El indiscutible sabor de la victoria

Tan grande como las pantallas situadas en espacios públicos de todo el país fue el respeto y el gozo de un pueblo entero, muy por encima de la voz de quienes solo odian


Apoteósica, en el sentido más saludable de la palabra, fue la tarde-noche de este domingo 19 de marzo en toda Cuba.

Difícilmente haya quedado un solo hogar con televisor sin alguien “encajonado” frente a él, empuñando el bate de la visión, para disfrutar cada lanzamiento, conexión, fildeo, corrido… del juego Cuba-Estados Unidos.

Unos más sedados, otros más expresivos, pero todos respetuosos. / Pastor Batista Valdés.

Pantallas de una mayor dimensión fueron ubicadas en espacios públicos o abiertos para que todo el que así lo deseara se plantase allí a deleitar su pupila en colectivo o como acostumbramos a decir algunos: en familia.

Yo, que viví el gozo y placer de cientos de avileños, y que pude escuchar y ver reportes desde otras partes del archipiélago, quedo con la satisfacción de un atardecer sumamente tranquilo, adentrándose poco a poco en una noche que volvió a mostrar –y a demostrar– qué clase de pueblo es el cubano.

Hablo de alegría, de respeto, de cordialidad, de ocurrencias, chistes, frases jocosas, aplauso o reverencia justa ante el virtuosismo en la jugada (no importa si de los nuestros o del contrario)… pero ninguna ofensa, malcriadez, expresión de mal gusto o grosería.

Más grande que las pantallas –diría yo– fue ese comportamiento, en cita que, como todos sabemos, congregó a gente de distintas edades, sectores, orígenes, creencias, preferencias, gustos e inclinaciones.

Desde temprano la gente comenzó a arribar a la Plaza Camilo Cienfuegos, de Ciego de Ávila. / Pastor Batista Valdés.

Miren si así fue, que la permanente andanada de provocaciones protagonizadas por resentidos de la derecha anticubana radicada en Miami quedó huérfana del efecto que sus organizadores hubieran deseado.

Por cierto, al comentar acerca del asunto en algún post de Facebook, invitaba a meditar cómo, a pesar de todo el mal que el gobierno de Estados Unidos y la extrema derecha anticubana han deseado y articulado contra nosotros, nunca la afición o el pueblo de Cuba ha irrespetado, vociferado o agredido a deportistas, artistas, estudiantes, científicos, senadores u otros visitantes procedentes de aquella nación. He ahí una de las “pequeñas” diferencias que nos siguen haciendo grandes.

Puedo imaginar el desarrollo, final, minutos y horas posteriores a ese mismo juego, si en lugar de Miami hubiera tenido como escenario el estadio Latinoamericano, de La Habana; el Guillermón Moncada, de Santiago de Cuba o cualquier otro del país.

Y como siempre, la Cruz Roja ahí, para cualquier “emergencia emocional” o de otra índole. / Pastor Batista Valdés.

Tal vez muchos de los integrantes del equipo norteamericano, que tan buen partido jugaron, no tengan idea de lo anterior. Ojalá un día, y muchas veces, nos visiten, honren con su presencia nuestros modestos terrenos de béisbol, confraternicen, carguen hacia su país emociones que ningún manager sentaría en el banco de la vida.

A ellos, a esos peloteros –y para nada me alegra– posiblemente les quede una gran vergüenza por la irreverente postura de quienes, desde el graderío, portaban más odio visceral que sentimiento deportivo.

A mí, como a infinidad de compatriotas, me queda ese pedacito inolvidable de tarde-noche en que miles y miles, millones de cubanos, disfrutamos cada segundo, cada jugada e, incluso, una derrota cuyo sabor real a victoria nadie puede negar.

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