Hace menos de un mes, finales de enero, en un comentario titulado Sin palco para el Omicrom opiné: “…si no hay relajamiento o deformaciones, podría mantenerse en nuestros estadios la prudencia y el cuidado que recomiendan las autoridades sanitarias y deportivas para, entre todos, contrarrestar contagios o propagación del virus, complicaciones que, por demás, nadie desea”.
Tal punto de vista guardaba relación con la necesidad de asegurar que en todas partes se cumpliese una orientación medular en medio del panorama higiénico-sanitario actual: ocupar con aficionados no más del 50 por ciento de las capacidades, aunque la decisión deja margen para que, sobre la base de su situación concreta, determinado territorio pueda incrementar la entrada de público un poco más (nunca por encima del 70 por ciento).
Imágenes transmitidas por televisión o captadas por lentes fotográficos y otros materiales de prensa indican que, como norma, los estadios no se están enmarcando dentro de esas cotas, ni en otros elementos que –para bien de todos– establecen los protocolos.
Entre quienes han alertado acerca de ese asunto está el colega Osviel Castro Medel, de Juventud Rebelde, al afirmar que “en Santiago de Cuba, La Habana, Guantánamo… en casi todos los estadios del país, la fiesta de la despreocupación siguió creciendo, como si viviéramos en tiempos normales o como si esos aficionados sin nasobuco no hubieran caído en la cuenta de que ellos mismos pueden, al final, cerrar las puertas de la instalación deportiva para todo el público”.
Hasta aquí
En todo esto hay algo curioso, obvio: se supone que alguien deba llevar un control en torno a la cantidad de personas que en un momento dado ya han accedido al coliseo beisbolero y, en dependencia de ello, decir: hasta aquí.
La venta de tickets puede ser una vía, quizás la primera. La observación visual, otra juiciosa alternativa. Lo que, decididamente, nunca va a resolver el problema preventivo es que las puertas continúen de par en par cuando ya la cantidad de aficionados en el graderío excede lo indicado.
Quien llega a la taquilla o a la puerta principal, después de haber caminado, pedaleado, abordado un ómnibus o cualquier otro medio de transporte, desconoce en ese instante si hay capacidades o no. Su propósito y su deseo es entrar, ocupar un espacio y disfrutar el espectáculo.
Que nada ni nadie le impida hacerlo, aun cuando el graderío ya esté “de bote en bote” (como ha estado ocurriendo en muchos casos) no es responsabilidad de ese aficionado.
Sucede como en múltiples lugares donde un simple “toque antes de entrar”, “hable en voz baja” o “no fumar” resuelve del modo más sensato el problema, o al menos deja creadas las bases para evitarlo.
Ser, por encima de todo, prudentes, precavidos
Las transmisoras cepas del coronavirus no han sido totalmente expulsadas del terreno nacional por parte del respetable cuerpo de “árbitros” con que cuenta la ciencia cubana. Hasta un niño comprende la necesidad de ser prudentes, no hacerle el juego a la pandemia y ser, por encima de todo, prudentes, precavidos.
Cinco mil, diez mil… aficionados en el concentrado espacio que escalonan las gradas de un estadio no son cuatro personas sentadas en la terraza del hogar jugando dominó.
Y si alguien imagina que el SARS-CoV-2 o el Ómicrom no aprovechan ese filo para “envasarse” y registrar nuevas anotaciones (contagio, hospitalización, gasto de recursos, muertes…) está sencillamente en un gravísimo error que puede costarle su propio “juego”: la vida.
Mucho ojo, por tanto con ese asunto; el orientado 50 por ciento parece estar convirtiéndose en un “sin cuenta, por cierto”.
3 comentarios
La indisciplina por parte de la población en los eventos deportivos es un caldo de cultivo para la COVID- OMICRON si no observen las fotos en los estadios deportivos, unos pegados a otros, el mal uso del nasobuco y cuando vemos los datos hay un ligero aumento de casos, gracias a Dios los fallecidos han disminuido, pero si caemos en indisciplina como las mostradas en las fotos la COVID seguirá por más tiempo.
Así es, amigo David; tiene usted mucha razón. El propósito del trabajo es precisamente alertar, demostrar y crear conciencia. Bohemia le agradece su opinión.
MUY ATINADO EL TITULO DEL ARTÍCULO, PERO QUIEN LE PONE EL CASCABEL AL GATO.