Foto. / Archivo BOHEMIA / restauración Internet
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Cuando Santa Clara se llenó de barbas rebeldes

Unos trescientos guerrilleros de la Columna Ciro Redondo, comandada por el Che, tomaron en solo 17 días la céntrica ciudad cubana entonces protegida por miles de soldados con mejor armamento y dividieron en dos al país a fines de diciembre de 1958: esta audacia contribuyó decisivamente a abrir las puertas del triunfo el primero de enero


En verdad la Batalla de Santa Clara pasó a ser una de las páginas insurgentes imborrables de la lucha contra la brutal dictadura de Batista.

Ernesto Guevara de la Serna, ya convertido en leyenda de la Sierra Maestra, demostró su talento combativo no obstante verse obligado a transitar de la guerra de guerrilla en las montañas a la guerra urbana de posiciones en las calles de una ciudad moderna.

La figura, el talento guerrillero del comandante Ernesto Guevara al frente de su Columna 8 Ciro Redondo, y el apoyo del pueblo de Santa Clara, constituyeron los factores principales de la victoria rebelde en Santa Clara, en solo 17 días. / Archivo de BOHEMIA

A grandes saltos resumimos aquí parte de la trascendencia de aquella inolvidable batalla de la Columna 8 Ciro Redondo, con determinado apoyo de la Columna 2 al mando del comandante Camilo Cienfuegos.

No pretendemos en relativo poco espacio recrear ahora la historia grande de aquel acontecimiento, ni todos sus disímiles episodios, sino mencionar algunos detalles cruciales de los combates y rendir cierto tributo de recordación a sus participantes, heridos y muertos, y al pueblo de esa porción de nuestra patria que en sus casas o en las calles ayudó a la victoria rebelde lleno de entusiasmo, valor y firmeza.       

Realmente tal página histórica de la lucha revolucionaria tuvo lugar un poco más tarde, puesto que en el plan previsto primero estaba subir a las montañas de El Escambray y unir en una misma fuerza las tropas del Movimiento 26 de Julio con los integrantes del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y otros combatientes opuestos a la dictadura del territorio -del Partido Socialista Popular (PSP)- para posteriormente dirigirse a la ciudad principal de Las Villas, tomarla a tiro limpio y alcanzar la rendición incondicional del enemigo.

Lo primero fue tumbar los puentes

Santa Clara contaba entonces con una gran guarnición, tanques, morteros, un buen armamento, asesoría yanqui y apoyo aéreo. Cerca de 4000 soldados, 10 tanques, bombarderos B-26 sobrevolando y bombardeando, y un tren blindado con alrededor de 700 soldados, ingenieros militares para reparar con urgencia los puentes destruidos por los rebeldes y la entrega al ejército de armas aún más poderosas que pensaban llevar también a sus tropas en otros territorios.

Ganar en tan importante región del país (recordar que Cuba tenía solo seis provincias) era controlar casi toda la provincia de Las Villas y detener y asediar a los posibles refuerzos del enemigo procedentes de Pinar del Río, La Habana, Matanzas o Camagüey que si querían seguir hacia las tierras orientales tendrían que hacerlo por vía aérea, aunque en realidad para tal empeño necesitaban adquirir más aviones de los disponibles.

Llegar con éxito al resultado final de la gesta rebelde allí fue el fruto de victorias parciales y locales. El vigoroso puente de hierro de Falcón, digamos, se cortó el 15 de diciembre de aquel año 58 y se tomó el poblado de Fomento. Esa misma noche quedó inutilizado otro puente, con lo que se evitaba el paso de refuerzos enemigos por carreteras o vías férreas.

Los pelotones en combate

Uno de los pelotones, el de Alfonso Zayas (“Guile”) y gran parte de la vanguardia de la columna 8, atacaron la Loma del Capiro. Los pelotones del capitán Roberto Rodríguez Fernández (“El Vaquerito”), Rogelio Acevedo y Alberto Fernández Montes de Oca avanzaron hacia el centro de la ciudad. El primero atacó la Estación de Policía; el segundo la Cárcel y la Audiencia, y el tercero el Gran Hotel.

Hacia el sur avanzó impetuosa igualmente la tropa del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el pelotón de Miguel Álvarez contra el Escuadrón 31 de la Guardia Rural y el llamado Cuartel de Los Caballitos.

El lunes 29 de diciembre -ya desalojado el enemigo de la Loma del Capiro- el ejército se retiró despavorido hacia el tren blindado, que había sido descarrilado y sus jefes y soldados obligados a rendirse masiva e incondicionalmente. Una tropa del comandante Víctor Bordón Machado se enfrentó a los primeros refuerzos enemigos a la entrada oeste de la región villareña.

Hasta el Gobierno Provincial se lanzaron con unánime efectividad los miembros del pelotón de Alfonso Zayas, que enseguida cerraron las calles, inmovilizaron la infantería enemiga, aislaron los últimos puntos de resistencia e impidieron la llegada de refuerzos de diferentes regiones.        

Las mentiras de la prensa batistiana

Fueron los dos puntos más fuertes de la resistencia enemiga, la Estación de Policía y el Regimiento 3 Leoncio Vidal, con mil hombres, ocho tanques, carros blindados, bazucas, morteros y otros medios, comandados por el coronel Alberto del Río Chaviano, quien había sido uno de los principales asesinos del Moncada en 1953. El resto de los sitios, que no abandonaban la pelea al principio, se fueron rindiendo gradualmente, sobre todo cuando comprobaron que los revolucionarios dirigidos por el Che no eran criminales, sino patriotas y libertadores.

Nada más quedaban resistiendo la Audiencia y el Gran Hotel, y ambas -finalmente- el primero de enero del 59 entregaron sus armas y se rindieron sin poner condición alguna, con banderas blancas en la punta de sus fusiles.

Los hombres de la Columna 8 se posicionaron primeramente en la Universidad Central de Las Villas, en el Edificio de Obras Públicas, en el Hospital y en la Clínica Centro Médico.

Tres de los más abominables esbirros de la tiranía, que se encontraban enfrentando a los rebeldes en el centro del país, eran los altos oficiales Joaquín Casillas Lumpuy, Cornelio Rojas, Cecilio Fernández Suero y Cándido Hernández. Secuaces implacables que cumplían indicaciones del dictador, pero a sabiendas de que eran odiados por el pueblo en medio de una causa tan perdida como cruel e injusta.

Elementos o detalles dados por el mismísimo Batista en la página 135 de su libro Respuesta aportan algo interesante: “Entre el coronel Casillas y el teniente coronel Cecilio Fernández Suero,habían surgido discrepancias. El primero tenía la responsabilidad del mando de Las Villas y el segundo era el Jefe de Operaciones de las unidades en campaña. Como no se contaba ya con tropas móviles en acción, Fernández Suero se replegó a la jefatura e intentaba mandar también”.

Órganos de la prensa oficiosa no reflejaban las angustias de Casillas Lumpuy. Sin embargo, el periódico Tiempo en Cuba, del sicario Rolando Masferrer, mentía descaradamente: decía que los rebeldes huían desesperados y llenos de pánico ante el avance del Ejército. Y algo similar hizo el diario batistiano Pueblo.

El enemigo no era débil ni estaba mal preparado

No debemos soslayar que los instructores, entrenadores, maestros, asesores y suministradores de armas de todo tipo a Batista; es decir, el Pentágono y la CIA de Estados Unidos, actuaban, como siempre, convencidos de que como lo proclamó en su momento el Secretario de Estado Jonh Foster Dulles:“Nosotros no tenemos amigos, sino intereses”.    

Es justo y correcto recalcar, según el investigador Amel Escalante Colás en un interesante análisis histórico, que el ejército de Batista no era débil ni estaba mal preparado. Pensar eso sería incluso demeritar la victoria revolucionaria. El problema radicaba en que su moral no era ni justa ni sólida. Ellos defendían un régimen corrupto, sanguinario, ilegítimo en su origen y, sobre todo, antipopular. La supuesta unidad monolítica de las fuerzas armadas ya no existía. El eslogan cuartelario de que “hay hombre para rato”, aplicado al tirano, no convencía a nadie. El dictador con la rigurosa censura que ímplantó tenía el monopolio de la palabra, pero no el de la verdad, por eso su aparato militar ganaba solo en los papeles y en el éter.

Si bien su organización, disciplina y preparación era buena y el armamento moderno y suficiente (estaban entrenados y asesorados por expertos militares estadounidenses de la mayor categoría en aquella época), su error y verdadera limitación se basaba en el hecho de que habían formado a los principales jefes y oficiales de las fuerzas armadas batistianas en una guerra regular, mientras que el Ejército Rebelde había ganado numerosos combates mediante la táctica y la estrategia de la guerra de guerrillas, en las que jefes como Fidel, Raúl, Almeida, Camilo, Che, Ramiro y otros habían demostrado ser verdaderos maestros para vencer y convencer.

El Tren blindado, un caballo de Troya

 “Beno huyó ante el empuje del Che y Camilo  Aunque Batista se dio cuenta de que allí, en el mismo centro del país podía decidirse el resultado final de la guerra y la geografía del último combate, concibió aceptar la idea del tren blindado, con dos locomotoras,  un coche explorador y la endeble esperanza de que se convirtiera en una especie de Caballo de Troya de acero.

Capacitados ingenieros militares batistianos concibieron aquel engendro ferroviario para llevar armas, municiones y hombres hacia Santa Clara y luego seguir hacia otras regiones militares. Formó parte de una operación secreta y su jefe era el coronel sin batallas Florentino Rosell Leyva, quien no llegó a la ciudad donde la candela era brava, sino que se bajó en una parada del camino de hierro y poco después huyó hacia Miami con todo el dinero para mantener y pagarle a la tropa. El segundo al mando, el comandante Ignacio Gómez Calderón, se quedó al frente del tren militar, mas, en un momento determinado, no sabía qué hacer ante el fuego intenso de los intrépidos barbudos.    

Según los dos escritores del principal libro consultado en aras de concebir y redactar este trabajo, “Batista no necesitaba estudiar en la academia militar de West Point para darse cuenta de que la toma de Santa Clara por los rebeldes dejaría definitivamente dividido en dos nuestro territorio”.

Cuando se logró concluir la toma de Santa Clara ya no existía el gobierno del régimen y Batista no tenía absolutamente nada que defender si hubiera sido capaz de hacerlo con su famosa “bala en el directo como el 10 de marzo de 1952”. Su ejército, ciego por la corrupción, el robo, el fraude, la cobardía, el crimen, el abuso y la sumisión a Estados Unidos, estaba totalmente estigmatizado.

Un joven valiente, El Vaquerito, jefe del Pelotón Suicida, estuvo ubicado algunos minutos dentro de una hortaliza del Hospital de Maternidad planeando el asalto. Llevaba cocteles Molotov y los empezó a tirar contra los coches blindados del tren. Aquello se llenó de llamas y humo. Dicen que el joven guerrillero entonces se atrevió a entrar al tren. Con el descarrilamiento, algunos de los vagones se volcaron y el convoy se volvió un verdadero horno infernal con ruedas y paredes de acero hirviendo.

Cuando el Che arribó al lugar, ya los hombres del teniente Espinosa habían hecho 41 prisioneros y se mantenía el acoso. Entonces, al ser informado de que estaban llegando refuerzos militares del enemigo por la carretera de Camajuaní, ordenó al capitán Pardo Guerra su enfrentamiento con reclutas de la escuela “Ñico López” que permanecían en reserva.

Pardo conminó al ejército del tren a rendirse. Y cerca de 400 prisioneros fueron trasladados a Caibarién para que una fragata los embarcara hacia La Habana. Era la última esperanza militar del régimen.

Oficiales de la Fragata se comunicaron con la fortaleza de Columbia de La Habana. Diferentes instituciones militares se negaron a recibir a quienes consideraban cobardes. Y al final fueron acogidos por el Club Náutico de Caibarién, de modo que sin ningún prestigio terminó la historia del famoso tren, que desde el primer momento constituyó la última Carta de Triunfo de la que Batista le habló al Embajador norteamericano Smith en la capital de todos los cubanos.

Apenas es necesario señalar que en medio de las acciones, no faltó el encuentro, varias veces, entre el Che y el Héroe de Yaguajay, Camilo. Tres veces dialogaron en medio de la batalla.

Asimismo, desde las primeras avanzadas rebeldes en las afueras de Santa Clara, el coronel Casillas Lumpuy, asesino por la espalda de Jesús Menéndez en 1948, comenzó a enviar al Estado Mayor Conjunto del Ejército desalentadores mensajes de emergencia. Pedía refuerzos y cobertura aérea. Pero Columbia no se hizo eco de sus necesidades.

Revelador en esta historia resultó el hecho de que el retirado general Eleuterio Pedraza, convocado por Batista de nuevo al quehacer militar para apoyar Santa Clara, al ver la derrota a unos pasos, llamó al propio dictador para decirle: “Presidente, Santa Clara se pierde. Demoraron mucho en llamarme y avisarme”.

Y desde el Estado Mayor Conjunto del Ejército, otro de los viejos ya vencidos, Francisco Tabernilla Dolz, jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército, justificó el descalabro expresándole que no quedaban recursos disponibles para ayudarlo. (¡Y lo que no quedaba era coraje, por no emplear otro término). Sencillamente habían llegado las urgencias del ocaso de la tiranía oprobiosa del Indio, también llamado por sus amigotes principales, “Beno”.

Precisamente de este funesto personaje hay algunos misterios indescifrables. Nunca, por ejemplo, nadie ha podido precisar cuánto dinero sacó de Cuba antes y durante su precipitada y cobarde salida, en la madrugada del primero de enero de 1959, al confirmar que no podía confiar más en la escasa voluntad de resistencia de los jefes militares de su desmoralizado ejército.   

Los guerrilleros que se formaron en las montañas siguieron siendo héroes en las calles santaclareñas. Y justamente allí el Che indicó a Alfonso Zayas que avanzara por el centro de la ciudad hacia los alrededores del Gran Hotel donde agentes del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) mantenían francotiradores y le entregó nuevas armas al comandante Ramiro Valdés para fortalecer a sus combatientes.

De ese modo se logró la rendición del Cuartel. Un bazuquero rebelde hizo huir a los tanques con sus certeros disparos. Uno de esos blindados, en su precipitada fuga, pasó por encima de varios soldados muertos. Sus fusiles los recogió una muchacha civil, colaboradora de los guerrilleros.

Solo en Santa Clara resistían las tropas del coronel Casillas Lumpuy y del coronel de la Policía Cornelio Rojas. Los dos apreciaban impotentes cómo se acercaban los barbudos. No lo sabían, pero los rebeldes entraban por las azoteas, los patios y hasta atravesando pared por pared en el interior de las casas, con autorización de sus moradores. De tal manera los guerrilleros rindieron el Cuartel de los Caballitos y la mayoría de los batistianos se replegaron hacia la sede de la Guardia Rural. Al mediodía los rebeldes rodearon el Escuadrón 31.

Los héroes de las montañas y las calles      

Es cierto que el enfrentamiento mayor se desarrolló alrededor de la Estación de Policía. Su jefe, el coronel Cornelio Rojas, tan cruel y sanguinario, por nada del mundo podía rendirse con su alevoso expediente de crímenes. El combate contra ese esbirro lo encabezaba El Vaquerito con su pelotón suicida. Las escuadras de Tamayo, Emérido Meriño, Alberto Castellanos y parte del pelotón de la comandancia.

Cuando el Che supo que El Vaquerito había muerto, sentenció con dolor: «Me han matado a cien hombres».

Desde una azotea de la calle Garófalo, el combatiente Roberto Rodríguez (“El Vaquerito”) y otros compañeros,  a 50 metros de la Estación, dispararon contra unos seis guardias y, al hacerlo, dos tanques con ametralladoras calibre 30 les tiraron a ellos. El temerario joven que peleaba de pie, fue herido de muerte el 30 de diciembre de 1958. Es célebre que el Che, al saberlo, afirmó con inmenso dolor: “¡Me han matado cien hombres!”.

En la Estación de Policía el sanguinario coronel Cornelio Rojas, cuando el capitán Olivera abandonó su posición y se negó a seguir peleando, lo fulminó con dos balazos en el pecho delante de su tropa. A los pocos días se rindió Santa Clara.

La más convincente demostración de la relevancia de la victoria de las armas rebeldes en aquella extraordinaria etapa de guerra radica en el hecho de que Batista se dio a la fuga del país a las 12 horas de conocer el triunfo guerrillero y pensar que Camilo y Che partirían urgentemente rumbo a La Habana.

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Fuente consultada: Batista, últimos días en el poder, José Luis Padrón y Luis Adrián Betancourt, Ediciones Unión, La Habana, 2008; y Memorias de la Revolución I, Imagen Contemporánea, 2008.

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