El día más largo de la guerra

Con su intransigencia, Antonio Maceo trastocó la historia de Cuba al transformar la capitulación del Zanjón en simple tregua


Tal parecía que, después de la caída en combate de Ignacio Agramonte, en Jimaguayú (1873), y de Carlos Manuel de Céspedes, en San Lorenzo (1874), el campo independentista cubano había perdido totalmente su brújula. La desunión y las indisciplinas campeaban entre los insurrectos.

En Lagunas de Varona (1875), los orientales protagonizaron una sedición al negarse a marchar hacia Las Villas para apoyar a Máximo Gómez en una proyectada invasión a occidente. Luego los villareños no quisieron recibir órdenes del dominicano y de cualquier jefe que no fuera de la región central de la Isla.

En Santa Rita (1877) se produjo un nuevo motín contra el gobierno mambí cuyas discrepancias con el mando militar habían entorpecido tanto el desarrollo de la guerra. Muchos antiguos hacendados, que en 1868 habían dejado fortuna y propiedades para luchar por la libertad de la patria, sin los arrestos revolucionarios de antaño, comenzaron a pensar en pactar la paz con los españoles.

Para colmo la emigración se desgastaba en disputas estériles, en vez de dedicarse a organizar expediciones hacia Cuba para pertrechar a los mambises, quienes mal armados solo contaban con las armas y municiones que les arrebataban a los enemigos.   

En medio de la decepción y el desaliento que generaba esta situación sobrevino la capitulación del Zanjón, cuando el gobierno mambí aceptó una paz sin independencia ni justicia social para todos, que en 1878 tenía que partir necesariamente de la abolición de la esclavitud.

El mayor general Antonio Maceo fue tal vez uno de los pocos que evaluó correctamente la gravedad del momento. Al dejar caer la espada, los hombres del 68 no solo comprometían su prestigio sino toda la mística patriótica que 10 años de lucha habían generado y ponían en peligro proyectos futuros de lucha por la independencia,

Era necesario actuar de inmediato. Entonces el mambí santiaguero convocó al gestor del Zanjón, el general segoviano Arsenio Martínez Campos, a una entrevista en una arboleda perteneciente entonces al término municipal de Palma Soriano, cercano a Santiago de Cuba.

El 15 de marzo se realizó el encuentro. Había mucha tensión por ambos bandos. No es de extrañar que uno de sus participantes, el coronel mambí Fernando Figueredo, lo llamara años después “el día más largo de la guerra”. Martínez Campos se jugaba su futuro si no lograba que Maceo aceptara la capitulación. El santiaguero sabía que estaba en juego el futuro de su patria.

Como es de todos conocidos Maceo y sus seguidores no aceptaron el Zanjón. El mayor general insurrecto apenas necesitó hablar: fueron sus compañeros de lucha quienes comunicaron al español que en Cuba no era honroso una posible paz sin independencia y sin abolición de la esclavitud. La guerra, supuestamente, continuó.

¿Creía realmente Maceo que después del Zanjón era aún posible continuar la insurrección? Como el autor de este trabajo ha afirmado en varias ocasiones, conocedor del optimismo que siempre caracterizó al Titán, no se atreve a dar una respuesta negativa. Pero la Protesta de Baraguá iba mucho más allá de un intento por reavivar la contienda. Eso, en definitiva, no era ya lo esencial.

Para que las nuevas generaciones de cubanos tuvieran fe de nuevo en la lucha armada contra la España colonialista se requería una conmoción política-ideológica. Esa conmoción la propició Maceo con su gesto intransigente en los históricos Mangos.

Como afirmara el historiador Rolando Rodríguez, “con la protesta de lo que se había acordado en el Zanjón se dejaba planteado un principio, una postura. Los cubanos debían comprender que la guerra no había cesado y, por igual, España.

“Así se echarían las bases de una continuación perenne de la lucha hasta que se consiguieran los objetivos por los cuales se peleaba. No se revelaba importante cuánto tiempo tomaría conseguirlo, en qué condiciones, o quiénes verían la victoria de la causa”.

De esta forma, tal como acertadamente subrayara el historiador y general mambí Eusebio Hernández en una de sus históricas conferencias, de un golpe Maceo trastocaba la historia de Cuba y el Zanjón dejaba de ser una capitulación para convertirse en simple tregua.

Es cierto que Maceo intentó proseguir la lucha. Por acuerdo del gobierno mambí, que se conformó en Baraguá tras la Protesta, el Titán marchó al extranjero en busca de recursos para seguir combatiendo. Ya en tierra extraña conoció que sus compañeros habían suscrito también la rendición y la guerra había terminado.

El histórico sitio, como se conserva hoy. / Jorge Luis Sánchez Rivera.

En la historiografía actual hay un fuerte debate al respecto. ¿Se envió al mayor general mambí al extranjero para poder firmar la paz con España? ¿O simplemente para preservar su vida con vistas a una contienda futura mejor organizada?

Después de Baraguá la estatura de Maceo alcanzó alturas míticas y se le consideró un Héroe Nacional. Tras su llegada a suelo cubano en 1895 miles de cubanos se incorporaron al Ejército Libertador. Para ellos su presencia en la manigua evidenciaba que la guerra necesaria se libraría hasta las últimas consecuencias.

El gesto del santiaguero en los históricos Mangos devino paradigma de patriotismo y ejemplo de intransigencia revolucionaria. José Martí, mientras leía el relato escrito por Fernando Figueredo sobre ese hecho, tuvo que exclamar que tenía ante sus ojos la Protesta de Baraguá, de lo más glorioso de la historia de Cuba. 

*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021.

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Fuentes consultadas

Los libros Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, de José Luciano Franco; La Revolución de Yara, de Fernando Figueredo; Dos conferencias históricas, de Eusebio Hernández, y La forja de una nación. Despunte y epopeya, de Rolando Rodríguez.


CRÉDITO PORTADA

El histórico encuentro se celebró el 15 de marzo de 1878 en los Mangos de Baraguá. / Autor no identificado.

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