Cuba-1933, ¿una misión imposible?

Sumner Welles vino a impedir el triunfo revolucionario y se vio arrastrado por el torbellino de la rebeldía de un pueblo

Por. / Pedro Antonio García*


El domingo 7 de mayo de 1933 desembarcó en La Habana Benjamin Sumner Welles, embajador de los Estados Unidos en Cuba. Su misión principal no era, como algunos hoy festinadamente afirman, obligar al tirano Gerardo Machado a abandonar el poder, sino restablecer el clima de estabilidad política en el país y frenar el creciente auge de los “elementos radicales” (léase fuerzas revolucionarias). 

Sumner Welles, embajador estadounidense en Cuba, junto con el canciller yanqui Cordell Hull. / Autor no identificado

Cuatro días después, en el fastuoso Palacio Presidencial se efectuó el primer encuentro entre el diplomático yanqui y el dictador villareño. A este, Welles le entregó una carta que le dirigía el mandatario estadounidense Franklin Delano Roosevelt. Una nueva cita se pactó para 48 horas después en la finca del sátrapa, Nenita, con la única presencia del canciller cubano Orestes Ferrara. Allí el estadounidense argumentó su fórmula de solución a la situación existente en el país. En ningún momento se planteó la renuncia de Machado.   

En el plan propuesto por Welles, el régimen convocaría a elecciones generales para el otoño de 1934 en las que el tirano no aspiraría a cargo político alguno. Los comicios, por supuesto, serían transparentes y limpios, aunque Washington no objetaría un triunfo del partido gobernante. Previamente se restituirían las libertades democráticas y las garantías constitucionales. Estados Unidos se comprometía a suscribir un tratado de reciprocidad comercial que incluiría una cuota azucarera para Cuba, la estabilización de los precios de ese rubro y la rebaja de aranceles.

Después de estos encuentros con la cúpula gubernamental, el diplomático norteamericano contactó con la oposición. Pronto se percató de las dificultades que iba a enfrentar. En aquellos tiempos existían varias corrientes en el espectro político cubano. Por un lado estaban los políticos tradicionales: entre los liberales, pugnaban los leales a Machado contra los que junto con Carlos Mendieta habían fundado un nuevo partido, el Unión Nacionalista, y los seguidores de Miguel Mariano Gómez, exalcalde de La Habana; entre los conservadores, reñían los que seguían fieles a Mario G. Menocal con aquellos que habían pactado con Machado en 1928 y lo habían apoyado para prorrogarse en el poder.  

Por otro lado, el movimiento estudiantil se hallaba dominado por el Directorio Estudiantil Universitario (el DEU de 1930), que empleaba la vía armada para combatir al machadato y soñaba hacer transformaciones a la sociedad neocolonial, pero sin alterar la esencia del capitalismo en Cuba. Los elementos más radicales del estudiantado se congregaban en una disidencia del DEU, el Ala Izquierda Estudiantil, partidaria de una revolución agraria antimperialista.

El ABC, surgido fundamentalmente entre los jóvenes de clase media, era una organización heterogénea en la que coexistían elementos fascistoides con ideólogos del nacional reformismo. Empleaban la vía armada para luchar contra la tiranía, aunque practicaban abiertamente el terrorismo. Ante la mediación de Sumner Welles el ABC se fracturó a mediados de 1933 y una parte considerable de su membresía, agrupada en el llamado ABC radical, rompió con su dirigencia y devino aliado estratégico del DEU.

El tirano Gerardo Machado, según Conrado Massaguer.

Por último, estaba el sector de la izquierda radical. Al Partido Comunista (PC), muy perseguido desde su fundación, lo integraba una poco numerosa membresía que no tenía una cuajada formación marxista. No obstante, gozaban de una enorme influencia en el movimiento obrero, sobre todo en la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC). Y en Oriente, fundamentalmente, estaba el grupo que se nucleaba alrededor de Antonio Guiteras, sin vinculación alguna con el PC, pero con una influencia muy marcada del leninismo.

El 1º de julio de 1933 comenzó por fin el diálogo entre los delegados gubernamentales y los de la oposición. A pesar de los esfuerzos del mediador, estuvieron ausentes los menocalistas y el DEU. No es necesario subrayar que con el sector de la izquierda radical el señor Welles no tenía intención alguna de platicar.

Mientras el diplomático yanqui trataba de lograr un consenso entre los rivales burgueses, la decisión arbitraria de un funcionario gubernamental lanzó a la calle a los trabajadores de un paradero de ómnibus, amenazados con un despido masivo. Su protesta coincidió con la de los comerciantes y pequeños industriales que solicitaban una prórroga en el pago de impuestos, excesivos para la época. Los maestros y los empleados públicos aprovecharon para reclamar sus sueldos atrasados. La CNOC, orientada por Rubén Martínez Villena y el primer Partido Comunista, convocó al proletariado a una solidaridad efectiva con los manifestantes. La policía y el ejército, repartiendo plan de machete, repletaron con sus víctimas los cuerpos de guardia de los hospitales.

Mientras Sumner Welles lograba al fin que Machado decretara la amnistía a los presos políticos, entre otras reformas cosméticas, el 27 de julio de 1933 se paralizó el transporte público en la capital. Se desencadenaron nuevos paros y demostraciones en las que participaron obreros, estudiantes de distintas enseñanzas y veteranos mambises.

El gobierno aceptó reunirse con los trabajadores de los ómnibus capitalinos (30 de julio) pero ahora ellos tenían un nuevo pliego de demandas; entre ellas, el reconocimiento jurídico a su sindicato provincial. No se adoptó acuerdo alguno; al día siguiente quedó paralizado el transporte estatal en casi todo el país. El pueblo generalizó la lucha de calle. La policía arreció la represión. En Santa Clara cerraron los comercios y centros fabriles. En Santiago de Cuba hubo lesionados por docenas y una fallecida, América Labadí. En la capital cayó mortalmente herido Marcio Manduley, el más unitario combatiente del 30. Su sepelio devino manifestación de repudio a la tiranía.

Al paro nacional se le sumaban más sectores. Periodistas y tipógrafos abandonaron redacciones y talleres. Los portuarios suspendieron sus labores. Los médicos se dispusieron a atender solo las urgencias. Machado quiso pactar y le concedió a la CNOC el grueso de las demandas económicas planteadas, así como la legalización del movimiento sindical. El buró político del PC, cuyos miembros no se habían percatado de que la huelga ya no era económica sino política, orientó aceptar las propuestas del sátrapa. Mas, los sindicatos de base se negaron a ello. El proletariado exigía que se fuera Machado. Villena, con su autoridad indiscutible, proclamó: “¡Adelante con la huelga!”. 

Después del 12 de agosto, sin juicio alguno, los sicarios del machadato eran ejecutados. / Autor no identificado

La mediación del señor Welles se había ido a pique. El país se tornó ingobernable. El 7 de agosto unos irresponsables trasmitieron por radio la falsa noticia de la huida del tirano. Los habaneros se lanzaron a la calle. Frente al Capitolio, contra las masas, tabletearon las subametralladoras de los expertos (policía élite del gobierno), desde las ventanas del Capitolio dispararon también. A partir de entonces el pueblo les declaró la guerra sin cuartel.

El embajador yanqui fijó un plazo para que Machado abandonara el poder. Dentro del ejército la disciplina comenzó a resquebrajarse. Se produjeron conatos de rebeldía entre la joven oficialidad. La renuncia del tirano a la presidencia no se hizo esperar. Para mandatario interino, nadie objetó a Carlos Manuel de Céspedes y Quesada. Hablaba el inglés con la misma fluidez que el español. Admiraba profundamente a los Estados Unidos y su cultura. Tenía fama de honesto: era rico, por lo que no le hacía falta robar. No aspiraba a ser presidente. Y era el hijo del Padre de la Patria.

Treinta minutos después de las tres de la tarde del 12 de agosto de 1933, Gerardo Machado abandonó el país. Al día siguiente Céspedes juró como presidente. Aunque parecía que todo había salido bien, Sumner Welles no las tenía todas consigo. Lo angustiaba la premonición de que algo grave iba a ocurrir. Y tuvo razón. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.  

*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021.

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Fuentes consultadas:

Los libros La revolución precursora de 1933, de Lionel Soto; Crónicas de 1933, de Enrique de la Osa, y Rebelión en la república: auge y caída de Gerardo Machado, de Rolando Rodríguez.

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