Mientras más intentan subyugarlo su cuerpo se yergue en un acto de resistencia heroica y desdeñosa. / Senén Carabia.
Mientras más intentan subyugarlo su cuerpo se yergue en un acto de resistencia heroica y desdeñosa. / Senén Carabia.

Testigo de excepción

Una necesaria aclaración histórica sobre las circunstancias en que fue tomada la imagen símbolo del martirologio moncadista


Era una mirada dramática, estremecedora, desafiante… una mirada de infinito, como la de náufrago –a la deriva en un océano aparentemente tranquilo pero crispado por remolinos profundos– que mira aletargado buscando la tabla de salvación, o cómo se ahoga el sol desteñido en el ocaso, o simplemente la manera de echar a la eternidad su mensaje de silencio; mirando, hasta cansarse los ojos. Esa mirada singular da vida al cuadro fotográfico.

La fotografía –a pesar de los 70 años transcurridos, lo harto conocida y lo sencilla– tiene un valor extraordinario. ¿Por qué? Al momento de oprimir el obturador el autor no pudo imaginar que dejaría para la posteridad una de las pruebas más irrebatibles de los crímenes cometidos contra los detenidos tras la heroicidad del Moncada. Se trata de la foto donde se ve al asaltante José Luis Tasende, herido seriamente y como subconsciente, aunque vivo, en la mañana del 26 de julio de 1953.

Se ve un muchacho en vigilia, postrado en un rincón, el delgado rostro –clavado en la cámara como en prolongado examen– denota que ha estado contraído durante pedazos de horas tristes y torturantes. Luce un fino bigote de puntas piramidales, pelo negro y revuelto con el brillo del sudor y la fatiga de una noche muy larga y convulsa. Viste de caqui ensangrentado, en una manga falta sospechosamente la insignia de sargento; tiene los brazos atados sobre la rodilla, las piernas flexionadas; vendada y teñida de sangre la derecha, dejando ver también salpicado el pie desnudo sobre un piso de granito. Un anillo en el dedo anular de la mano diestra sugiere que es padre de familia. Es un desconocido más en una urbe desconocida. Está solo en todo lo que es posible saber a esa hora del mundo afuera. En brazos de la desgracia había llegado hasta allí.

Por décadas, para historiadores e investigadores fue un reto descifrar el origen de la estampa. Con insuficiente argumentación –por no decir de modo festinado– se suscribieron distintas versiones que la ubicaron en la Posta 3, la barbería del cuartel, la oficina del SIM, el despacho de Chaviano, la clínica de emergencias o el Hospital Militar. ¿Quién la tomó? ¿En qué circunstancias? ¿Dónde fue realmente? A estas incógnitas pretendemos dar respuesta.

Estar en la Revolución

José Luis Tasende y de las Muñecas tenía 28 años y había nacido en Manzanillo. Cuando llegó la hora cero dejó su trabajo en el frigorífico de la fábrica de mantequilla Nela, se despidió de sus seres amados en Marianao y, en la noche del 24 de julio, partió al mando de los comprometidos que viajaron vía tren central a Santiago. Era miembro del Comité Militar de la dirección del Movimiento.

Su frase “Estar en la Revolución es vivir en ella, y vivir en ella es hacerla”, contiene el compromiso de la Generación del Centenario. / Autor no identificado.

En carta dirigida a Miguel Ángel Quevedo, director de BOHEMIA,Raúl narró en 1954 desde el Presidio Modelo: “En el coche-comedor, donde los componentes del grupo íbamos a almorzar individualmente como si no nos conociéramos, con la excepción de Tasende y yo que llegamos juntos a tomar el tren y por lo tanto fuimos a comer algo también juntos, allí él me informó del objetivo… se me paraliza el estómago y desaparece el apetito, yo conocía la magnitud y fortaleza de ese objetivo por haber estudiado en Santiago de Cuba durante varios años; Tasende riéndose me decía: come Raulillo, que mañana no vas a tener tiempo”.

Una vez en la ciudad se hospedaron en el hotel Perla de Cuba, frente a la propia estación de ferrocarril. Allí, en el restaurante, sobre las siete de la noche del sábado 25 comieron un suculento arroz con pollo que había reservado el diligente Abel Santamaría. Por los amplios ventanales podían ver comparsas y gente celebrando entre tragos, música y risas, el famoso carnaval santiaguero. Mas, entre los conjurados latía una tensión encubierta y ajena a los festejos. “Para hacer más normales las apariencias, Tasende a pequeños intervalos depositaba algunas monedas en el tocadiscos, piezas que no llegamos a oír porque eran muchas las que otros habían seleccionado con anterioridad y apenas terminó la comida nos íbamos marchando a nuestras habitaciones a esperar que nos fueran a recoger”, agregó Raúl en su relato de aquella última cena.

Tasende participó en el ataque principal por la Posta 3, encabezado por Fidel. Iba en el carro de vanguardia, encargado de quitar las cadenas y abrir paso a la caravana. Por eso figuró en el puñado de asaltantes que logró pisar los predios de la fortaleza y a pesar del fallo prematuro del plan, peleó gallardamente hasta que lo sacudió una punzada fugitiva, un aliento de fuego, y sintió que una sopa espesa le empapaba hasta el tobillo; como en una pesadilla vuelta realidad le costaba avanzar un metro, un dolor tosco le devoraba la pierna.

Según José Suárez –uno de los tres sobrevivientes del auto proa– en plena balacera: “vimos acercarse a José Luis Tasende, arrastraba con dificultad una pierna con el pantalón ensangrentado. Nos dijo que estaba herido en un muslo. Yo lo ayudé a acostar en una pequeña cama que había en la Posta 3”. (En la garita, debió precisar). Curiosamente, en otra oportunidad Suárez sostuvo un segundo testimonio: en la retirada junto a otros compañeros vieron a Tasende y lo llamaron, pero este les hizo el ademán con la mano de que continuaran, y ellos confiaron que él los seguía. Con esta última versión coincidió el también miembro del comando Jesús Montané. En verdad, Tasende había sido impactado: unos dicen que una ráfaga; otros, que esquirlas de una granada.

A la derecha, en uno de los entrenamientos previos al asalto. / Autor no identificado.

Sería casi imposible reconstruir con exactitud aquellos minutos frenéticos, bajo una lluvia de plomo, ruido de espanto y en que –para marcar la diferencia entre la vida y la muerte– una descarga de adrenalina acribilla la razón de los encartados. No obstante, está claro que Tasende quedó atrás, solo, en medio de la confusión y la oscuridad. De alguna manera debió alcanzar la calle, pues en las afueras del muro se lo topó el soldado Mónico García, quien lo confundió con un colega y lo cargó “a caballito” hasta Carretera Central y Trinidad, donde logró subirlo a una guagua de La Oriental y llevarlo al Hospital de Emergencias, unas cuadras loma abajo.

En la actualidad, el local que hace esquina en Trinidad y Moncada es una logia masónica. Poco o nada evoca allí los sucesos que le otorgaron relieve de mención. Frente a esa puerta se detuvo el ómnibus sobre las seis de la mañana, intentó recordar Aníbal Martínez Jústiz, entonces médico suplente que amanecía de guardia. La noche había sido infernal, atendiendo heridos por botellazos y puñaladas y borrachos, cual desfile de carnaval. Apenas había dormitado cuando trajeron a un sargento desangrado. De inmediato el doctor Martínez y el practicante de enfermería Simón Odio advirtieron la gravedad del estado clínico.

Muchos años después, el galeno no podía olvidar cuánto le impresionó la entereza del joven que –como en shock neurogénico– hacía un esfuerzo sobrehumano para soportar el intenso dolor sin quejarse. Le inyectaron morfina y colocaron un vendaje compresivo para detener el sangrado profuso. Suturaron y vendaron la herida profunda, en espera de preparar el salón de operaciones para amputarle la extremidad que presentaba una fractura conminuta con daño vascular. Pero en eso se manifestó la mala fortuna vestida de uniforme y de ira.

Un grupo de soldados entró a Emergencias con un compañero baleado en un brazo. Al ver en el cuarto de curaciones al extraño “sargento” les llamó la atención: “Miren, este es uno de ellos… fíjense que trae zapatos de corte bajo, cinto de paisano y galones bordados a mano”, gritaron y le fueron encima. Un esbirro le arrancó los grados del hombro derecho y a golpes lo tiraron de la camilla. Entonces, casi a punta de cañón obligaron al ambulanciero Suiberto Horruitiner trasladarlo al Hospital Militar, a dos cuadras del cuartel. “Varias veces pasé por donde lo tenían prisionero y siempre lo vi sereno”, afirmó el chofer. Por narraciones de testigos se sabe que luego fue sacado al regimiento, donde lo vieron siendo interrogado en las oficinas de la jefatura.

Su cadáver apareció al fondo del Moncada como “muerto en combate”. / Autor no identificado.

El vivo retrato de la muerte

Apenas despuntaba el alba cuando en su casa avisaron a Senén Carabia Carey, fotógrafo del Negociado de Prensa y Radio del cuartel, que el coronel Chaviano lo mandaba a buscar para retratar las bajas militares. Por eso, el agitado domingo 26 anduvo Carabia rastreando las huellas del combate. Así llegó hasta el primer piso del Hospital Militar: “En uno de los pasillos del hospital, hacia el ala derecha que terminaba en una sala de enfermos, me encontré con un herido en una pierna, estaba como azorado, sentado en el suelo, y con traje militar y galones de sargento. […] Enseguida le hice una fotografía”.

Aún más inaudito fue que la foto se publicara en el cuadro de honor confeccionado por orden del Estado Mayor, para exponerlo en los cuarteles y elevar la moral del ejército. Carabia además vendió algunas copias al fotorreportero Panchito Cano. Una vez notado el fiasco quisieron anularlo, pero era ya inútil, la evidencia inequívoca trascendería el espacio y el tiempo.

Resulta sumamente conmovedor figurarse aquel instante postrero. ¿Qué pasaría por su mente cuando fue captado por ese lente indiscreto? A pesar del martirio de la carne desgarrada y estar sentenciado, se percibe al luchador viril. Por la tarde, horas después de quedar grabado para la historia, su cadáver fue presentado a la prensa en el patio de la guarnición, con la cara en la yerba y un fusil al lado, como caído en combate. Sin embargo, la valiente actitud de los médicos legistas liderados por el doctor Prieto Aragón acuñó otra prueba contundente de la orgía de sangre que dejó 61 muertos.

La fotografía de José Luis Tasende suele ser enarbolada en cada aniversario. Constituye por antonomasia la imagen del martirologio moncadista, así como el reflejo de la virtud, el carácter y el sacrificio de la generación que abrió las puertas de la Revolución.

De los informes forenses:
Al llegar al ataúd número 5 y quitarle las ropas, observamos que tenía la pierna derecha vendada con un torniquete, con múltiples heridas de bala y fractura de los huesos de la pierna; procedimos a quitarle el vendaje que cubría la pierna y observar múltiples lesiones por proyectiles de armas de fuego. En el resto de su organismo tenía múltiples heridas que describimos detallada y minuciosamente y rendimos nuestro dictamen pericial que obra en el sumario.
Asimismo, el dictamen de reconocimiento del cuerpo especificó:
Se examina un cadáver que tiene pantalón kaki y una venda sobre la pierna derecha con trece heridas de bala diseminadas en la cara anterior de la misma; dos heridas de bala en la región occipital media, casi en la nuca: una en la cara posterior lateral izquierda del cuello, dos en el lado izquierdo de la cara, una al parecer por proyectil de grueso calibre en la región esternal. Se ocupó el pantalón referido y las vendas. Parece tratarse de un herido que fue asesinado después. Siendo la causa directa de la muerte hemorragia intracraneana y torácica y la indirecta heridas por proyectiles de arma de fuego.

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