yate Granma
El Granma, al decir de el Cuate, era un barco muy marinero, capaz de soportar la mar gruesa y llegar a su destino. (Foto: AUTOR NO IDENTIFICADO)
yate Granma
El Granma, al decir de el Cuate, era un barco muy marinero, capaz de soportar la mar gruesa y llegar a su destino. (Foto: AUTOR NO IDENTIFICADO)

Si salgo, llego

yate Granma
El Granma, al decir de el Cuate, era un barco muy marinero, capaz de soportar la mar gruesa y llegar a su destino. (Foto: AUTOR NO IDENTIFICADO)

Por PEDRO ANTONIO GARCÍA

Una vez ultimada la compra del yate Granma, Fidel le orientó a su amigo mexicano Antonio del Conde, el Cuate, “propietario de la nave” según constaba en los documentos, que comenzara cuanto antes su reparación, pues se avecinaba la partida hacia Cuba. Este se trasladó inmediatamente a Tuxpan y contrató obreros asentados en las cercanías, quienes iniciaron esa labor bajo su supervisión.

Entretanto, Camilo Cienfuegos, residente en la nación azteca desde el 21 de septiembre, desesperaba por entrar en contacto con los revolucionarios. Tras varios días, logró localizar a su amigo Reinaldo Benítez, quien lo llevó a su casa y al día siguiente le informó a Fidel la petición de aquel: quería incorporarse a la expedición. El jefe del Movimiento 26 de Julio se negó a aceptarlo en un principio, pero tal fue la insistencia del joven habanero, que se decidió a investigarlo. René Rodríguez Cruz dio fe de su oposición firme a la tiranía y las lesiones que sufrió en una manifestación. “El sastrecito” (apodo que el Che le pondría meses después en la Sierra al futuro Señor de la Vanguardia) fue aceptado como un soldado más.

Para ayudar a el Cuate en la reparación del Granma, Fidel le envió a Jesús Reyes, Chuchú, como le llaman sus compañeros: pintó la nave, le quitó todo el lastre posible, reinstaló el sistema eléctrico, acondicionó los camarotes, y los tanques de agua y combustible, además de auxiliar al mecánico local Bernardino Guerrero, experto en motores de yate, quien le ensenó cómo operarlos.

Fidel y Juan Manuel Márquez
Fidel y Juan Manuel Márquez, el segundo jefe de la expedición. (Foto: AUTOR NO IDENTIFICADO)

De un estrecho colaborador de Fidel y futuro expedicionario, el excomandante de la Marina cubana Onelio Pino, dio orientaciones precisas a el Cuate sobre cómo conocer la velocidad de la embarcación. Entonces este hizo algunas travesías cortas por el río e informó a Fidel. El jefe del M-26-7 marchó a Tuxpan para inspeccionar personalmente la nave. Navegaron hasta la desembocadura del río y sobre esta base se hicieron cálculos de cuantos días necesitaban para llegar a Cuba.

A principios de noviembre Efigenio Ameijeiras, varado en San José, Costa Rica, aún no había podido llegar a México. Se hizo con el pasaporte de un joven parecido a él y logró obtener un visado en la embajada mexicana en aquel país. Pero la Policía local lo detuvo. Ante el oficial que lo interrogaba, declaró su propósito de unirse al grupo de Fidel Castro. El uniformado se transformó. Le confesó ser un admirador del jefe de los asaltantes al Moncada. Obviamente, el exiliado cubano logró partir hacia la patria de Juárez. En el aeropuerto del Distrito Federal tampoco tuvo problemas. Él no lo sabía, pero iba a ser el último incorporado a la lista expedicionaria.

A mediados de noviembre, mientras intensificaban el entrenamiento, los revolucionarios cubanos sufrieron inesperados contratiempos en tierra mexicana, entre ellos, la detención de Pedro Miret y Enio Leyva, y el decomiso de un alijo de armas. Fidel sospechó una delación y fue a ver a su amigo, Fernando Gutiérrez Barrios, capitán de la Dirección Federal de Seguridad de México. Este confirmó sus dudas; aún más, le alertó que dentro de 72 horas todos serían detenidos y el Granma confiscado.

Camilo junto a expedicionarios del Granma en México
Camilo (extremo derecho de la imagen) en México, junto con Mario Fuentes y Reinaldo Benítez, luego expedicionarios del Granma. (Foto: Cortesía de la OFICINA DE ASUNTOS HISTÓRICOS)

Se apresuró la partida. Desde el atardecer del 24 de noviembre de 1956 comenzaron a llegar a las márgenes del Tuxpan los seleccionados para el viaje al sur del oriente cubano. Ya en la medianoche, tras mirar incesantemente su reloj, pues faltaban algunos convocados, Fidel ordenó a las postas ubicadas por él en el camino al  embarcadero que subieran al barco. Estrechó a Melba Hernández en un último abrazo, se despidió de los compañeros que fueron a la despedida y, ametralladora Thompson en ristre, tras dar la orden que encendieran los motores, se unió a la dotación del yate.

Ya en plena madrugada, desde tierra, Melba vio alejarse la nave. Recordó entonces lo que meses atrás su jefe y amigo había prometido al pueblo cubano en nombre del Movimiento 26 de Julio: “En 1956 seremos libres o seremos mártires”. Y lo que varias veces en las últimas semanas le había oído decir: “Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo”. En el horizonte el Granma navegaba rumbo a la historia.

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Fuentes consultadas

Los libros La palabra empeñada, de Heberto Norman, y De Tuxpan a La Plata, de Enzo Infante y otros. Testimonios ofrecidos por Melba Hernández al autor de este trabajo.

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