Foto. / commons.wikimedia.org
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Velas henchidas por la historia

Al decir de Juan Carlos Zuloaga, uno de los mayores premios que puede recibir un maquetista o modelista es la siguiente expresión: “¡Parece de verdad!”. Y seguro sus reproducciones de los navíos Nuestra Señora de Atocha y Santísima Trinidad la han motivado numerosas veces


Apenas faltan pocos días para celebrar un nuevo aniversario de La Habana. La Oficina del Historiador de la Ciudad (OHCH) ha previsto disímiles actividades; se incluye una visita dirigida al Castillo de la Real Fuerza, donde los asistentes podrán conocer las características y el valor de colecciones relacionadas con la arqueología subacuática, la navegación y la artillería del período colonial.

Nuestra Señora de Atocha podía alojar a 265 tripulantes. / Martha Vecino

Entre las piezas expuestas se hallan dos maquetas que recrean navíos de vela fabricados en el arsenal habanero: el Nuestra Señora de Atocha y el Santísima Trinidad. Su autor es Juan Carlos Zuloaga, a quien auxiliaron especialistas en el arte de dar vida a modelos y miniaturas.

Según relata el artista, “hacia 1620 el litoral era escenario de la construcción de galeones; la población acudía a ver cómo los hacían y botaban al mar”. El Atocha se fabricó ese año y de modo que portara los mejores atributos de una nave criolla (así denominaban los españoles a los producidos en Cuba), o sea con una altísima calidad y la garantía de una existencia longeva.

Sin embargo, un imprevisto tronchó las expectativas de sus creadores y armadores: durante su segundo viaje a España, el 5 de septiembre de 1622, mientras escoltaba a la Flota de Indias cargada con los tesoros de América, y él mismo transportaba parte de esa riqueza, un ciclón lo hundió cerca de La Florida.  

Tras siglos perdido, la búsqueda emprendida por un equipo estadounidense a lo largo de dos décadas rindió frutos en 1985, con el hallazgo de los restos y un cargamento de oro y plata por un valor superior a los 500 millones de dólares (ahora valdría mucho más). 

La Fuerza atesora algunas monedas procedentes del pecio; un cartel aclara que fueron donadas por el “doctor Eugene Lyon, historiador que investigara en el Archivo General de Indias en Sevilla todo lo relativo a este barco”.

Para poder recrear el navío con minuciosidad, Zuloaga apeló a diversas fuentes, incluso visitó varias iglesias, con el objetivo de determinar cómo era la estatuilla de la Virgen de Atocha que formaba parte del bajel y a la cual se le rezaba en caso de necesidad.

Todo cuidado es poco, recalca el artífice, pues contrario a lo que ocurre con las representaciones de carácter ornamental vendidas en las ferias, “los modelos navales destinados a los museos necesitan ser veraces, debemos respetar hasta sus colores originales, aunque no sean los más bonitos”; en estos casos “el modelista es un artista” que se introduce en la historia. “Tiene que proyectar con sus manos y su mente todo lo que sepa sobre el objeto”, no solo la técnica de construcción empleada originalmente, sino el contexto, la cultura, de aquel momento. 

Con un propósito didáctico, además de satisfacer a los curiosos y facilitar la labor de los guías, junto a la embarcación completa se exhibe un segmento de esta, donde apreciamos especificidades de la vida a bordo. En vitrinas adosadas a las paredes de la sala se despliegan distintos elementos y lo que los maquetistas denominan despiezos, o sea, plantillas a escala de las partes utilizadas en la fabricación de ese tipo de navío. Mediante ellos el visitante puede participar en “un proceso de aprendizaje rápido”, asegura el experto.

Un lance arriesgado

Si fabricar el modelo del Atocha no fue sencillo, asumir la maqueta del Santísimo Trinidad significó un reto mayúsculo. Zuloaga explica: “Obtener un casco de esta magnitud, sólido, abierto por una banda y cerrado por la otra, es bien complejo.

Juan Carlos Zuloaga resalta que mientras el Santísima Trinidad navegó, ningún barco pudo equiparse en tamaño. / Martha Vecino

“Hay varias formas de confeccionar la estructura exterior, la más profesional es la construcción por medio de cuadernas (parejas de tablas), la cual imita la manera en que se fabricaban los buques: debes forrarla alternando la colocación de los listones de un lado y del otro (derecha-izquierda/derecha-izquierda, o babor-estribor/babor-estribor), de lo contrario la mayoría de las veces el casco se tuerce. No obstante, lo logramos.

“Entonces se incorporaron otros artesanos, muy habilidosos, entre ellos Nelson [García], Andrés, quienes elaboraron disímiles objetos; Vladimir [Torres] iluminó la maqueta, hubo que entregarle los planos de los pisos, para que los bombillitos coincidieran con los calados.

“Todos los elementos y las escenas que se aprecian (maniobras de la marinería, por ejemplo) se basan en un estudio serio. Con Lázaro [García Driggs] hicimos un trabajo que parecía de película. Él iba al taller y preguntaba cómo los tripulantes recogían el ancla, limpiaban los cañones, subían por los obenques.

“En la navegación a vela, los marineros expertos ascendían por el costado donde el viento les daba por la espalda y los pegaba contra las cuerdas. Trepar por la parte contraria llevaba a que la corriente de aire les diera por el centro del pecho y los empujara hacia el mar”.

El propio maquetista ilustró los movimientos de la tripulación, y si al hacerlo se le arrugaba el pantalón, “Lázaro tomaba nota y una foto”, e incorporaba ese detalle a la figura.

“Llegó el momento de ornamentar el espejo de popa, es decir, la balconera final del navío, reservada para la alta oficialidad. Allí estaban sus habitaciones, salas, comedores, letrinas. Elegimos básicamente la estructura que tenía en la batalla de Trafalgar, en 1805, luego de 35 años de servicio, muchas vicisitudes, reparaciones y transformaciones”. Dichas modificaciones se efectuaron sobre todo para dotarlo de cuatro puentes (con las correspondientes baterías de cañones) y un velamen con una altura superior a la habitual.

Una escena que ilustra cómo transcurría la vida a bordo del Escorial de los mares. / excelenciascuba.com

Ciertas licencias decidieron tomarse los creadores al reproducir (a escala de 1:25) el también llamado Escorial de los mares, a partir de que resulta válido en determinadas circunstancias “mezclar en un modelo elementos pertenecientes a distintas épocas y así brindar la mayor cantidad de información posible”. Por ejemplo, le colocaron esculturas que hacia el final de su existencia ya no tenía.

Zuloaga comparte otros pormenores: “Cuando llegó la embarcación al museo, estaba a medio terminar. La concluimos in situ. Eusebio Leal venía a observar el proceso. Además, montamos la imitación de una grada de construcción naval. Se mandó a fabricar la urna protectora”.

Llegado 2012, pudieron entregar oficialmente el modelo. Y con posterioridad su principal artífice ha mantenido acciones de restauración; durante la última recogió “algunas de las velas, para que se pudiera apreciar mejor el cordaje”, asimismo, añadió el torrotito, bandera pequeña que se ubicaba en el bauprés de los buques cuando estaban fondeados.   

De acuerdo con el programa de la OHCH, el recorrido especializado por el Museo de La Fuerza tendrá lugar el miércoles 15 de noviembre. Ojalá uno de los guías sea Juan Carlos Zuloaga y vuelva a encantar a los visitantes con su hablar entusiasta y sus vastos conocimientos sobre el modelismo naval.

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