Mariam Al Ferjani (izquierda) y Ghanem Zrelli (en el extremo derecho) en una escena de La bella y la jauría. / Icaic
Mariam Al Ferjani (izquierda) y Ghanem Zrelli (en el extremo derecho) en una escena de La bella y la jauría. / Icaic

¿Culpable de ser violada?

Túnez 2014. Mariam es una alumna universitaria que sale a dar un paseo por la playa con el muchacho que le gusta. Ambos son detenidos por la Policía y mientras el joven es esposado por un oficial vestido de civil, los otros dos violan a la veinteañera. A partir de entonces, ella sufre un vía crucis kafkiano, en el que varios agentes y un fiscal infame (que existió realmente, según cuentan) tratan de que ella no denuncie el caso e incluso intentan acusarla de indecencia pública –antes, a su enamorado le han imputado falsamente el cargo de agresión a un policía–, pero la estudiante no cede.

Ese es el argumento sintetizado de una de las ofertas fílmicas presentadas durante la Jornada de la Francofonía (tuvo como sede, el pasado marzo, a salas cinematográficas de La Habana): La bella y la jauría (2017), de la realizadora Kaouther Ben Hania, basada en el libro Culpable de ser violada, de Meriem Ben Mohamed (seudónimo) y la periodista Ava Djamshidi, sobre las vivencias de la primera.

El tema, aunque sin implicar tanto a los cuerpos policíacos, ha sido abordado por otras cinematografías. Pero lo que hace novedoso al filme es que esta vez la trama se desarrolla en una nación norafricana, pocos años después de la denominada “Primavera árabe” (2010-2011), la cual trajo, según la prensa europea y estadounidense, “aires de modernidad y democracia” a ese país.

Kaouther Ben Hania, a quien también se debe la adaptación de la obra literaria, aplica el escalpelo fílmico y deja al descubierto las “bondades” del sistema de salud privado en esa nación, más interesado en los trámites burocráticos que en asistir a la víctima.

Cuando ya es evidente en el filme que la Policía es victimaria y no defensora de la justicia, Youssef, el enamorado de Mariam, expresa que para arbitrariedades como esa “no hicimos la Revolución” (se refiere a la Primavera árabe ya mencionada). Ingenuidad total, muy bien subrayada por la cineasta, los que realmente estuvieron detrás, o movieron los hilos, de aquel estallido no lo hicieron para solucionar los males de la sociedad, sino para reafirmar el poder de las élites y la dependencia a las potencias occidentales, Estados Unidos incluido; los torturadores y violadores de los derechos humanos de antes de 2010 siguieron en los aparatos represivos después de 2013. Y continúan en ellos.

“Película desgarradora y necesaria […] una montaña rusa emocional y un tratado sociopolítico al mismo tiempo”, como la califica Boyd van Hoeij, de The Hollywood Reporter, tenemos también que concidir con él y otros colegas en que Mariam Al Ferjani, quien encarna a su tocaya, se echa encima el filme y lo saca adelante, “en un papel tan físico donde sabe conciliar la fragilidad y la indocilidad”.

Usando en la cinta actores sin mucha experiencia en el audiovisual –excepto Ghanem Zrelli (Youssef), protagonista de Thala mi amor (2016)–, quienes no ocultan su procedencia del teatro, sin menoscabar por ello el alto nivel de interpretación, Kaouther Ben Hania logra una obra trascendente y no queda más que esperar el estreno en Cuba de su filmografía posterior, tan elogiada por la crítica y el público como La bella y la jauría.

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