De tu querida presencia

Donadas por una familia boliviana, dos piezas de extraordinario valor histórico ocupan espacio en un hogar de Las Tunas


Aunque para el tunero Ramón Ignacio Figueredo Calnick, licenciado en Imagenología, todo lo relacionado con el Che Guevara es pura vida, presencia real y eterna, cada 14 de junio, nacimiento del Guerrillero Heroico (Rosario, Argentina, 1928), suele dejarle una mezcla de orgullo patrio con profunda nostalgia.

Esa dicotomía se le acentúa mucho más desde 2011, tras retornar de Bolivia, donde ofreció ayuda en el campo de la salud durante dos años.

Ramón conserva con sano orgullo ese histórico periódico boliviano. / Pastor Batista Valdés.

Como otros colaboradores cubanos, Ramón reservó tiempo, pasión y oportunidad para viajar hasta el impresionante escenario en el cual el Che vivió las últimas horas de su fecunda existencia física, la escuelita de La Higuera, el lugar donde la mano asesina lo inmortalizó para siempre y convirtió su imagen en la divinidad San Ernesto de la Higuera, que hoy adoran miles de personas en el punto exacto donde, aquel 9 de octubre de 1967 fue enterrado su cuerpo, en Vallegrande…

No son, sin embargo, esas vivencias, ni las fotos y videos que allí logró tomar la reliquia más directa o personal que hoy conserva del hombre que, sin sospecharlo, le obsequió al lente fotográfico de Korda una de las imágenes más difundidas y adoradas del mundo entero.

“En Bolivia me hicieron el regalo más significativo o importante de mi vida” –afirma el radiólogo tunero.

“Recuerdo que me habían enviado a trabajar en un centro de diagnóstico denominado La asociación campesina, abierto gracias a la obra humana de Evo Morales a favor de la salud del pueblo. Un día salgo a caminar para ver dónde podía comer algo, veo una sastrería, entro y me pongo a conversar con el dueño y con su hijo, quienes, por mi acento, se percatan de que soy cubano. En la pared hay una foto de Fidel y el Che. Pregunto y me dicen que esa imagen está ahí porque son ejemplos de lucha.

“Con esa familia, de apellido Barrenechea, hice una hermosa amistad. Me tomaron gran cariño. Por eso me invitaron a su casa y allí me mostraron un grupo de objetos que estoy seguro miles de bolivianos jamás vieron. Me refiero a una gorra, una libreta de apuntes, lapiceros y otras cosas, según ellos pertenecientes a guerrilleros que acompañaron al Che.

“También me enseñaron un periódico llamado Presencia, correspondiente a octubre de 1967, donde aparece amplia información y fotos relacionadas con la muerte del Che. Habían transcurrido alrededor de 45 años y esa familia boliviana había guardado durante todo ese tiempo aquellas cosas, prácticamente escondidas, con todos los peligros que podemos imaginar en momentos anteriores al gobierno de Evo”.

Asombrado, sin articular una palabra, experimentando la sensación que tal vez nunca le arrancó pieza alguna en los museos visitados desde su niñez, Ramón solo escucha, mira, medita en profundo silencio mientras los Barrenechea le explican que aquellas pertenencias las había traído José Beltrán, un tío, quien solía trasladarles mensajes a los guerrilleros y, cuando su viaje coincidía con la muerte de alguno, pedía permiso para llevar consigo algún recuerdo.

“Lo que nunca imaginé –prosigue Ramón– fue que aquella familia se desprendería de algunas cosas para dármelas, en gratitud por la ayuda que allí estábamos ofreciendo los cubanos. Recuerdo que me dijeron: ‘Lleva esto contigo; donde mejor pueden estar estas cosas es en Cuba’. Y me dieron el periódico y la gorra”.

Gorra guerrillera donada también por la familia Barrenechea al tunero Ramón. / Pastor Batista Valdés.

Puede haberle sucedido en numerosas ocasiones, pero a esa hora Ramón no sabía qué hacer, qué decir, cómo reaccionar… Entonces un cubanísimo abrazo se encargó de resumirlo todo.

“Te doy lo que me pidas por ese periódico” –le dijo alguien, días después–, con la mirada clavada en fotos de militares junto al cadáver del Che, el helicóptero donde fue trasladado para darle ingrata sepultura, así como un grupo de titulares que consignaban: “En un lugar de Vallegrande fue enterrado ayer el cadáver del Che”. “Se ofrecerá oportunidad de rendirse al grupo de Inti”. “El padre del Che Guevara salió de Buenos Aires rumbo a Bolivia”. En Cuba se anuncia la muerte del Che”. “Muerte del Che monopoliza la atención de la prensa mundial”. “Editor norteamericano pide se fije precio al Diario del Che”

Ramón, en cambio, fue muy breve, directo, conclusivo: “De ningún modo; ese periódico no tiene precio”.

Han transcurrido 12 calendarios y el histórico ejemplar sigue siendo presencia en el pequeño hogar en el que residen el radiólogo tunero, su esposa y ese par de gemelos (Pedro Pablo y Nelson David), cuyas pañoletas escolares él no pudo anudarles, como miles de padres y madres, porque justamente mientras la ceremonia tenía lugar aquí, en Las Tunas, él gemía en silencio, allá en La Higuera, observando el lugar donde el Guerrillero Heroico tomó los últimos sorbos de oxígeno, aquel 9 de octubre de 1967.

Para anudar la pañoleta de sus dos retoños habría suficiente tiempo al retornar con la misión ejemplarmente cumplida, con dos objetos de extraordinario valor histórico y con la irrenunciable motivación de continuar obrando con las armas del sentimiento para que en Pedro Pablo y Nelson David jamás deje de encarnar la frase que desde niño él tantas veces pronunció: Seremos como el Che.

Ramón tuvo el privilegio de rendirle honor al Che, en el sitio donde su cadáver permaneció sepultado durante tres décadas. / Cortesía del entrevistado.

CRÉDITO FOTO PORTADA

Cortesía del entrevistado.

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