Foto. / bellasartes.co.cu
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Reyes Magos: de la mística al humor

Una costumbre que pervive a pesar de las transformaciones socioculturales y las crisis económicas, ha sido tema para obras de arte y literarias, materiales periodísticos y consejos dirigidos a las familias


Pasó el Día de Reyes por la tierra cubana sin la animación de antaño. No hubo el jolgorio típico de la etapa colonial, tampoco la publicidad de las grandes jugueterías en los días previos al 6 de enero o las tómbolas de las damas caritativas para los niños pobres a lo largo de la primera República.

Desapareció hace décadas el sorteo de los turnos mediante los cuales los pequeños de los años 60 y 70, a los que la Revolución garantizaba la posibilidad de comprar juguetes (entre los que me incluyo), acudían llenos de ilusión a las tiendas y adquirían tres artículos: el básico, el no básico y el dirigido. Ya no existen departamentos como el del Mercado de Carlos III, en La Habana, donde a principios de este siglo era posible escoger entre ofertas que costaban desde un dólar, o un cuc, hasta decenas de ellos.

¿Ha muerto entonces esa tradición o, al igual que ha sucedido con otras, se mantiene latente y reverdecerá en tiempos propicios? Las raíces de la festividad son profundas, se relacionan con Jesús, el hijo de Dios para los cristianos, y los regalos que recibiera poco después de su nacimiento.

La Biblianos cuenta, en el Evangelio según San Mateo, que “nació en Belén, un pueblo de la región de Judea […] Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios del Oriente que se dedicaban al estudio de las estrellas y preguntaron:

“–¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos salir su estrella y hemos venido a adorarlo”.

Siguiendo las indicaciones del monarca Herodes y la estela luminosa, encontraron el lugar; “entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y arrodillándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra”.

Este pasaje no solo dio pie a la celebración popular, colofón de las fiestas navideñas, además ha motivado un sinnúmero de obras de arte y literarias. Entre las primeras, por mencionar a las más conocidas, descuellan las denominadas Adoración de los magos, o de los Reyes Magos, nacidas de la mano de Giotto, Gentile da Fabriano, Masaccio, Fra Angelico, Van der Weyden, Gozzoli, Hans Memling, Botticelli, Leonardo da Vinci, El Bosco, Andrea Mantegna, Durero, Brueghel el Viejo, Rubens, El Greco, Velázquez, Zurbarán, Murillo.

Dos versiones de La adoración de los magos. La primera fue realizada por Giotto en 1301. La segunda data de 1660 aproximadamente y la debemos a Murillo. Foto 2. / misgrandesobrasdearte.blogspot.com – Foto 3. / todocuadros.com

Jolgorio insular

En la mayor de las Antillas un cuadro de Víctor Patricio Landaluze (atesorado en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana) ilustra cómo transcurría aquella jornada en el siglo XIX. Si nos atenemos únicamente a esa imagen, pensaríamos que solo los africanos o descendientes de estos disfrutaban la festividad. Es cierto que al decir del respetado etnólogo Fernando Ortiz, en La fiesta afrocubana del “Día de Reyes”, los “negros afrocubanos, libres o esclavos, celebraban una fiesta anual, el 6 de enero de cada año, que la Iglesia Católica consagra a la Epifanía o a la Adoración de los Reyes Magos […] Fue sin duda una de las más pintorescas escenas de la vida colonial, que de antaño interesó el pincel de los artistas y la pluma de los escritores”.

Ortiz cita a Ramón Meza: desde “los primeros albores del día, oíase por todas partes el monótono ritmo de aquellos grandes tambores […] Los criados abandonaban las casas muy de mañana; y de las fincas cercanas a la población acudían las dotaciones; unas, atestando los vagones traseros del ferrocarril; otras, hacinadas en las carretas que conducían los enormes barriles de azúcar; y no pocos a pie”.

Al ritmo de la música el baile se generalizaba. “A las 12 del día –prosigue Meza– la diversión llegaba a su apogeo. En las calles de Mercaderes, Obispo y O’Reilly era una procesión no interrumpida de diablitos. Todos se encaminaban a la Plaza de Armas. A poco la muchedumbre colmaba aquel lugar y a duras penas podía transitarse por los costados del Palacio de Gobierno. Los espectadores invadían los balcones, las aceras y se trepaban a las bases de las columnas […] que rodeaban la plaza”. En ese momento, los capitanes de los cabildos africanos entraban al Palacio para recibir “por lo menos, media onza de oro de aguinaldo”.

Diversos textos publicados en la prensa habanera decimonónica detallan las coloridas y “exóticas” vestimentas de los participantes, sus comparsas, bailes, el ruido atronador de tambores, cuernos, pitos. Similares distracciones ocurrían en las demás ciudades del país.

De hecho, la diversión comenzaba desde el día anterior e involucraba no solo a la personas de piel negra. El historiador Emilio Roig de Leuchsenring asegura en Cómo se esperaba a los Reyes Magos en la fidelísima ciudad de La Habana a mediados del siglo XVIII:

“En la tarde del 5 de enero, víspera de los Reyes, y a la luz mortecina de los escasos faroles –casi tan escasos como ahora– que entonces alumbraban las calles […] le era fácil al transeúnte que por ellas se aventurase distinguir numerosos grupos formados por pillos y vagos, mayores y menores, que producían con latas y cencerros ruido ensordecedor. Era esta la comitiva que acompañaba a cada uno de los elegidos ese año para que fuera a recibir a los Reyes”. Tales “elegidos”, a menudo españoles pobres recién desembarcados en Cuba, sufrían bromas pesadas por parte de los revoltosos.

Versos y prosa

Se afirma que durante el medioevo ya eran populares los nombres definitivos de los magos: Melchor, Gaspar y Baltasar. Aparecen en un mosaico del siglo VI, colocado en un templo de Ravena: la basílica de San Apolinar el Nuevo. Y se reiteran en el Auto de los Reyes Magos, pieza dramática, escrita en versos, que surgió en Toledo, España, al parecer en el siglo XII.

Valle-Inclán recrea el encuentro de Melchor, Gaspar y Baltasar con el niño Jesús, mientras que O. Henry nos brinda un relato en el que el sacrificio hecho por los protagonistas da fe de su gran amor mutuo. Foto 4. / textos.info – Foto 5. / ecolectura.cl



Si indagamos en Internet hallaremos referencias a poemas sobre los Reyes Magos, escritos por Lope de Vega, Rubén Darío, G. K. Chesterton, Santa Teresa de Jesús, Miguel de Unamuno, o Miguel Hernández, quien conmueve con Las abarcas desiertas:

Por el cinco de enero, / cada enero ponía / mi calzado cabrero / a la ventana fría. / Y encontraban los días, /que derriban las puertas, / mis abarcas vacías, / mis abarcas desiertas. […] Ningún rey coronado / tuvo pie, tuvo gana / para ver el calzado / de mi pobre ventana. / Toda gente de trono, / toda gente de botas / se rio con encono / de mis abarcas rotas.

Asimismo, disímiles páginas digitales nos remiten a los cuentos de Ramón María del Valle-Inclán, Emilia Pardo Bazán, Manuel Mujica, Camilo José Cela, Michel Tournier, O. Henry. Y no olvidan la comedia de William Shakespeare titulada Noche de Reyes o La duodécima noche.

Buscar obras de autores cubanos es, por el contrario, como pretender descubrir una aguja en un pajar. Mencionaré aunque sea tres de ellas.

Brevísima alusión a la fecha hace Cirilo Villaverde en Cecilia Valdés, cuando durante una conversación de la aristocrática Isabel Ilincheta con el contra mayoral del cafetal perteneciente a su familia, la joven promete: “Le diré a papá que les deje [a los esclavos de la dotación] tocar tambor en los dos días de Pascuas y el día de Reyes”.

Igualmente escueta es la mención en Viaje a la semilla, de Alejo Carpentier. Mientras retrocede hacia el origen de su existencia, Marcial vuelve a vivir “su crisis mística, poblada de detentes, corderos pascuales, palomas de porcelana, vírgenes de manto azul celeste, estrellas de papel dorado, Reyes Magos, ángeles con alas de cisne, el asno, el buey, y un terrible San Dionisio que se le aparecía en sueños, con un gran vacío entre los hombros y el andar vacilante de quien busca un objeto perdido”.

El protagonista y el escenario de Un regalo de Reyes, cuento de J. M. Carballido Rey, representan entornos muy diferentes a los anteriores. Pequita apenas tiene 14 años y vende periódicos, viste ropa andrajosa y duerme sobre unas tablas junto a los muelles de San Francisco. Mucho tiempo lleva el muchacho sin ver a sus padres, quienes sobreviven en la mayor pobreza, en el habanero barrio de Las Yaguas. No quisiera visitarlos sin un obsequio material, pero termina comprendiendo que puede darles lo más ansiado por ellos: pasar la noche juntos.

Bien en serio y algo en broma

Esta portada de la revista cubana Carteles alude a la festividad del 6 de enero. / Facebook

Décadas atrás, al Día de Reyes las revistas cubanas solían dedicarle portadas y planas que acogían crónicas, artículos históricos y costumbristas, estampas, reportajes, fotorreportajes. Por ejemplo, además de su texto ya mencionado, Roig abordó el tema en otras ocasiones: El Día de Reyes o de Diablitos (en Gráfico, 8 de enero de 1916), Recuerdos de Antaño. La fiesta del Día de Reyes o de Diablitos (en Social, enero de 1923), Cómo se celebraban durante la colonia las Navidades, el Año Nuevo y el Día de Reyes (en Policía, diciembre de 1942), Costumbres habaneras de antaño (en BOHEMIA, 1° de septiembre de 1967).

Otro reconocido escritor costumbrista, José Victoriano Betancourt (1813-1875), incluyó entre sus crónicas la nombrada El Día de Reyes.

Dentro de ese tipo de escritos el humor derivó hacia la ironía, la sátira y la parodia. Eladio Secades comenta en Unas estampas sobre los Reyes Magos (BOHEMIA, 9 de enero de 1944): “Estos días tienen de original que convierten el juguete en el artículo de primera necesidad. Y el pueblo, por una sola vez, mira el dependiente de la juguetería con el mismo respeto que le inspira todo el año el bodeguero”.

Cómo fue el viaje de los Reyes Magos, un artículo de Miguel de Marcos (BOHEMIA, 14 de enero de 1945), ofrece una versión muy terrenal. Narra que las dificultades surgieron antes de iniciar el recorrido:

“Gamónides, intendente de las caballerizas del rey Gaspar, curvándose de respeto, expuso objetivamente su pensamiento, que se asentaba en conocimientos técnicos:

“–Ah, Majestad, habláis de camellos, pero es que no sabéis el estado en que se encuentran esas nobles bestias abnegadas. Son camellos usados, gastados, con gomas marchitas llenas de ponches, de remiendos. No lo ignoráis, Sire: esos camellos están exhaustos […] Sospecho, Majestad, que si el viaje es largo, estos camellos vetustos se rendirán muy pronto. Si se trata de saltar sobre uno de ellos para ir a comprar cigarros a la bodega de la esquina, es otra cosa.

“Una escena semejante tenía lugar en el establo donde estaban archivados los camellos de Melchor. Fue el escudero Mardoqueo, lento en su túnica libanesa, quien hizo las previsiones pertinentes:

“–Oh, Majestad, nuestros camellos son de segunda mano. Han dado a nuestra patria ilustre, a vuestro reino incomparable, todo lo que podían dar. Pero […] han perdido la resistencia, aquel ‘entrain’ endiablado de los viejos tiempos. Han estado en tres guerras babilónicas […] Oh, Majestad, qué triste espectáculo el de vuestros camellos. Son unas imágenes de la tristeza, del desconsuelo, del abatimiento […] viéndolos tan herrumbrosos […] me entran ganas de llorar”.

También los médicos de Gaspar y Melchor desaconsejaron emprender el trayecto: por la colitis del primer soberano y el reumatismo del segundo. Mientras que Baltasar no debía aventurarse a un agravamiento de su depresión (nacida de un desengaño amoroso). No obstante, los tres hicieron y padecieron el viaje, las temperaturas heladas, los camellos deshidratados. Cumplieron con su propósito y luego “ordenaron a los peones y escuderos que encendieran una fogata. Se derrumbaron en sus catres reales y con un ‘uf’ de satisfacción, de alivio, se quitaron los zapatos”.

Un regalo subestimado

De acuerdo con la costumbre, los niños tienen que redactar en los días previos una carta a los Reyes Magos, exponiéndoles sus deseos. Si se han portado bien, la noche del 5 de enero, mientras todos en la casa duermen, recibirán lo solicitado, o lo que la familia pueda sufragar.

En múltiples naciones la tradición mantiene su pujanza. Los infantes, incluso conociendo a quiénes deben en realidad los presentes, disponen comida y agua para los camellos de los viajeros, a cambio esperan que junto al árbol de Navidad o sus zapatos amanezcan caramelos y juguetes.

Numerosos padres sufren o disfrutan la jornada, según hayan cumplido con las expectativas de sus hijos; algunos adultos pierden por completo el sentido de la fiesta y se entregan a la vanidad de adquirir gran número de obsequios, colmar cualquier capricho o preferir no lo más conveniente, sino lo más lujoso del mercado.

Un buen libro puede incluirse entre los regalos. / Leyva Benítez

Se trata de un craso error, alertan los psicólogos y educadores. De esa forma corren el riesgo de malcriar a sus descendientes y convertirlos en esclavos del consumismo, insatisfechos e incapaces de valorar lo que reciben. Los expertos aconsejan regalar pocos artículos y que estos sean capaces de estimular las relaciones sociales, la imaginación, la creatividad y el aprendizaje, de acuerdo con la edad del destinatario.

O sea, puntualiza Cruz Pérez, catedrático de la Universidad de Valencia, “un buen juguete es el que sirve para jugar a muchas cosas en momentos distintos, el que permite variadas manipulaciones y representaciones que amplían la experiencia del niño y de la niña”, por ejemplo las pelotas, las pastas de modelar, las muñecas, los legos (pues permiten construir innumerables figuras), los juegos de mesa, algunos de los digitales. “Los libros también es importante que formen parte de los regalos, pero hay que dedicar tiempo y conocimiento a seleccionar los más adecuados”, añade.

Hace pocos años una colega, Vladia Rubio, se preguntaba en un comentario para Radio Habana Cuba (¿Los reyes magos no se llevan con Julio Verne?) por qué en la Isla no se estila obsequiar libros el 6 de enero.

Comparto su perplejidad. Es, sin duda, una oportunidad desaprovechada por las librerías cubanas, las cuales, incluso ahora, cuando poco exhiben en sus anaqueles, todavía cuentan con algún volumen de literatura infantil. ¿Por qué no realizar actividades especiales en esa fecha, promover determinados títulos, llevarlos a las comunidades?

Tal vez los libreros han dado por olvidada la tradición. Sin embargo, esta no se ha extinguido. Por estos días en Internet se anunciaron disímiles ofertas y en nuestras calles se cruzaron padres a quienes a duras penas les basta para comprar un juguetico artesanal y otros a los que les sobra para complacer gustos caros.

Sean cuales sean sus posibilidades, ojalá hubieran sumado al agasajo un libro; es tan buena opción como la más suntuosa de las muñecas o el más sofisticado aparato electrónico; o mejor, porque la lectura de una historia atractiva no se olvida y significa cultura para toda la vida. 

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