La corrupción cuestionada

Con este gesto los intelectuales cubanos comenzaron a tener una participación activa en la vida política del país


La prensa de la época dio una amplia cobertura a la Protesta y a las represalias del gobierno. / Autor no identificado.

En la historiografía actual, el gobierno de Alfredo Zayas (1921-1925) está considerado como uno de los más corruptos, aunque sin llegar a las dimensiones de su predecesor José Miguel Gómez (1909-1913) ni al de Ramón Grau San Martín (1944-1948).

Durante el mandato de don Alfredo, hubo grandes irregularidades en la Renta de Lotería, donde él colocó en puestos clave a familiares y amigos. Y era usual que el premio gordo del sorteo fuera a parar a manos de un inquilino del Palacio Presidencial o de un socio del primer magistrado.

Pero el negocio fraudulento en que se vio envuelto Zayas, que alcanzó ribetes de escándalo nacional, fue la compraventa del Convento de Santa Clara. El Estado cubano pagó más de dos millones de pesos por la ruinosa edificación que le había costado a unos particulares (adivinen quién estaba entre ellos) solo medio millón.

En el gobierno se negó a firmar la transacción el secretario (ministro) de Hacienda. Lo hizo el de Justicia, Erasmo Regüeiferos, gran amigo del mandatario, lo que era insólito, ya que no estaba esa responsabilidad entre sus atribuciones. Debido a uno de esos azares concurrentes, el corrupto funcionario debía hablar por aquellos días en un homenaje que se le dedicaba a la escritora uruguaya Paulina Luissi en la sede de la Academia de Ciencias.

Cuando en ese acto Regüeiferos marchó lentamente hacia la tribuna, 15 jóvenes se pusieron igualmente de pie y avanzaron hacia el centro del salón. Uno de estos, el periódico Heraldo de Cuba lo describiría al día siguiente como “un muchacho rubio, delgado, escueto, de ojos claros y agudos”, habló en nombre del grupo.

Los trece firmantes. / Autor no identificado.

“Perdonen la presidencia y la distinguida concurrencia que aquí se halla que un grupo de jóvenes cubanos, amantes de estas nobles fiestas de la intelectualidad, y que hemos concurrido a ella atraídos por los prestigios de la noble escritora a quien se ofrenda este acto, perdonen todos que nos retiremos.

“En este acto interviene el doctor Erasmo Regüeiferos, que olvidando su pasado y su actuación, sin advertir el grave daño que causaría su gesto, ha firmado un decreto ilícito que encubre un negocio repelente y torpe”. Al día siguiente, en la nota que publicó el Heraldo de Cuba sobre el homenaje, el periodista escribiría: “La concurrencia se estremeció”.  

El muchacho rubio y delgado –que no era otro sino Rubén Martínez Villena, con solo 22 años-, implacable, prosiguió: “Perdónenos el señor ministro de Uruguay y su señora esposa. Perdónenos la ilustre escritora a quien con tanta justicia se tributa este homenaje. Protestamos contra el funcionario tachado por la opinión, y que ha preferido rendir una alta prueba de adhesión al amigo antes que defender los intereses nacionales. Sentimos mucho que el señor Regüeiferos se encuentre aquí. Por eso nos vemos obligados a protestar y retirarnos”.

Los jóvenes abandonaron el salón. Regüeiferos, como un autómata, lento, grave, comenzó su discurso al cual pocos atendieron y casi nadie entendió. Entretanto, los quince “protestantes” se dirigieron a la redacción del Heraldo de Cuba y entregaron un manifiesto, que luego la historia denominaría “la Protesta de los Trece”, pues uno de ellos se negó a suscribirlo y al otro, en su condición de emigrado español, le aconsejaron no firmarlo para no ser deportado.

Alfredo Zayas en la época de su presidencia. / Autor no identificado.

El gobierno, como todo régimen prepotente, cometió el error de no cruzarse de brazos. Se encausó a “los jóvenes protestantes” por el delito de sedición, pero un juez inteligente convenció a Regüeiferos de modificar la acusación y se dictó el auto de procesamiento por “injurias”.

Fernando Ortiz asumió la defensa de los inculpados. En el Heraldo de Cuba y otraspublicaciones aparecían diariamente mensajes de apoyo de la intelectualidad cubana a los protestantes. Regüeiferos no pudo soportar tanta presión y renunció a su cargo. La causa, al final, fue sobreseída.

Tiempo después, al referirse a la Protesta de los 13, Martínez Villena subrayó: “Dio una fórmula de sanción y actividad revolucionaria a los intelectuales cubanos”. Por su parte, el historiador Ramiro Guerra, al comentar el hecho en la prensa, escribió: “En aquel gesto puede decirse que cuajó el ideal más alto de la revolución: libertad para pensar, para ser, para afirmar la personalidad.

“Hasta entonces habíamos dispuesto, en nuestros juicios, de una escala de valores a base de convencionalismo, de respeto, de cobardía frente a lo insincero y falso; a partir de aquel momento tuvimos otra medida, llena de audacia, y de juvenil insolencia y, al mismo tiempo, de elevada rectitud moral. Después de aquella tarde nadie se sintió seguro en la posesión de una reputación legítima. Cada hombre debía ser capaz de resistir los recios martillazos de la verdad”.

  • Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021

Fuentes consultadas

Los libros Rubén Martínez Villena, de Ana Núñez Machín, y La revolución del 33, de Lionel Soto. Testimonios ofrecidos por José Zacarías Tallet y Juan Marinello al autor de este trabajo.

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