Foto: Anaray Lorenzo
Foto: Anaray Lorenzo

Informática: fábula del periscopio binario

Como en alguna narración intelectualizada o en un ingenuo chiste del recreo en la escuela primaria, muy lento, perezosamente, despierta el elefante su enorme constitución. Y aunque nadie literariamente detalla el proceso, bien sabe el paquidermo que levantarse es la parte traumática. Vencido el tambaleo inicial, será aplastante, eso sí, y quién sabe si hasta podrá volar con sus grandes orejas, como nos hizo soñar Disney con su acaramelado Dumbo.

De igual manera parece sacudirse la modorra gran parte de las actividades del país en estos momentos, luego de haber sentido coagulado su flujo sanguíneo durante más de dos años de pandemia, sustos y retrocesos económicos.

Así se antoja también la reconexión del sector de las tecnologías de la información y la comunicación con sus tradicionales intercambios científicos de antaño, mejor ilustrado ese reenlace con la realización en estos días de su vitrina mayor: la Convención y Feria Internacional Informática 2022, en curso de su decimoctava edición, para orgullo de los organizadores.

El evento –como mismo se han visto otras actividades de toda la sociedad reactivadas súbitamente– en principio se sintió frío, pálido, lejano… comparado con aquellas otras convocatorias que le precedieron. Pareció, digamos, como echado de la cama antes del amanecer.

El sector binario nacional, sin embargo, luego de blasfemar una nota y apagar su reloj, como cantara un músico y digitalizador de la industria discográfica, parece tener bríos para estabilizar su parada.

Puede afirmarse esto porque, en primer lugar, los golpes recibidos durante la era pandémica son radiografías que reflejan lo que deben corregir los tecnólogos cubanos. A cumplir ese objetivo, entre otras cosas, admitieron ir al congreso algunos participantes.

A riesgo de pecar por exageración, podría afirmarse que en medio del confinamiento y la contracción económica impuestos por la covid-19, el país se arrestó como nunca antes en su ya no tan corta historia de informatización, a alcanzar la mayor socialización de las nuevas tecnologías. Es decir, brincó el umbral psicológico institucional para lanzarse a invitar, a millones de habitantes, a convertirse en usuarios y consumidores de los servicios y productos digitales y ser mucho más que en un simple registro indexado en una base de datos.

Digamos que las universidades, las cuales ostentaban algunos de los mejores indicadores y tradiciones de uso de la informática en Cuba, tuvieron que trastocar su filosofía de uso endógeno por el de exteriorizar sus recursos y servicios digitales, aquiescencia de la continuidad de los procesos educativos.

De no haber sido así, cómo hubiera el país recibido su habitual dosis exacta de nuevos profesionales. O a quién el congreso, que ha sesionado entre el 21 y 25 de marzo en el Palacio de Convenciones capitalino, le hubiera organizado una ceremonia de graduación: En este cónclave, recibieron sus títulos y homenajes los primeros 17 estudiantes de Bioinformática de Cuba y 30 ingenieros en Ciencias Informáticas. Huele a futuro, sí.

Probablemente más complejo que todo lo anterior fue echar a andar la educación para los grados no universitarios mediante modalidades no presenciales, en gran medida gracias al aprovechamiento de las virtudes de ciertos servicios de Internet.

Y pragmáticamente fue un éxito, esa es la verdad, aunque como mismo en otros lugares donde se apostó por esta vía de continuidad docente, el experimento no tuvo en la Isla el aplauso unánime de los pedagogos. A veces no basta el entusiasmo, como el que puso la comunidad informática, si no lleva aparejado consigo la comprobación científica y multidisciplinaria previa.

Si la siesta impuesta era epidemiológica, ¿por qué entonces no probar hacer pinceladas sobre el lienzo de la salud pública?

Ciertamente, los mayores esfuerzos realizados anteriormente para informatizar este servicio se habían volcado en la gestión hospitalaria, en la investigación y la formación médica y otros aspectos particulares. ¡Hasta un diagnóstico con rayos X hoy se ve en pantalla y no impreso en una costosa placa!

Por supuesto, directivos especialistas y hasta la población coincidían en que podía codiciarse más. Es que, como decía mi abuela, noblesse oblige.

Así que, aun con sus dudosos resultados, fue una heroicidad intentar, por ejemplo, el pesquisaje de síntomas de la enfermedad mediante aplicaciones móviles, experiencia que, bien pensada, se antoja como una suerte de boceto de una futura historia clínica digital ambulante.

Casi todos los renglones de la socioeconomía, la política, la cultura… hasta las manifestaciones religiosas y los enamoramientos, buscaron una manera de romper el obligado encierro, ingeniando su propio periscopio binario para no morir oxidados bajo tierra. Lo mismo haría con su trompa un elefante bajo el agua para buscar aire en la superficie.

Los informáticos de todo el arcoíris social, sin duda alguna, se esforzaron en ese período para estar a la altura de médicos y biocientíficos, y en no pocos momentos lo consiguieron.

De sus proyectos, quizás el más ambicioso fue desarrollar un rústico –y mejorado a trancos sobre la marcha– sistema de comercio electrónico, que se había dado el lujo de evolucionar lentamente, muy lentamente, durante muchos, muchos años.

Mas la urgencia del momento para facilitar la compra de alimentos y bienes sin salir de casa, obligó a que la modalidad de reservación, venta, entrega y pago digital entrara al escenario como un actor a medio maquillar. Fue muy valiente… y triste.

Para muchos, este último suceso ha sido el mayor fracaso de la informatización. En lo personal, prefiero verlo como el más esperanzador, sobre todo si se valora que después de años de retrasos, muchas veces inexplicables, demostró que es posible realizar, y que modernizar el país digitalmente no es una responsabilidad única de los chicos y chicas del teclado y las fibras.

Como sea, no hay razón para que cunda el pánico. Informática 2022 se apunta como un café fuerte para desperezarse tras una agitada duermevela. Sus más de 750 delegados nacionales y extranjeros, representantes de 22 países, sobrevinieron como en cofradía para hacer del evento el espacio donde compartir las amargas experiencias y las sabidurías para remendar descosidos.

Lo podría certificar la propia feria, a pesar de ser una de las más raquíticas que comercialmente haya visto esta convención. Exhibió, o más bien se concentró en aquello que deben ser los próximos capítulos del desarrollo de esta rama en el contexto insular, con fuertes pretensiones confesas de acortar la brecha tecnológica y apostar por una sostenible soberanía tecnológica.

Eso, claro, hasta que el paquidermo estabilice toda su estructura firmemente. Vaya que le hace falta ya: la convocatoria de esta decimoctava reunión echó su ojo en la transformación digital.

Si alguien quiere creer que este término solo alude a la simple informatización de la sociedad, es su derecho de estar parcialmente equivocado.

Pero lo cierto es que los estrategas de hoy, cuando sutil y académicamente se refieren a la transformación digital, guiñan un ojo porque están hablando del siguiente escalón del edificio de la sociedad del conocimiento: el de la modernización de las redes y el despliegue y mejoramiento de la infraestructura de las telecomunicaciones.

En otras palabras, el mundo va corriendo y empiezan a exigir urgencias las estrategias certeras y las tareas eficaces para la sociedad cubana, esa que se ha jurado caminar hacia el desarrollo sobre paquidérmicas piernas científicas e informáticas.

En todo caso, lo más importante está por venir. Ya empieza a levantarse el sector y quién sabe si un día intente planear con sus orejas.

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