Foto./ elmundo.es
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De cara al hueco

Perder-perder parece ser el único resultado del binomio de USA y la OTAN frente a Rusia


En los días de la rauda victoria electoral de Donald Trump, un sonado analista norteamericano apuntaba que el nuevo presidente sería tal vez el primero de la “gran nación” en la ya iniciado retroceso indefectible de sus hasta entonces “poderes globales”.

En apoyo a ese criterio, otras fuentes, de esas que ciertos intereses no dejan que abunden públicamente en el vecino del Norte, precisaban que ha llegado la hora de que Washington entienda que la realidad mundial ha cambiado, no precisamente a favor de sus apetencias, y que el país debe aprender a convivir con otros polos influyentes y poderosos y con una nueva dinámica internacional… a menos que opte por el suicidio del género humano a cuenta de una definitiva y demoledora guerra nuclear.

Con respecto a Joe Biden y los aguiluchos que le dan la cuerda a diario a la fallida maquinaria neuronal del presidente, es evidente que de lo dicho antes no admiten ni conocen un átomo, y la pifia ucraniana que hoy les quita el sueño es prueba contundente.

Un proyecto en pedazos

Sería interesante ver por un huequito lo que hoy verdaderamente piensa del conflicto desbordado, que ayudó a crear cual celosa progenitora, la señora subsecretaria de Estado Victoria Nuland, la “Toria” para sus íntimos colegas.

La misma que en 2014 recorría las calles de Kiev repartiendo bolsas con galletas y golosinas a los grupos fascistas que derrocaron al gobierno del momento, y que decidió y dirigió personalmente la nazificación de los cuerpos armados de Ucrania para la guerra contra Rusia.

O que dirán el señor secretario de Exteriores Antony Blinken y sus obsecuentes escuderos euroccidentales luego de la burla en que sus países convirtieron los acuerdos Minsk 1 y Minsk 2, suscritos con Moscú para un “arreglo negociado” sobre el incontrolado avance de la OTAN hacia el Este y la conversión del territorio ucraniano en una punta de lanza contra Moscú, documentos que justo pretendían evitar las guerra que desde hace más de un año tiene en vilo el planeta.

Y es que a más de doce meses de los provocados combates con las fuerzas de Moscú, ni los cien mil millones de dólares del erario gringo remitidos a Kiev en armas y facilidades financieras (más los cuantiosos equipos bélicos y los muchos fardos de euros y libras esterlinas sacados de los fondos públicos eurooccidentales por los inconsistentes gobiernos del oeste del Viejo Continente), ni el descomunal y multifacético paquete de sanciones contra el Kremlin han significado el debilitamiento y la desazón rusas, ni mucho menos el avance decisorio de los militares ucranianos en los frentes de batalla.

Hay que ver además la descendente trayectoria de la campaña mediática que, torciendo realidades, falsificó el escenario en torno al conflicto, y que, aplicada y dócil, ha suscrito todos los embustes oficiales sobre una Ucrania victimada y un ogro ruso como contumaz victimario.

Al final, los palos reales pueden más que los inventos, pataletas de raída omnipotencia, infalibles “cálculos” de extremistas cegados por sus devaneos, prepotencia y altisonancia.

¿Ganancias?

Vayamos a la matemática, madre de la exactitud. En la cuenta norteamericana, ligada a las angustiosas apetencias de Joe Biden de reelegirse en 2024, la desorientación y la tozudez van de la mano.

Washington se enredó por sí mismo en la pata de los caballos./ nationalreview.com

Así, si en un inicio USA creyó posible que con una sumatoria acelerada de Ucrania a la OTAN y a la UE podría colocar a Moscú a casi tiro directo de su más potente artillería reactiva, Rusia interpuso la operación militar que procura la desnazificación de Ucrania y la protección de Crimea y el Donbás como territorios devueltos a la madre patria, por intermedio de un despliegue de poderío bélico inusitado que ha dejado en ascuas a los más experimentados generalotes de Occidente.

Del otro lado, el pretendido cerco económico y financiero a Rusia no cuaja, al menos en el caso de Moscú, aunque sí viene desguazando a una supeditada Europa del Oeste, que debe buena parte de su bienestar al suministro energético y de otros rubros clave procedentes del gigante euroasiático.

Al mismo tiempo, la hostilidad antirrusa revuelve el  mercado internacional, donde Washington no las tiene todas consigo. ¿Ejemplo? Las alzas de los precios del petróleo, a cuenta de recortes de la OPEP y Rusia para defender precios, están suponiendo enormes erogaciones adicionales a Washington para reponer sus disminuidas reservas de contingencia… de 29 dólares el barril en los “buenos tiempos” a más de 80 dólares en este minuto. Y según expertos norteamericanos, ni Biden ni su gabinete de halcones lo vieron venir.

De todas formas, si en algo “valió” a Gringolandia la aventura ucraniana, ha sido para postrar definitivamente a la burocracia gubernamental de Europa Occidental ante la Casa Blanca, no solo como monopolizadora hoy de los suministros de gas y de armas al Viejo Continente, en tanto economía competidora en caída, sino además como reconfirmación de aquella porción territorial “aliada” en su triste y vejatorio papel de “primera línea” desechable en caso de un enfrentamiento decisivo con Moscú y Beijing.

Una parálisis, la de Europa Occidental, que como contraparte debilita el bloque bajo la égida norteamericana en la arena internacional, y proyecta el riesgo cierto de molestas protestas sociales entre una ciudadanía acostumbrada a lucir pretendidas galas de “progreso y bienestar” mordidas ahora por la inflación, la recesión, la pérdida de empleos y la mengua productiva, comercial y financiera.

De lo que se habla

Mientras, en torno al campo de batalla, las cosas no van bien tampoco. Suman cada vez más los expertos, analistas y políticos que dan por inevitablemente perdida la guerra para una Ucrania empujada por Washington y sus socios a pelear hasta el último hombre, con el consentimiento cómplice de las autoridades oficiales de Kiev.

La esperada contraofensiva publicitada durante meses como “milagrosa” por sus presuntos resultados por todas las capitales otanistas se ha traducido en un picadero de carne y un montón de hierros calcinados a expensas de las defensas rusas. Un verdadero despilfarro, según los crecientes grupos occidentales inconformes con seguir quemando recursos en una guerra que “no les toca”, y un quebradero de cabeza para una administración gringa que se aboca a un nuevo y sonado fracaso militar, luego de la bochornosa retirada de Afganistán, y que como mínimo deberá dar cuenta a los electores de no saber ni papa del pantano que les esperaba, en el cual han volcado buena parte del dinero de los contribuyentes.

Y si Biden y sus más serviles socios de la OTAN siguen precisamente insistiendo en la guerra es, entre otras cosas, porque no encuentran asidero para sacar la nariz medianamente limpia del lodo.

Lo terrible sería que, a pesar de análisis objetivos, críticas, rechazos y hasta sermones, la aceptación de la realidad nunca llegue a la Oficina Oval ni se asome entre los que se reúnen en ella, y que algunos de los “chicos brillantes” de tan regio equipo oficial ponga la senil mano presidencial sobre los disparadores nucleares.

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2 comentarios

  1. La razón de fondo del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia, hay que buscarlo en la desintegración de la URSS. Perdió a Ucrania, el granero de Europa. País además, rico en minerales. La Rusia actual no se conforma y desea recuperarlo.

  2. Las visiones reduccionistas nunca ayudan a la comprensión objetiva de hechos y actitudes. El mundo es ancho y diverso como las motivaciones que calzan determinados actos y decisiones. Lo demás sesga la realidad y el entendimiento e induce a valoraciones inexactas,

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