mar y que después se fija en el lecho marino como pólipo (forma inmadura). Luego, este se libera como éfira, es decir, una medusa joven a punto de ser sexualmente madura. Entonces comienza a brotar, clonándose asexualmente hasta lograr formar una colonia. Posteriormente se reproduce de forma sexual y el ciclo vuelve a empezar con la abulia de milenios.
La historia se complica cuando decide cambiar las reglas del juego vital, como mismo un superhéroe de Hollywood hace a su antojo las cosas que suele hacer. Digamos que si la colonia percibe alguna amenaza ambiental, si un Turritopsis se estresa o enferma, puede transformarse en un quiste, similar al pólipo original, y volver al fondo del mar y reiniciar el ciclo desde su inicio, tal como si una gallina quisiera volver al huevo.
También pueden retroceder por voluntad genética, en un verdadero alarde de supervivencia. Sin aún conocerse cómo logra semejante hechicería, este proceso único llamado transdiferenciación (que es la transformación de un tipo de célula en otro, como ocurre con las células madre humanas) podría repetirse hasta el infinito, de ahí que se consideren estas aguamalas biológicamente inmortales.
“El mecanismo tal vez pueda ser repetido en otros organismos, quién sabe si hasta en los seres humanos. Pero demanda un profundo conocimiento genético-molecular que aún no tenemos”, medita el investigador Sergio Stampar, del Laboratorio de Evolución y Diversidad Acuática de la brasileña Universidad Estatal Paulista Júlio de Mesquita Filho (Unesp).
A pesar de tener esta dádiva celestial, las sempiternas medusas están lejos de poder colonizar todo el mar, como pudiera sospecharse por semejante superheroicidad. La mayoría muere de enfermedades, depredadores, tormentas, contaminación, cambios en la temperatura del agua… Si ella nos parece mística, la vida no es menos: los privilegios en el reino de este mundo son, definitivamente, limitados.
Es como cantó el inmortal grupo Queen en su momento: para siempre es nuestro hoy.
Envejecer hacia atrás
Era de esperar: la medusa que escapa a la muerte pasó de ser una simple curiosidad, a convertirse en objeto de estudio. Y no solo a nivel biológico, sino también investigar el proceso de envejecimiento en los humanos.
Precisamente su capacidad de rejuvenecer como Benjamin Button, es lo que atrajo el interés del catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, Carlos López-Otín, y su equipo del Instituto Universitario de Oncología de la Universidad de Oviedo, en España, y estudiar a esta diminuta aguamala.
De tal suerte, logró el equipo asturiano secuenciar el genoma de la criatura. Luego lo compararon con el de otra medusa que es pariente cercana y que sí es mortal, la Turritopsis rubra. Los resultados del estudio fueron publicados hace unos meses en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences.
El uso de herramientas bioinformáticas y de genómica comparativa han permitido a los investigadores identificar genes característicos de la medusa inmortal, asociados con la replicación y la reparación del ADN, el mantenimiento de los telómeros (extremos de los cromosomas, vinculados con el envejecimiento), la renovación de la población de células madre, la comunicación intercelular y la reducción del ambiente celular oxidativo. Todos ellos afectan a procesos humanos relacionados con la longevidad.
La comparación permitió encontrar una serie de cambios a nivel genético que poseía exclusivamente la inmortal y que, en conjunto, podrían ser responsables de la capacidad hacia el rejuvenecimiento que muestra esta especie. Estos cambios fueron validados y, paralelamente, se realizaron estudios encaminados a ver qué genes se activaban o silenciaban durante el proceso de reversión.
En el reino animal se conocen otras especies “inmortales”, como la hidra, un invertebrado de agua dulce que es capaz de regenerarse eternamente gracias a que posee una potente población de células madre.
Otros podrían etiquetarse de igual manera, puesto que tienen senescencia insignificante, es decir, no parecen mostrar signos de envejecimiento. Ciertos peces –algunas variedades de esturión y pez roca– y tortugas terrestres –la tortuga gigante de Aldabra o la de Galápagos– entran en este grupo que desafía la mortalidad. Incluso las ratas topo desnudas, el primer mamífero que parece lograr salirse con la suya. Sin embargo, Turritopsis dohrnii es el único animal conocido capaz de volver atrás en el tiempo.
De momento, se espera que los nuevos resultados sientan las bases de futuros estudios relacionados con el proceso de envejecimiento y sus enfermedades asociadas, como las patologías cardiovasculares, neurodegenerativas o incluso el cáncer.
Probablemente los nuevos descubrimientos contribuyan a encontrar herramientas encaminadas a retrasar la aparición de dichos males e impulsar el campo de la medicina regenerativa. Apenas están comenzando los muchísimos estudios que validarán el efecto de estos cambios en modelos celulares o animales.
Mientras, López-Otín indica que su trabajo no persigue la búsqueda de estrategias y así lograr los sueños de inmortalidad humana que algunos anuncian, sino entender las claves y los límites de la fascinante plasticidad celular que permite que algunos organismos sean capaces de dar marcha atrás al reloj. “De este conocimiento esperamos encontrar mejores respuestas frente a las numerosas enfermedades asociadas al envejecimiento que hoy nos abruman”.
La inmortalidad, aseguran otros científicos, no es posible, aunque sí la llamada amortalidad: la capacidad de estar vivo de manera indefinida sin fecha de caducidad.