Ha dado inicio el carnaval en Brasil. La vista se deslumbra sobre todo con el brillo e inventiva de las escuelas de samba; el desfile parece una oda a la frivolidad, al derroche. Sin embargo, quienes estudian esta muestra de la cultura popular aseguran que por su diversidad e innegables valores debe preservarse
Todo es revuelo y algarabía en las escuelas de samba. Campea la música, los coreógrafos se desesperan y los vestuaristas corren a enmendar desaguisados de última hora. El sambódromo de Río de Janeiro está listo, las entradas vendidas. Los medios de comunicación ofrecen primicias. Leemos las informaciones y creemos que, salvo las posibles sorpresas de este año (siempre las hay), lo importante ha sido dicho.
Pero, ¿qué sabemos en realidad sobre el carnaval brasileño? Al escuchar esas palabras viene a la mente el paseo (su nombre oficial es Pasarela Profesor Darcy Ribeiro) diseñado por Oscar Niemeyer e inaugurado en marzo de 1984; el esplendor de la competencia que allí se desarrolla a lo largo de casi un kilómetro: las melodías contagiosas y atronadoras, los ágiles movimientos de los sambistas, los fantásticos trajes, las controversias generadas por la escasez de ropa con que se presentan algunas de las danzarinas.
Tal imagen refleja apenas un segmento de lo que son las festividades carnavalescas en aquella nación. En el propio Río, el jolgorio se extiende por la ciudad; los ricos organizan suntuosas celebraciones en instalaciones exclusivas, los mortales comunes acuden disfrazados, o no, a los bares, la playa y las fiestas callejeras.
Igualmente en febrero, otras urbes trastocan su rutina y le conceden primacía a los cantos y bailes. Aunque una característica general es la existencia de blocos (asociaciones de personas que para la ocasión se visten del mismo modo y desfilan por las poblaciones siguiendo el ritmo de una batería, es decir, un grupo de músicos), su manera de divertirse conlleva particularidades en cada territorio.
Los entendidos en estas expresiones de la cultura popular aseguran que quizás con la excepción de Sao Paulo –el plato fuerte son las actuaciones en su sambódromo, también concebido por Niemeyer–, en las demás localidades predomina el carnaval de la calle, espontáneo y ligado a las tradiciones musicales y danzarias del lugar.
Mucho más que samba
Décadas atrás, el novelista Jorge Amado, autor de Doña Flor y sus dos maridos, nos regaló en pocas líneas un panorama bien ilustrativo del festejo en Salvador de Bahía: “Vadinho, el primer marido de doña Flor, murió un domingo de carnaval por la mañana […] cuando sambaba en un grupo y en medio de la mayor animación, en el Largo 2 de Julio, no muy lejos de su casa. No formaba parte de la agrupación; acababa de mezclarse con ella junto con otros cuatro amigos, todos con vestimenta de bahiana, viniendo de un bar de la calle Cabeca, en el que el whisky había corrido con abundancia […] La comparsa tenía una pequeña y afinada orquesta de guitarras y flautas […] Los muchachos iban vestidos de gitanos y las chicas de campesinas húngaras o rumanas; jamás, sin embargo, hubo húngara o rumana […] que se cimbreara como se cimbreaban ellas, mestizas en la flor de la edad y de la seducción”.
Tanto era el arraigo de la festividad (y lo mantiene), que ni los asistentes al velorio del juerguista pudieron obviarla. Mientras en el salón se alternaban los pésames y lamentos, afuera “seguía el carnaval, con sus enmascarados, murgas [bandas que interpretan temas jocosos] y conjuntos, sus disfraces de fantasías lujosas o divertidas; con las músicas de las múltiples orquestas, los zépereiras [tocadores de tambores], los bombos, las comparsas, las agrupaciones, los afoxés [comitivas cuyas danzas y composiciones provienen de las religiones africanas] con sus tamboriles y timbales. De vez en cuando, doña Norma no podía resistir y corría a la ventana […] respondía a los requiebros de alguna máscara conocida, transmitía la noticia de la muerte de Vadinho, aplaudía algún disfraz original o un conjunto brillante […] Y cuando el ‘Afoché de los Hijos del Mar’, ya avanzada la tarde, entró por la calle con sus figuraciones inolvidables, seguido por una gran muchedumbre que bailaba, hasta doña Flor, mal contenidas las lágrimas, se acercó a la ventana a ver el espectáculo tan anunciado en los diarios, la mayor belleza del carnaval bahiano”.
Allí, la tradición de raíces yorubas continúa vigente. A la par, se han propagado los tríos eléctricos: camiones sobre los que actúan músicos muy populares, auxiliados por grandes altavoces (los seguidores de Nuevo Sol recordarán que su protagonista, Beto Falcón, cantaba sobre un vehículo similar, en los primeros capítulos de la telenovela).
No en todas las ciudades la samba es la estrella. En los bailes de Recife descuella el frevo, conjunción de composiciones musicales trepidantes y movimientos parecidos a los de los luchadores de capoeira. El núcleo de las jornadas festivas se asocia al desfile del Gallo de Madrugada, un bloque o conjunto que recorre la urbe siguiendo a una representación del ave.
Incluso los estudiantes universitarios cuentan con su propio espacio dentro del carnaval en Ouro Preto, Minas Gerais. Ellos han creado diversos blocos, además, organizan fiestas en las repúblicas (así llaman a las casas habilitadas como residencias para los alumnos que viven en otras localidades).
“Podemos hacer política con poesía”
Durante varias entrevistas concedidas a medios de comunicación digitales y audiovisuales, el historiador, investigador, profesor y escritor Luiz Antônio Simas ha compartido una visión acerca del carnaval que rebasa los criterios estereotipados en torno a sus motivos y propósitos. Él considera que, frente a las mascaradas de salón con cariz europeo, introducidas por los colonizadores portugueses y defendidas por las élites de Brasil, venció el modelo popular, africanizado, mediante el cual emerge un país “diverso, transgresor, inventivo, contestatario y plural”.
Las escuelas de samba, nacidas en Río de Janeiro, cumplieron funciones de gran importancia: instaurar redes de sociabilidad y protección para la población negra, difundir su cultura.
Sin negar que los festejos contribuyen a oxigenar las economías locales, especialmente por la afluencia de turistas, a este y otros expertos les preocupa que la mercantilización “aniquile la espontaneidad del carnaval callejero”; una vía ha sido sustituir los habituales símbolos y temas de las comparsas por la publicidad a marcas comerciales patrocinadoras. Otro peligro es la ojeriza de ciertos grupos religiosos fundamentalistas.
Constituye un error pensar que estas celebraciones carecen de relevancia o son una forma de alienación, recalca Simas. Por el contrario, han significado un medio para introducir o reforzar en la sociedad mensajes políticos, ideologías y proyectos transformadores. Un ejemplo: en los años 80 del siglo XIX sirvieron para hacer campaña a favor de la abolición de la esclavitud y recaudar fondos con ese fin. Una centuria después, fueron aprovechados por quienes instaban a democratizar la nación. En la actualidad no solo tienden un puente entre la cultura ancestral y ritmos como el rap o el hip-hop; continúan demostrando que “poética y política pueden ir juntas, no es necesario disociarlas”.