Vigencia de un mortal afortunado

Trascendencias dramatúrgica, cultural y artística distinguen el legado del maestro cubano Santiago Álvarez y sus aportes a narrativas renovadoras en el lenguaje cinematográfico


El arte es una cima que crece mientras tratamos de alcanzarla. Plantea caminos infinitos. Descubrirlos constituye la aventura riesgosa, placentera, difícil de quien emprenda la comunión mágica al movilizar conciencias y sensibilidades en los públicos mediante dinámicas del ser creativo.

La edición XXI del Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez In Memoriam propicia ese reencuentro siempre necesario con un cineasta revolucionario en la profunda y vasta dimensión del concepto. Su legado resplandece durante el evento en Santiago de Cuba, del 1° al 8 de marzo, al jerarquizar temáticas, estéticas, renovaciones en un género audiovisual indispensable para conocernos y reconocernos en las culturas de nuestro país  y del mundo.

Hizo gala de la pasión fundacional. Lo distinguió una identidad singular de trascendencias sociales, políticas y culturales en el Noticiero ICAIC Latinoamericano y en documentales donde utilizó sabiamente sonidos e imágenes para concebir sugerentes montajes visuales y sonoros. Supo decir y cómo decir a partir de 1960, y durante más de 30 años desplegó con un estilo propio en su filmografía el acontecer en Cuba, nuestra América y buena parte del orbe.

Maestro raigal, Santiago Álvarez planteó puntos de vista de connotaciones éticas y estéticas. Tuvo plena conciencia crítica de que tras las revoluciones tecnológica y comunicativa provocadas por el cinéma verité, el documental, en tanto forma de expresión artística, le permitió llevar a la pantalla grande historias de vidas, conflictos, tradiciones, aspiraciones, utopías.

Foto. / Cortesía del ICAIC

En su percepción subjetiva del concepto dramatúrgico demostró vigilia en cada paso de los procesos creativos. Sabía componer e interpretar ideas y pensamientos en puestas de relevante organicidad estructural. Recordemos los contenidos emocionales implícitos al concebir obras imperecederas. En Ciclón y El Benny, ambas de 1963, y Now (1965) realzó contenidos dramáticos tras aplicar principios musicales de la ópera. Ciertamente, disfrutaba la investigación en profundidad, pero construía cada guion en el cuarto de montaje. Ver, descubrir, aprehender disímiles señales y códigos hicieron posible la partitura cinematográfica del artista.  

Poco se rememora, o no tanto como lo merece, su énfasis al reclamar de los directores de fotografía la concepción de planos que constituyeran unidades significantes por sí solas. Este concepto respondió a relaciones de retomar una y otra vez las líneas argumentales en el avance paulatino de su gramática cinematográfica.

Para él, la estética de la visualidad no excluyó la importancia del archivo en fotos fijas y secuencias, ambas nutrieron la verdad artística del discurso al establecer un diálogo centrado en indicios inquietantes abiertos a la osadía del creador desbordado en el cauce propio.

Sin duda, reafirmó la pertinencia del documental en tanto tradición y modernidad. En el siglo XXI es muy útil conocerlo. Visualizar sus piezas músico-fílmicas, llevarlas a los centros de enseñanzas artística y general donde docentes y alumnos cultivan saberes, espiritualidad, conocimientos sobre la cultura cubana de notable influencia en la formación del gusto desde la niñez.

Un mortal afortunado fue el maestro Santiago Álvarez. Así llamó María Zambrano a aquellos en quienes poesía y pensamiento pueden darse de forma simultánea. Cada entrega suya lo confirma para todos los tiempos.

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Un comentario

  1. Excelente valoración de la ingente obra documentalística de nuestro Santiago Álvarez, quien a nivel axiológico, y praxiológico, dotó al audiovisual de resonancias nuevas, al resignificar la imagen y el sonido, con un novedoso montaje, en función del sentido ético, histórico, social y cultural que le interesaba trasmitir.

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