Guiteras, Batista y las cenizas de Mella

Los hechos acaecidos el 29 de septiembre de 1933 evidenciaron las hondas contradicciones dentro del Gobierno de los 100 Días; sobre todo, entre su sector más radical, liderado por el Secretario de Gobernación, y el ala más reaccionaria, encabezada por el sargento devenido coronel Fulgencio Batista

Por PEDRO ANTONIO GARCÍA*

Procedentes de México, el 27 de septiembre de 1933 llegaron a La Habana las cenizas de Julio Antonio Mella, ultimado cuatro años antes en ese país por agentes al servicio del tirano Gerardo Machado. Una delegación de comunistas cubanos, presidida por Juan Marinello, asistió a la exhumación y trajeron sus restos a nuestra patria.

Exhumación de las cenizas de Mella en México. / Autor no identificado

El primer Partido Comunista (PC) de Cuba obtuvo del ayuntamiento capitalino el permiso para erigir en la Plaza de la Fraternidad un mausoleo en honor del revolucionario asesinado. No tuvo igual suerte la solicitud ante la secretaría (ministerio) de Gobernación para que se autorizara para el 29 de septiembre de 1933 una manifestación desde la sede de la Liga Antimperialista de Cuba, en la calle Reina, hasta la mencionada plaza para que acompañara la preciada reliquia al sitio donde reposaría definitivamente. 

Sobraban las razones a Antonio Guiteras, titular de la mencionada secretaría, para denegar ese permiso a los comunistas cubanos. El país atravesaba una convulsa situación. El llamado posteriormente Gobierno de los 100 días, a solo 19 días de haberse constituido, con hondas contradicciones en sus filas, sobrevivía a pesar de hallarse bajo el fuego continuo de sus opositores. Y ni Guiteras -y mucho menos Grau, a pesar de ser el presidente del país- tenían control sobre la soldadesca que obedecía fielmente al sargento devenido coronel Fulgencio Batista. 

No existía cohesión ideológica alguna entre los integrantes del gobierno. Los del sector más radical, liderado por Guiteras, trataban de encaminarlo hacia una revolución agraria antimperialista. Los del ala reaccionaria, encabezada por Batista, buscaban desesperadamente el apoyo de Washington para mantenerse en el poder. En el medio, Grau –y con él, la mayoría de los miembros del Directorio Estudiantil Universitario (DEU)- no se oponían a las transformaciones propuestas por los primeros pero tampoco se enfrentaban a los desmanes cometidos por los segundos. 

Ataques desde la derecha y la izquierda

Por su parte, el embajador yanqui Benjamín Sumner Welles no se ocultaba para conspirar con cualquiera que pretendiera derrocar al gobierno. Un grupo de oficiales machadistas, desplazados del mando militar tras la sublevación del 4 de septiembre, desde sus habitaciones del Hotel Nacional, reclamaban a Grau la restitución de sus cargos en el Ejército, en una palpable muestra de miopía política.

Fulgencio Batista, el máximo responsable de la masacre. / Autor no identificado

La organización ABC, a la vez, mientras acudía a reuniones con los líderes del DEU con el supuesto fin de analizar posibilidades para una posible alianza entre ellos, se preparaba para un levantamiento armado a lo Mussolini sin tener conciencia de que las condiciones en la Cuba de 1933 diferían mucho de las existentes en la Italia de 1922.

En el movimiento comunista se había producido una escisión. La llamada oposición trotskista, que se había apoderado de la dirigencia de la Federación Obrera de La Habana (FOH), se había constituido en partido político y abogaban por un frente unido antiimperialista aunque no dejaban de atacar duramente al gobierno (al menos en septiembre de 1933) y a sus anteriores compañeros del primer PC. Este, por otro lado, obcecado con la tesis de clase contra clase defendida por la Tercera Internacional, era incapaz de distinguir (al igual que los trotskistas) entre el nacional reformismo de Grau y el nacionalismo revolucionario de Guiteras.

Deseoso de evidenciar su poder de convocatoria, el primer PC, mayoritario en la directiva de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), quería llevar a cabo la concentración a la que se oponía el secretario de Gobernación. Aprovechando la temporal ausencia de este, una delegación de comunistas cubanos, en la que se hallaba la líder feminista Ofelia Domínguez, logró que un funcionario de ese ministerio autorizara verbalmente la manifestación.

Batista ordenó al ejército reprimir el cortejo. Descargas de fusilería y ráfagas de ametralladora se dispararon contra la concentración popular congregada en la calle Reina. Militantes del ala derecha del DEU, de la organización Pro Ley y Justicia, e incluso del ABC, secundaron a los uniformados. Hubo 30 muertos y casi un centenar de heridos.  

Paquito González

Paquito González, el pionero mártir. / Ilustración: Aurelio

Dicen que era un niño respetuoso, que cuidaba mucho su apariencia personal. Cantaba muy bonito y le gustaba jugar a la pelota. Ingresó en la Liga de los Pioneros en 1933 y, según testimonio de Charo Guillaume, su guía en la organización, “durante la lucha contra Machado cooperó en las colectas de ayuda a los presos políticos, distribuía propaganda, pintaba consignas revolucionarias en las paredes”.

Al convocar el primer PC al entierro de las cenizas de Mella, corrió el rumor de que elementos reaccionarios iban a sabotear la ceremonia. La madre de Paquito trató de que el niño no saliera de la casa. “Yo soy pionero y mi deber es ir”, él dijo. Había hecho con un cartón una pancarta donde podía leerse: “¡Abajo el imperialismo!”. De acuerdo con Rosario Guillaume, “tenía un brazalete de la Liga de Pioneros y en el pecho un sellito con la efigie de Mella”.

Cuando el Ejército comenzó a masacrar al pueblo, ella resguardó a los pioneros en una casa, pero Paquito se quedó junto a la muchedumbre ante el portón de la sede de la Liga Antimperialista de Cuba. La última vez que lo vieron con vida levantaba con todas sus fuerzas la pancarta que había escrito. El 19 de octubre siguiente Francisco González Cueto iba a cumplir 14 años.

El destino de las cenizas

Años después, Juan Marinello confesó a un periodista que los disparos del Ejército llegaron a destrozar algunas de las coronas ubicadas en el salón donde se efectuaba el velatorio. Cuando la soldadesca invadió el lugar, no pudieron hallar las cenizas. No sospecharon entonces que la mujer embarazada con la que tropezaron al subir las escaleras llevaba escondida en su ropa la preciada reliquia.  

Según investigaciones del colega Delfín Xiqués, los restos de Mella fueron llevados a una casa de la calle Lamparilla hasta que en 1935 Marinello se hizo cargo de ellos. Durante la tiranía batistiana fueron ubicados en el hogar del magistrado Antonio Barreras de donde hubo que trasladarlos a la vivienda de una lejana pariente del poeta y ensayista, pues el juez estaba encausando a varios sicarios del sátrapa por crímenes cometidos.

Al triunfo de la Revolución, las cenizas retornaron al hogar de Marinello, quien se las entregó en 1967 al entonces comandante Raúl Castro. Desde el 10 de enero de 1976 reposan en el mausoleo erigido frente a la Universidad de La Habana en San Lázaro y Ronda.

Después de la masacre

El primer PC imputó la matanza al presidente Grau e implícitamente a su secretario de Gobernación Antonio Guiteras. Aunque reconoció que la soldadesca había disparado contra el pueblo -la prensa de la época, incluso, identificó a militares allegados al jefe del ejército que estuvieron al mando de la tropa- nunca condenó a Batista ni mencionó su evidente culpabilidad en los hechos. 

Algunos autores también responsabilizaron de los sucesos del 29 de septiembre de 1933 al secretario de Gobernación, quien (según ellos) autorizó la manifestación. El autor de este trabajo dialogó con varios de los revolucionarios de aquella época, Salvador Vilaseca y Pedro Vizcaíno entre ellos, quienes manifestaron que Tony Guiteras nunca expidió el permiso para que se llevara a cabo el cortejo, pues era contrario a su realización.  

Según le relató el ex pentarca José Manuel Irisarri al historiador José A. Tabares del Real, Guiteras presentó su renuncia y acusó a Batista de ser el máximo responsable en una reunión de la Junta Revolucionaria, además de demandar el castigo para los culpables. El ex guajirito de Banes trató de hacer ver que el Ejército había sido atacado y que actuó a la defensiva.

Como casi siempre sucedía, Grau y la mayor parte de los militantes del DEU aceptaron como válidas las excusas del sargento devenido coronel. Esto estaba previsto por el militar, porque, en definitiva, varios miembros del Directorio habían participado en la matanza. Ningún militar ni civil fue encausado por ella.

La renuncia de Guiteras no fue aceptada y hasta el mismísimo Grau le pidió encarecidamente que la retirara. Hubo una información que obligó al líder revolucionario a seguir desempeñándose como ministro del Gobierno: la oficialidad machadista acampada en el Hotel Nacional preparaba un levantamiento, hecho que abordaremos en un próximo trabajo. 

* Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico 2021 por la obra de la vida

_____________________

Fuentes consultadas

Los libros La Revolución que no se fue a bolina, de Rolando Rodríguez, Guiteras, de José A. Tabares del Real, y La Revolución precursora de 1933, de Lionel Soto. El artículo Casi 30 años permanecieron ocultas las cenizas de Mella, de Delfín Xiqués (Periódico Granma, 2018),

Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos