Cuando no hay otra que parir jimaguas

Quizás nunca la ciencia cubana tuvo tanto reconocimiento público como hoy. Y no es que estuviera antes silenciada o mal agradecida, sino que, por un tiempo –los últimos tiempos– la actividad innovadora era percibida por la ciudadanía como un proceso más en el entramado económico y social del país, aun cuando algunos productos y servicios derivados de la investigación llevaban la voz cantante en los empeños exportadores y recaudadores de divisas para la nación.

Hagamos un ejercicio mental y  dividimos la historia reciente de Cuba en tres períodos: el “Especial”, otro no tan “especial” (aunque con una crisis mundial que le entrecortaba el aliento) y el tercero, la era pandémica. Lo primero que salta a la vista es que cuando más grave fue la situación económica del país, la ciencia vernácula se creció en la oscura noche como un bote salvavidas inflable.

¿Será cierto eso que dicen, de que la necesidad hace parir jimaguas?

La más cercana prueba está –sirvan apenas estos ejemplos– en varios resultados muy bien conocidos y aplaudidos por casi toda la población, algunos de ellos recientemente dignificados con los premios nacionales de Innovación Tecnológica 2021 que otorga el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma).

Las distinciones referidas, dicho sea de paso, fueron entregadas a principio de marzo con la presencia de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y presidente de la República. El significado de su asistencia, más que protocolar, confirma el interés que el representante gubernamental ha puesto en la actividad innovadora como pilar del desarrollo sostenible del país.

Lástima que la euforia por éxitos tan notables como la producción de vacunas y fármacos anticovid, deja el mal sabor de no representar en múltiples disciplinas todo el esfuerzo hecho por el Estado, las canteras universitarias y los propios investigadores.

Todavía los más grandes resultados, esos que elogian los ciudadanos en sus charlas y las medallas en los pechos, se consiguen diferenciadamente entre un puñado de ramas científicas, en particular instituciones dedicadas a las biociencias humanas y agrícolas, la medicina y algunas relacionadas con las tecnologías de la información (una pizca vegana, desde mi punto de vista, si tenemos en cuenta que la informatización de la sociedad es uno de los horcones de la actual política presidencial).

Para seguir con el ejemplo, entre las 15 entidades galardonadas con los premios nacionales de Innovación Tecnológica 2021se encuentran el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), el Instituto Finlay de Vacunas (IFV), la Empresa de Tecnologías de la Información y Servicios Telemáticos Avanzados (Citmatel), el Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA) y la Estación Experimental de Pastos y Forrajes Indio Hatuey.

Varias de estas casas de pensamiento suelen ser repitentes en estas y otras premiaciones y, coincidentemente, algunas de ellas se inscriben organizativamente como Empresas de Alta Tecnología, es decir, caracterizadas por su rápido crecimiento, por su alto valor añadido tecnológico, por invertir unos porcentajes en I+D (Investigación + Desarrollo) y por tener proporciones de empleo calificado superiores a los de la media de la industria.

Ese estatus, empero, no explica el “milagro”; es una estrategia reciente y por el momento no ha sido determinante para el alcance de sus elevadas capacidades científicas. Más bien llegaron a adquirir ese estatus luego de demostrar tener ya, en su razón de ser misma, los méritos suficientes exigidos, como laboratorios y como empresas, para aspirar a cumplir con el concepto.

Y, claro, si bien algunas recibieron los privilegios financieros de formas organizativas experimentadas con anterioridad –como son los llamados polos científicos (aupados, no olvidemos, en medio de la crisis de los años 90)–, solo las más creativas y las que mejor aprovecharon esas circunstancias despegaron su vuelo. Esto último es una verdad tan sagrada como una pagoda.

Como resultado, el país posee hoy dos tipos de centros científicos: los de excelencia creativa, productiva y competitiva, esos que se codean con gallardía con sus similares del planeta; y los valiosos por sus investigaciones, sí, pero con resultados discretos en lo económico e, incluso, en indicadores que denotan el desarrollo de su actividad innovadora, aun cuando en muchos de estos pudieran existir profesionales con alto reconocimiento internacional.

Suelen aseverar algunos estudiosos que el misterio de por qué unos sí y otros no, tiene una visible respuesta en la filosofía que siguen los más avezados, esa de cerrar el ciclo de una innovación que comenzó con la investigación, luego el desarrollo del producto, posteriormente la comercialización y, como un bucle, la reinversión en el siguiente círculo.

Lo cierto es que los que no han apostado o no han podido apostar a esta fórmula, se han tenido que contentar con resultados más magros. Y en consecuencia, sufrir la descapitalización de su entorno creativo, reflejado en menos ingresos para reiniciar su sistema circulatorio empresarial y hasta para detener la fuga de sus cerebros o desabastecerse de investigadores altamente profesionalizados (doctores y maestros para encargarse de atrevidos proyectos) al abandonar el lugar o no crear, mientras al resto de sus colegas le resulta poco atractivo intentar superarse.

Es de esperar entonces que decaiga la producción de literatura científica, la generación de patentes y el declive de otros indicadores de la buena salud de la investigación y la innovación.

Con esos truenos, por supuesto, se esfuma la posibilidad de la obtención de reconocimientos llegados de sus pares del país e internacionales, o de las instituciones profesionales y estatales. Incluso, de la propia ciudadanía, a la que inevitablemente empieza a preocuparle poco o nada en qué se están destinando los presupuestos para ciencia, sustentados en los dineros salidos de su sudor y lo peor, queda esta sin recibir los beneficios que con ilusión esperaban de sus hijos más creativos.

Aun así, el ciclo cerrado no es un don o un permiso mágicos. No garantiza nada por sí solo. Si así fuera, bien podría extenderse por decreto, no solo a toda la actividad científico-investigativa, sino a gran parte la economía del país, que mucho debe aprender de la disciplina de los investigadores, de su rigor profesional, compromiso y ética.

De hecho, las vulnerabilidades que han acusado los centros que no siguen ese principio empresarial, en algún momento han tomado cuerpo también en los de vanguardia. Puede ser contagioso.

El resultado entonces ha sido la desaceleración de la actividad innovadora por etapas a nivel nacional, que se ve profundizada, además, cuando viene acompañada de disminuciones macro y micropresupuestarias o por el desinterés en aplicar la sociedad los resultados emanados de su propia ciencia.

Que exista una crisis alimentaria en el país se explica, en buena medida y entre otros pesares, por la pereza para aplicar atajos científicos en su producción. Pero en honor a la verdad, no es el único sector con esa manquedad.

Bien lo sabe el doctor Díaz-Canel, quien, como ha confesado, cuando se ha sentido agobiado por las rutinas gubernamentales se refugia en los centros científicos para aprender y deslumbrarse con lo ingenioso. Y es que para construir un país de hombres de ciencia –vaya meta que tenemos–, lo primero que se necesita es tener una mentalidad científica y una vocación para investigar.

Lamentablemente, la formación de esa afición fue prácticamente abandonada en el sumidero, sobre todo en los niveles de enseñanza inferiores y hasta en las escuelas vocacionales. Hoy urge retomar esa senda de apasionamiento por lo ignoto.

Por su lado, los movimientos de participación popular en la generación de conocimientos, la innovación y la recuperación y sustitución de partes y repuestos, no han tenido los resultados esperados. Hay un punto perdido de la historia, como un hueco negro que absorbe todo y nos deja inconscientes, en que estos empeños se cosificaron, se “ministerializaron” y finalmente, se fosilizaron.

Al parecer, las nuevas formas de organización de la economía que se promueven y los cambios que para las trasformaciones del país se manejan, pueden hacer que la actividad científico-tecnológica e innovadora se dinamice.

Es temprano para sacar conclusiones, pero ya ha sido alentadora, digamos, la respuesta de los productores privados a las urgentes demandas terapéuticas del sistema de salud ante la covid-19. Las mipymes tecnológicas, se puede intuir entonces, no solo podrían ser complementos o alianzas de la empresa estatal socialista, de la empresa de alta tecnología y otras formas de propiedad y organización. Serían, si así se lo propusieran, células donde nacerían invenciones, patentes, nuevos conocimientos…

Gran flexibilidad ofrece hoy la coloquialmente llamada ley de ciencia (en realidad, una familia de decretos-ley emitida por el Citma en 2021, que regula y, sobre todo, destraba e inflama la gestión científica, tecnológica e innovadora). Inspiradora en su letra, debe brindar frutos a la nación con cierta inmediatez, así como consolidar otros éxitos ya en curso, gracias a novedades que permiten promover la creación mediante parques tecnológicos, incubadoras de empresas, fundaciones y otras acciones.

Entonces los premios nacionales a la Innovación Tecnológica y otros, reflejarán un mejor desplegado abanico de sectores y de provincias que estarán liderando la investigación, con mayor alcance mundial y protagonismo en el desarrollo del país.

Si eso ocurriera, tendría razón quien dijo –menudo científico se perdió– que la necesidad hace parir jimaguas.

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4 comentarios

  1. Para no perdérselo, con el distintivo sello de Toni: enjundioso en cuanto a información valiosa, con uso del criterio, como se dice debe ser nuestro mejor periodismo; ingenioso y con el buen humor, del autor.

  2. Hay que urgar bien por dentro para comprender por qué a estas alturas todavía la agricultura cubana sigue en arapos, a pesar de el esfuerzo realizado para potenciar la ciencia y la innovación. Excelente trabajo.

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