Una huella del Che en mi cuerpo

Una heroica luchadora clandestina cubana ofrece su testimonio hasta ahora inédito


—“Te han dado una dura tarea. ¿Qué nos hacemos ahora con una jovencita tan linda aquí, entre tantos hombres?”.

— “Le traigo estas cosas al comandante Guevara. Por los hombres, responden ustedes, por la mujer respondo yo”, le ripostó Adamilda Verena Alfonso Batista a los bromistas rebeldes que la recibieron en el Escambray.

Así se presentó Adamilda ante los rebeldes, pero lo cierto es que desde los diez años colaboraba con el grupo habanero de la Ortodoxia que encabezaba Fidel en Prado 109, a través de Rita María Brito Roca y de Manuel Vázquez González. Nació en La Habana; vivía en el primer piso del edificio de Consulado 159, entre Trocadero y Colón. A los 14 ingresó al 26 de Julio, se vinculó a los grupos clandestinos de Abreu Fontán, primero;  de Marcelo Salado, después, en tareas de Acción y Sabotaje en La Habana.                 

En La noche de las cien bombas

En el año 1996, ella dio a conocer por primera vez su singular testimonio en una entrevista hasta ahora inédita. / Alejandro Ernesto.

Varias veces cayó presa. Fue torturada por Francisco Muñoz Aguiar, a las órdenes del coronel Castaño y del capitán Mariano Faget, jefe del tenebroso Buró de Represión de Actividades Comunistas (Brac); también por esbirros de Jacinto Menocal, en Artemisa, así como por verdugos de la Décima Estación de Policía del municipio habanero del Cerro.

Durante la llamada Noche de las Cien Bombas, el viernes 8 de noviembre de 1957, se unió a Aníbal Verna Matos en las acciones para evidenciar fuerza, crear alarma, no herir, ni matar. Entre otras muchas tareas posteriores, integró el grupo de apoyo en el audaz secuestro del argentino Juan Manuel Fangio el domingo 23 de febrero de 1958.

Sin arma, protegida detrás de una columna, vio matar a Marcelo Salado en plena calle G esquina a 25, el 9 de abril de 1958. La última vez que fue capturada y golpeada, tras la Huelga del 9 de abril, el Movimiento la ocultó en el hospital Calixto García, donde recibió atención médica clandestina durante unos diez días, en un sótano. Hasta allí llegaron con sigilo compañeros del Movimiento para ver cómo estaba.

La idea de ir hacia El Escambray                         

Ya “quemada” ante los órganos represivos, mientras se recuperaba de las golpeaduras, ideó llevar medicamentos al Ejército Rebelde en el Escambray;  también agujas e instrumental quirúrgico, zapatos, botas, cartuchos de dinamita que tenía guardados: con ese fin viajó desde La Habana hasta Las Villas.

“A mediados de mayo de 1958 me fui en una guagua Habana-Cienfuegos hasta Santa Clara con Natalia Hurtado Abreu, quien vivía en Cumanayagua. Un carro de alquiler nos llevó hasta su vivienda y me albergué en la casa del doctor Peralta Echemendía, médico de Güinía de Miranda. Sostuve encuentros secretos con el doctor Osvaldo Dorticós Torrado en Trinidad.

“A los tres meses allí, supe por Dorticós que el Che estaba con su Columna 8 Ciro Redondo en el Escambray y subí a llevarle esas cosas, en la primera semana de septiembre de 1958, acompañada por los guías rebeldes: Antonio Marco Oliva (Mondonguito) y Marcelino Gómez Batista (el Rápido de Fomento). El primero de septiembre cumplí 18 años, pues había nacido ese día de 1940.                           

“Todo lo llevé en dos maletas grandes con doble fondo que me preparó en una casa de la calle habanera de Zanja el también clandestino Ramón Robaina. En otro auto alquilado fuimos hasta cerca de las estribaciones de las montañas. En lo adelante a caballo y después a pie, hasta un campamento rebelde. Me recibieron oficiales, entre ellos Antonio Domínguez Sarduy, el Capitán Cuchara.                     

El Che la suturó dos veces

“En el combate de Güinía de Miranda sentí como un golpe en el bajo vientre, con un gran dolor. Una bala me hirió en el costado derecho del abdomen. Con la herida abierta, sangrando, me curaron un poco y me llevaron hasta el campamento de El Pedrero. El Che vio enseguida mi herida, tomó hilo quirúrgico; antes de empezar a curarme, me preguntó el nombre, le respondí Adamilda, mi pseudónimo, Marién. Lo noté muy sorprendido por mi corta edad. Con un gran ataque de asma expresó:

−Que eres una mujer de verdad lo vas a demostrar también ahora. Voy a coserte ¡sin anestesia! “Me aclaró que la herida no era grave y no interesó ningún órgano interno. Pero me indicó tres días de reposo, acostada en una especie de cueva.  Esa misma tarde vi muy cerca moverse unas matas. Aún con dolor tomé el fusil Garand que me dieron para defenderme, disparé varias veces hacia ese lugar. Yo aprendí a tirar en el Club de Cazadores del Cerro al que mi padre me llevaba.         

“Provoqué gran alarma;  me dijeron que el Che me castigaría por esa indisciplina. El esfuerzo hecho me abrió la herida y empecé a sangrar. Me la taparon; entonces cargaron conmigo de nuevo hasta donde estaba el comandante, quien enseguida indagó:

−¿Qué usted vio? ¿Quién le dio orden de disparar?

−Fue una reacción inevitable, comandante, respondió ella, muy preocupada y apenada. El Che empezó a coserme, entonces me explicó:

−Una herida abierta por segunda vez requiere sutura doble y sin anestesia, equivale a más dolor.

“Un fuerte ataque de asma le impedía casi hablar. Tuve que soportar como una tora. Cuando terminó me dijo con una gran dosis de bondad:

−¿Qué grado militar tenías en La Habana?

−Teniente de las Milicias del 26, respondí.

−Bien, desde este momento para mí serás la capitana Marién.

−Pero, comandante, ¿un ascenso en lugar de un castigo?

−Ya te castigué bastante con mi sutura doble sin anestesia, entonces aclaró: Te ganaste el ascenso por traerme tan valiosa carga y por tu puntería, al dejar fuera de combate a tres soldados enemigos que querían destruir nuestro nicho de heridos.

Guevara la vio respirando mal; por ello, le indicó:

−Como yo, eres asmática. Mira, en cuanto estés mejor, partirás de regreso a La Habana. Ahora que te busquen la hoja de Yagruma, póntela en el pecho;  cada vez que puedas, cómela, o haz infusión, tómala, verás que siempre te hará bien.            

En 1966 Adamilda Verena se graduó de doctora en Medicina; en 1967 era residente de Psiquiatría Infantil en el Pediátrico habanero Pedro Borrás (ya demolido) cuando se jubiló en 1990.

“¿Que cómo vi al Che en el Escambray en 1958?, ¡Me pareció un Cristo! Me impresionó mucho, aunque no lo miré como hombre, sino como un ser superior: a la vez sencillo, estricto, con la paradoja de una gran suavidad, una persona serena, de mirada honda que más que mirar escudriñaba. Al curarme salí para La Habana con él en mi recuerdo, y el orgullo de llevar esta huella suya en mi cuerpo. A cada rato me pongo la mano sobre la cicatriz para recordar mejor aquella enorme felicidad”.


CRÉDITO PORTADA

Así era Adamilda Verena Alfonso Batista cuando subió el lomerío de El Escambray y el Che le suturó dos veces su herida de bala en el abdomen. / Cortesía de la entrevistada.

Comparte en redes sociales:

2 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos